jueves, agosto 31, 2006

Derecha de nacimiento

En el fondo de toda discusión sobre la sociedad que queremos está el asunto de qué hacemos con los pobres.

Ser de derecha consiste en creer que los pobres se lo tienen merecido. O si no se lo tienen merecido, que poco han hecho para dejar de ser lo que son.

Ser de centro consiste en querer cambiar las cosas pidiéndole a los ricos que inviertan más en la creación de empleos.

Ser de centro-izquierda consiste en creer que todos tenemos derecho a ser mirados como humanos.

Y no hablo de la izquierda neta y dura porque entiendo que ésta, para todos los efectos, ha dejado mundialmente de existir.

La derecha le pone pausa al control remoto y se va a comer con la familia. Está convencida de que la historia se puede congelar en una imagen catódica y piensa que el equilibrista sobre la cuerda será capaz de demorar su arrojo los siglos que haga falta.

O sea que el derechista confunde la historia con un nacimiento de cartón –de allí a Fukuyama, inventado por la Sony y propagado por la Rand Corporation, hay un solo paso– y está seguro de que los borregos se quedarán siempre en su sitio y el niño no habrá de crecer y tatatín tatatán.

Por eso es que no hay derecha sin violencia. Porque eso de mantener todo en su sitio requiere de legiones romanas, inquisiciones, ejércitos, cardenales y huachimanes. Si la monarquía absoluta pereció en el intento de inmovilizar la historia, la derecha de hoy perecerá negando la historia al estilo Fukuyama.

Como se sabe, Fukuyama fue tan pelotudo que creyó que la aceptación universal de la economía de mercado le ponía punto final al asunto y que todos pasaríamos por caja suscribiendo a los Reagan, las Thatcher y a la gorda Albright (de Clinton), que era la más zafia de las descocadas.

En el mar de la economía de mercado caben ballenas de diferencia: el Estado tuitivo, el Estado empresario y co-empresario, la identidad cultural, la defensa del medioambiente, los sectores no sometidos a la codicia legal de lo privado, la creciente igualdad de oportunidades, la salud y la educación como derechos básicos, la política tributaria, la lucha contra los monopolios y los fraudes, la batalla contra la hegemonía asesina de los Estados Unidos, etc., etc., etc.

¿Ya ven que la historia no ha terminado, como aseguraba aquel pelotas?Pues bien, cada vez que la historia no termina –ya sea a nivel doméstico o en el terreno internacional– a la derecha le da la pataleta y pide bala, hostias con veneno para los curas que no se dedican a salvar almas sino cuerpos aquejados por el plomo o el cianuro, cacerinas enteras de armas largas para los indios comecoca, patadas para las indias comemierda –sí, hay racismo detrás de casi todas las injusticias–, comunicados para tranquilizar los directorios.

Pero la historia no termina de terminar. Y las rabietas son cada vez más agudas. “Si la historia se está moviendo es porque hay quienes la empujan”, dicen los rabietudos.

Y de inmediato se les viene a la cabeza un montón de barbudos con sus bluyines y sus oenegés, un montón de mujeres –seguramente medio putonas o por lo menos promiscuas– que hablan de las napas freáticas y las vainas esas de las regalías por los huecos que van a quedar.

Y por eso tampoco hay derecha sin negación de la realidad. Porque la realidad es que hay una feroz injusticia en el mundo pero la derecha quiere que nos narcoticemos con sus películas y pensemos que el mundo está de fiesta inolvidable y que Jeff Bush es un tipazo.

Por donde se le mire, la apuesta inmovilizadora de la derecha es algo que no puede triunfar. De allí su cólera, que siempre tendrá algo de póstuma, un tufo a profecía de cadáver.

Porque cuando todo le falla, cuando la ley no basta sino que sobra, la derecha entonces toca su sirena, ulula como editorialista de The Economist y llama a su pinochet de turno para que vuelva el nacimiento de cartón al tiro.

Y cuando Pinochet, interpretando correctamente su papel de capataz con capa, mata como Jack el Destripador y roba como un cleptómano, la derecha dice: “Oh, jamás lo sospeché”.

Lo mismo dijo aquí de Fujimori, su Chinochet añorado, el ponja que les baldeó la casa como nadie.

Y además está el insulto ese de que esta derecha que chorrea sangre aquí o en Chile, en Indonesia o en España, en Alemania (sí, la derecha alemana estuvo con Hitler) o en Estados Unidos (pregúntenle a Dick Chenney), esta derecha prontuariada, digo, encima se dice liberal, robándose un precioso título, un grado humanista, un diploma sofisticado que consiste en creer en dos cosas fundamentales: 1) que el individuo vale más que el Estado; y 2) que todos tenemos, jeffersonianamente, los mismos derechos.

¿Con qué derecho los Yamamoto de la derecha peruana se llaman liberales si creen sólo en su propia libertad? ¿Por qué liberales si están dispuestos a volver a los brazos de Chinochet apenas las papas quemen? ¿Por qué liberales si no sienten prójimos sino a sus presuntos iguales?

¿Por qué liberales si no saben quién es Popper ni Hobbes ni Rawls ni Sartori? ¿Por qué liberales si habrían sido capaces de almorzar con Videla? La derecha ha secuestrado el término liberal. Veremos cuánto pide por su rescate.

miércoles, agosto 30, 2006

¡Forza, Yanacocha!

Los mineros salieron de la mina remontando sus ruinas venideras… (César Vallejo.Poemas humanos).

¿Así que en Combayo los comunistas quieren hacer de las suyas? ¡Que vengan las tropas, los máuseres de las novelas de Ciro Alegría, los jueces de las novelas de Scorza, los mistis de las novelas de Arguedas!

¡Que vengan y disparen, que el orden es el orden y la patria no se toca!Pocas veces la prensa de masas ha sido tan unánime como en estos días de maniqueísmo.

Para ella, los pobladores de Combayo pertenecen al eje del mal y Yanacocha es chola y es sagrada, siendo que es más estadounidense que Columbine.

“Creemos en el ejercicio de la autoridad y el respeto al orden público”, dice, azuzando a la ministra del Interior, el gerente general de Yanacocha, Carlos Santa Cruz, que por algo inventamos aquí a Felipillo.

Los periodistas dorados y condecorados asienten: “Orden público, autoridad”.Pero no dicen nada del campesino Isidro Llanos Chevarría, padre de seis hijos y muerto de dos balazos el 2 de agosto último cuando protestaba por la preservación del agua de Combayo.

Y muerto por la policía privada de Yanacocha –la empresa Forza–, a la que se le encontró más tarde, con fiscal y todo, armamento de guerra y de uso exclusivamente policial: granadas de gas pimienta, fusiles Kalashnikov, fusiles FAL, fusiles G-3.

(Y hasta ahora la fiscalía provincial de Cajamarca no formula las acusaciones correspondientes. Es más; un fiscal de turno quiso poner en su acta que el comunero Llanos había muerto de un paro cardiaco y sólo se rectificó por la presión de los combaínos).

Yanacocha estuvo tan metida en el crimen que tuvo que admitir que 47 de sus paramilitares intervinieron en el operativo y se hizo cargo de los gastos de sepelio y del cuidado de los heridos.

En septiembre del 2004 los comuneros ya habían logrado la suspensión de las operaciones en el cerro Quilish, cerro clave, fuente de agua. Con ese antecedente, Yanacocha ha utilizado ahora todas sus armas para justificar lo que ha hecho en Combayo, comunidad que también pelea por su futuro acuífero.

Y con la experiencia anterior, la plana mayor de la minera que tanto le debe a Montesinos ha depurado su estrategia mediática comprando más prensa y vendiendo la idea de que tendrá que irse si no la dejan expandirse como desean sus operadores de la bolsa de Nueva York. No importa que Cajamarca se quede sin agua: Yanacocha tiene que crecer para seguir vendiendo casi tres millones de onzas de oro al año.

No sólo eso: esta vez Yanacocha ha logrado dividir a la comunidad incentivando al grupo dirigido por el ex alcalde de Combayo Isma Linares Sáenz, a quien acompaña una comparsa aceitada y destinada a confundir.

Todo para desconocer los acuerdos comunales del 25 de julio: la empresa debía paralizar sus operaciones en el proyecto Carachugo (Combayo) hasta que se realizase un estudio de impacto ambiental de verdad, no como el aprobado, sin presencia comunal, en diciembre del 2005.

Sí, amable lector: como lo lee. Hasta la viceministra de Energía y Minas, Rosario Padilla Vidalón, tuvo que reconocer el 19 de agosto del 2006 que “el peligro de contaminación del agua existe, por lo que pretendemos realizar los estudios pertinentes en la zona”. Y añadió: “Cuando el estudio esté listo, el diálogo de las partes será más fácil”.

Urgida por sus accionistas norteamericanos, Yanacocha pretende saltarse a la garrocha tal estudio y tratar al Perú de Alan García como lo que hasta ahora es: una banana republic entregada de pico y patas al juego del liberalismo chusco y todo terreno.

Yanacocha paga maestrías del alcalde aprista de Cajamarca, Emilio Horna. Yanacocha atiza, dólares en mano, campañas calumniosas en contra de todos los que se le oponen.

El presidente de la región, Felipe Pita Gastelumendi, estuvo firmemente al lado de Yanacocha en el asunto Quilish (luego tuvo que retractarse). Y Hugo Otero, consejero principal del presidente Alan García y nombrado embajador de Perú en Chile, ha vivido todos estos años asesorando mediáticamente a Yanacocha.

De modo que los comuneros tienen las de perder, como siempre en este país de cerros de pascos y aranas y beltranes. Hasta la Defensoría del Pueblo salió corriendo del conflicto, el 24 de agosto, cuando vio lo que se venía y Rolando Luque, jefe de su Unidad de Conflictos Sociales, advirtió que no veía espíritu de negociación “en ninguna de las dos partes”.

Como lo acaba de recordar Raúl Wiener, sólo dos de las 27 más grandes mineras pagan regalías en el Perú.Y esto que el Tribunal Constitucional señaló que las regalías eran una obligación al margen del pago de los impuestos.

Y esto que en lo que va del 2006 –los seis primeros meses– las utilidades netas de la minería llegan a 2,759’000,000 de dólares (dos mil setecientos cincuenta y nueve millones).
Sólo en el año 2005 el Estado dejó de percibir 158 millones de dólares en regalías perdonadas. Es decir, un poco más que el óbolo anual acordado entre la Sociedad de Minería y el gobierno del doctor García.

Si empecé este artículo recordando a Vallejo, no puedo evitar, al terminarlo, recordar al Juan Gonzalo Rose que ironizaba sobre el destino pétreo de los pobres en el Perú: “leches aguadas, cajamarcas crueles”.

martes, agosto 29, 2006

Guzmán demanda su libertad

Abimael Guzmán no se suicidó, como se suponía que podría hacerlo el jefe del apocalipsis a la hora de ser capturado, sino que permitió que Elena Yparraguirre lo protegiera con su cuerpo y demandara que el líder de Sendero Luminoso no fuese tocado.

Y no fue tocado. Un igual suyo, pero del otro bando, lo interrogó amablemente y le sacó el mayor provecho político posible. No hay mayor registro de las conversaciones Guzmán-Montesinos, pero no tengo dudas de que se trata de un diálogo de pares en miseria moral y en propensión al crimen.

Guzmán era muy valiente a la hora de dar órdenes sanguinarias en medio de la neblina que lo rodeaba: una corte de anuentes crónicos y de asesinos con control remoto que decidía qué aldea debía ser arrasada, cuántos ingenieros y de qué proyecto debían morir esa quincena, cuántas vacas de engorde tenían que ser sacrificadas, qué comisaría era el mejor y más inerme blanco para sus hordas panchovillanas y a cuántos gobernadores también indefensos debía interrumpírseles el resuello con un tajo en la arteria carótida.

Muy valiente era la hiena con psoriasis en la cara y caracha polpotiana en lo poco de alma que podía quedarle.

Porque lo de Sendero no fue una insurrección a lo Vietcong –quién podría discutir la legitimidad de Ho Chi Minh y los suyos– ni una resistencia a la ocupación racista de la Francia que quiso robarse Argelia para siempre. No fue el no a la archipodrida monarquía alauita de Marruecos ni la respuesta de Hezbolá a los abusos terroristas del Estado de Israel.

Lo de Sendero surgió del cerebro de Guzmán como una guerra de liberación y terminó siendo la provocación cuyo único final es la solución fascista, el holocausto de la democracia. Fue como los Tupamaros uruguayos pero en dosis de caballo. Fue como lo de los Firmenich en Argentina pero en dimensiones bíblicas.

Fue la imitación sudamericana del modelo camboyano de Pol Pot, el que a su vez fue la interpretación de Mao bajo las bombas de napalm de los Estados Unidos derrotados.

Bombas de fósforo gelatinoso más marxismo hidrófobo: igual Pol Pot en 1975: el año cero de la historia, la abolición de la moneda corriente, el incendio de los registros públicos, el asesinato de los intelectuales y académicos, la quema de museos y bibliotecas, los dos millones de ajusticiados, la larga marcha de Yenán hacia los arrozales.

Pol Pot propuso el regreso a las cavernas para empezar desde allí una civilización que fuese siempre rural, que no se contaminase de industrialismo ni de consumo, ni de curiosidad ni de deseo. Guzmán quiso lo mismo para el Perú.

Su saña para con los programas de mejora de semillas, su salvajismo para volar la infraestructura que podía favorecer al campo, revelan a un Mao con taparrabos decidido a crear un paraíso de cazadores y recolectores donde la igualdad sería requisito y el terror actuase como aglutinante.

Y cuando los chinos se deshicieron doctrinariamente de Mao y empezaron las reformas que les permitieron salir de la trampa, este loco que se creía filósofo, este alcohólico de vino Queirolo, este Hegel de Cangallo, este resentido múltiple que soñaba con que todos sufrieran lo que su madrastra le obligó a rumiar, este retrasado mental del marxismo mutante, este Pol Pot que jamás pisó La Sorbona y que nunca combatió al enemigo, este Guzmán, en suma, colgó perros que debían recordar a Ten Siao Ping y se proclamó la cuarta espada de la revolución mundial.Ni cuarta espada ni nada.

Sus escritos eran balbuceos pedestres y copiandanga de Sun Tzu. Su marxismo no llegaba a ser sanmarquino y carecía de sintaxis. Y sus aliados eran gentuza que venía directamente de las chusmas jacobinas soltando la carcajada a la hora de la guillotina.

Nunca antes habíamos visto tan temeraria a la ignorancia (“el Perú es un país feudal”); ni con tantas coartadas al homicidio en serie (“lo de Lucanamarca fue un exceso”); ni con tantas ínfulas al fanatismo autómata (las porristas de Sendero en Santa Mónica imitando el dancismo de Mao); ni tan amenazante al maniqueísmo; ni tan rufián el culto a la personalidad; ni tan cínicos a los salvadores que mataban a la gente que no quería ser salvada.

Y ahora este verdadero miserable, este hombre que fue sinónimo de muerte a traición y que tuvo la indignidad de traicionar su propia muerte a la hora señalada, pide que lo consideremos como un preso político y que terminemos de negociar con él la paz, primero, y, luego, la amnistía general.

O sea que este se cree guerrillero heroico, Che de Lucanamarca y Bolívar de Tarata. No, señor. Usted no fue un guerrillero enfrentado a un ejército. Usted logró exasperar a los moderados, arrinconarnos, y obtener su botín: que el ejército sospechara de todos y que igualara, en muchas ocasiones, sus infamias generalizadoras. Usted no fue un guerrillero resistente.

A usted le fascinaba mandar a matar en emboscadas donde la ventaja para los suyos era diez a uno y ordenaba, además, que si había niños de por medio a nadie le temblase la mano en el momento del dinamitazo.

Pero a usted sí le tembló la voz cuando su mujer hubo de protegerlo del muy pacífico Antonio Ketín Vidal. No sé qué reprocharle más: si su furia insensata, nutrida del leninismo universal, o su cobardía extrema, de manufactura estrictamente nacional. Que lo perdone su santa madre, señor Guzmán.

lunes, agosto 28, 2006

América TV demanda privilegios

En los casos del señor Eduardo Calmell, José Olaya y Moisés Wolfenson, la cosa fue clara: si ambos habían recibido dinero de Vladimiro Montesinos, si ese dinero había entrado al circuito financiero de sus empresas, pues entonces las personas jurídicas en cuyo nombre receptaron los montos mal habidos tenían que ser terceros civilmente responsables a la hora de determinar los montos indemnizatorios para el Estado.

O sea, si el señor José Francisco Crousillat, que ahora sufre patatuses cardiacos a pesar de tener un corazón de oro, si el señor José Francisco Crousillat, digo, se llevó decenas de millones de la salita del SIN no lo hizo en tanto señor Crousillat sino en tanto máximo ejecutivo de un canal que emputeció su pantalla con la Hora 20, las axilas de Laura, las primicias de Nicolás, los editoriales leídos por Martínez Morosini y la bajada de bragas de todos los renatos y renatas que pernoctaban en el harén mediático del chino insaciable.

El señor Crousillat era el dueño del bisexual prostíbulo, ni más ni menos. Y las chicas y chicos actuaban bajo su mando para entretener a las tropas del chino, o sea a la teleaudiencia según el sueño cuartelario del guionista Montesinos, ganador de varios premios en sucesivos festivales de canes.

Con esa plata recibida las chicas de la tele se compraban el maquillaje, los condones, las lentejuelas, los trajes de noche que podían sacarse con sólo una morisqueta, los hilos dentales con que desfilaban en los noticieros, los guanderbrases con que izaban la bandera, el cuentakilómetros con que la bajaban y todo lo que pueda uno imaginarse como necesidad de una trabajadora del sexo oral, o sea la locución de noticieros en la época del chino Cuculiza.

Y bien, José Francisco Crousillat ha declarado formalmente que ese dinero no sólo le sirvió para algunas cosas personales –como cambiar de carro, comer en lo más chic de Sudamérica, conocer a la nena, tener una vaca adjunta para los tentempiés– sino que también fue utilizado para pagar planillas, bonos especiales a Garganta Profunda –la estrella del noticiero nocturno– y para socorrer la siempre tramposamente deficitaria economía de América TV, un canal que hasta ahora sirve de pantalla para otros puteríos.

Y si buena parte de la plata del SIN fue a parar a las arcas de América TV, ¿por qué diablos no va a ser América TV tercero civilmente responsable? ¿O va a ser Química Suiza la responsable? ¿O el cuerpo de bomberos, que nunca trabajó en el susodicho lenocinio?

Quizás América TV nunca sea civilmente responsable de las fechorías de su propietario, a pesar de lo que puedan pensar los jueces honestos que siguen el proceso.

¿Y saben por qué? Porque ahora América TV, por arte de birlibirloque toledista, porque los apus así lo ventearon, es propiedad del diario El Comercio, del diario La República y de la cervecera colombiana Bavaria. Y hasta Canal N, “aporte” de El Comercio al sueño de los televidentes y al pasivo de la sociedad, está metido en el asunto como supernumerario en el directorio.

Por eso es que ustedes jamás verán a El Comercio defender ni con una sola línea –como se sabe El Comercio tiene tantas líneas como gobiernos se suceden-; ni con una sola línea, decía, la lógica jurídica de los precedentes y la jurisprudencia.

Porque si en el caso de Expreso, El Chino y La Razón la justicia determinó las tercerías correspondientes, es de ley pensar que en el caso de América TV se hará lo mismo. Pero eso está bien difícil.

¿Saben por qué?Porque entonces lo mismo habría que hacer con Panamericana TV (la mejor ventana para lanzarse cuando no te pagan la quincena durante 19 meses) y con Frecuencia Latina, el canal que tanto lamenta hoy los asesinatos del Estado fascista de Israel.

¿Y por qué debería suceder lo mismo con estas dos televisiones?Porque en ambos casos sus propietarios o co-propietarios recibieron millones de dólares para comprometer los sendos lupanares que también dirigían para el goce del fujimorismo y en la campaña de la segunda reelección.

Schutz, que sacó al canal de la quiebra y que sería el legítimo propietario de la mencionada casa de citas, metió dinero del SIN en Panamericana. De eso no hay duda porque él mismo se ha encargado de decírselo a algunos allegados. Las pruebas contables, hoy guardadas bajo siete llaves y cuatro gorilas del Morro, las debe haber visto Modesto Julca, el contador favorito de Toledo y de Genaro (sí, el mismo de las vedettes en el PRONAA).

Y en el caso de los Winter, la casa de tolerancia por ellos dirigida también recibió inyecciones de insulina fujimorista para saciar la mermelera diabetes que la consumía. Aunque lo niegue mil veces el héroe de la libertad de expresión que recibió por lo bajo más de 20 millones de soles por lucro cesante y vergüenza menguante.
Al final, lo que los Winter hicieron fue cobrar en efectivo lo que el socio mayoritario hizo de 1990 a 1996 a cambio de privilegios publicitarios e informativos. Fue un cambio de receptáculo, nada más.

Por supuesto que para aclarar todo esto se necesitaría un sistema anticorrupción mejor dotado, un gobierno que no hiciera migas con la TV privada más prontuariada de esta parte del mundo y un poder judicial de veras independiente.

Como se sabe todo eso en el Perú es tan ilusorio como una horrible telenovela de Televisa. O sea, que en nuestro país seguiremos viendo programas que hacen de pantalla y negocios de amor rentado que pasan por capellanías.

–Defendamos la democracia – dice Sor Juana Inés de las Cruces.–Oh, sí – añade Sarita Colonia Penal del Frontón-. Es lo único que nos importa.

domingo, agosto 27, 2006

Políticos desprestigiados

¿Por qué la política peruana está tan desprestigiada entre los jóvenes? Ensayo algunas respuestas. Porque la mayor parte de los políticos profesionales no cumplen sus promesas pero sí cumplen, de modo implacable, lo que jamás prometieron.

Porque esa gente quiere hacernos creer que se desvive por los pobres cuando, en realidad, aspira a ser rica, aupada en el poder gracias a los pobres diablos que pudo engatusar.

Porque en el Congreso el promedio de coeficiente de inteligencia podría aparecer en el libro Guinness, para orgullo de los orangutanes y del loro gris de Oceanía.
Porque en los partidos políticos, que viven dizque de la democracia, no hay democracia interna y la voz del amo suena más alta cuando de hacer las listas electorales se trata.

Porque ningún partido político declara quién lo banca, qué intereses representa, cuánto chinchín puso el hombre del oro, la corporación de los humos, el Banco del Espíritu Santo.

Porque la mayor parte de nuestros políticos ha dedicado su vida a trepar, entre intrigas y traiciones, en el palo ensebado de sus partidos, y hace años que no lee; lo que se demuestra a cada momento, a la hora de confundir autores –caso García metiéndose con Rubén Darío o llamando César Rodríguez al célebre César Atahualpa Rodríguez–, citar mal –caso Villanueva cuando masacraba a Antonio Machado–, o mantener la más absoluta virginidad neuronal –caso señorita Luciana León, que –o sea– está esperando un chorro de células madre para activar el frontis del cerebro.

He citado tres casos vinculados al Apra, pero eso no significa que la incultura sea monopolio de la calle Ugarte. En la izquierda nacionalista hay brutos de estatua, homenajes a Platero, imitadores espúreos de Rocinante a la hora del relincho con curul.

Y no se diga nada de la derecha, donde desde hace años la palabra cultura produce náuseas y mareos, los libros están prohibidos –excepto aquel de Bradbury donde las bibliotecas se quemaban- y una exposición de los impresionistas fundadores puede ser confundida con un congreso sobre nuevas rotativas.

La derecha no cesa, además, en su producción de ágrafos que escriben y afásicos que se creen Demóstenes: allí está, en un diario amigo, un jovencito apellidado Garrido, a quien conocí cuando era un cachorro inofensivo y que hoy es el Lay Fun del empresariado hereditario, alguien que cree que el socialismo es envidia y que el derecho de abusar de los trabajadores y vender laboratorios con trampa es parte de la monarquía absoluta que los pirañitas de las 4x4, o sea él y sus amigos, perpetuarán en el Perú como los borbones perpetuaron su bobería en la península.

Para abreviar, para muchos efectos política y traición son sinónimos. Política y cinismo suelen ser hermanones. Política y latrocinio van cogidos de la manita. Política e ignorancia se revuelcan en los hoteles suburbanos.
¿Qué no es cierto del todo?Nada es cierto del todo, pero lo que pasa es que en este país las excepciones permanecen calladas y lo que prima es la grita del promedio.

Y hace bastantes años que la inteligencia no se interesa por la política, como en los tiempos de Porras o Víctor Andrés Belaunde, para no hablar de Mariátegui.
¡Qué tiempos aquellos! ¡Qué debates, cuando las dictaduras no los interrumpían! Tuve un tío brillante y bueno –Américo Pérez Treviño–, expulsado junto a sus compañeros apristas de la Constituyente de 1932 y exiliado hasta su precoz muerte en Venezuela, que se perfilaba como toda una figura política.

Pero él venía de la inquietud literaria y fue a la política porque en ella estaban Luis Alberto Sánchez, Antenor Orrego o Alcides Spelucín, para citar sólo a tres luminarias de la intelectualidad aprista.

¿Quién puede sentir nostalgia por un país que no conoció personalmente o en los libros? Por eso es un crimen de leso pueblo no haber leído historia del Perú.Y allí están los analfabetos funcionales haciendo de las suyas.
Fernando Andrade, por ejemplo, lanzando su candidatura a la reelección después de que se hizo público que su hermano Gustavito extorsionaba a buscadores de licencia con complicidad del municipio. ¿Volverán los miraflorinos a apoyarlo?

¿Lo harán después de enterarse de que el denunciante que grabó esas vergüenzas ha sido enjuiciado por el municipio del señor Andrade bajo la aparentemente equitativa acusación de “corruptor”? ¿Aceptarán ese mensaje intimidatorio que da este auténtico mafioso de la política vecinal?

Y allí está el señor Jorge del Castillo, otra vez perdiendo las finezas que a ratos se impone y llamando majaderos y comunistas sin reciclar a los que no piensan como él en el caso de Chile. Bien basto el señor del Castillo.
¡Pero si fueron los comunistas los que precisamente inventaron eso del internacionalismo proletario, la supresión de las fronteras, la erradicación de las identidades nacionales y la dictadura global de una clase! O sea, lo mismo que el liberalismo global pero al revés.

Y cuando del Castillo llama a Carlos Ferrero hombre de sucesivas lealtades, está en lo correcto. Pero olvida que el ilustre fundador de su partido hizo lo mismo sin cambiar de camiseta: marxista, revolucionario, centrista, derechista, ultraderechista (con Julio de la Piedra), otra vez centrista y más tarde ambiguo en su silencio de hombre para la muerte y más tarde santificado en la superchería acrítica de quienes lo veneran porque terminarán siempre imitando su práctica de camaleón inmóvil.

sábado, agosto 26, 2006

Redentor de excrementos

Alberto el Grande no fue un rey conquistador sino un monje dominico próximo al mito y convertido a las ciencias ocultas. Podría haber vivido en el siglo XVI, rodeado de misterios y obsesionado con algunas facetas de la alquimia, pero lo más probable es que se tratara de un personaje incierto detrás del cual se ocultaba todo un colectivo.

Lo real es que con el nombre de Alberto el Grande salieron, en el último tercio del siglo XIX, una serie de libracos raros plagados de consejos sucios y fórmulas salvadoras para casi todos los males del cuerpo y el espíritu.

La editorial catalana Tinta Fina, empeñada en republicar facsimilarmente libros inverosímiles, ha publicado el que sería el más buscado de los mamotretos de Alberto el Grande: Los admirables secretos…, aparecido alrededor de 1850, y simultáneamente, en México, Buenos Aires y Barcelona.

Hacía mucho tiempo que un libro estrafalario no me hacía reír tanto y quisiera compartir con mis lectores algunas de las sugerencias de este grafómano sin par.

Una de sus especialidades, por ejemplo, era redimir el excremento, de modo que nada se desperdiciara y que toda materia, sin parar mientes en olores o sabores, pudiese sernos de plena utilidad y hasta de uso terapéutico.

Así, Alberto el Grande recomienda caca de ratón, mezclada con miel, para hacer crecer el pelo “en cualquier parte del cuerpo”; defecación de oveja, remojada en vinagre, para verrugas y forúnculos; estiércol de cabra, mezclado con harina de cebada y en forma de cataplasma, para tumores y durezas de rodillas y, juntada a la manteca fresca y al aceite de nueces.

Inmejorable para los panadizos; mierda de ganso diluida en vino blanco y tomada durante nueve días, a dracma por día, como curalotodo anímico y vitaminoso; boñiga de vaca, servida en hojas de parra y calentada entre cenizas, para la ciática; mezclada con vinagre, excelente para hacer supurar las glándulas escrofulosas; y servida frita a la sartén, adjunta a flores de camamila, rosas y melisa, milagrosa para los brazos lastimados.

Coprófago clínico, coprocultor, mierdero tenebroso, Alberto el Grande parece haber dedicado parte de su vida a estremecerse el paladar y el estómago con las exigencias más atroces.
Sostiene que aún mejor que la bosta de vaca es la de ternera, también frita en aceite de oliva, y que la excrecencia sólida de las torcaces, mezclada “con grana de berros”, es insuperable “para el dolor del hueso isquión”, así como, asociada a dos dracmas de mostaza, resulta buenísima como desinflamante de bubas.

Hasta la vulgar porquería de las gallinas puede ser salvadora para impedir el envenenamiento de las setas –apenas detectado, claro– y ni qué decir del mismo producto, chocolateado con melaza, para curar la sofocación; usado como emético es bueno para el empacho grave y, convertido en emplasto frío y aceitoso, indicadísimo para las quemaduras de leves a moderadas.

La caquita del lagarto pequeño tiene también su rol, aunque este es cosmetológico más que estrictamente medicinal. Mezclada con huesos ciáticos vacunos, tártaro de vino blanco, raspadura de cuerno de ciervo, coral blanco y harina de arroz a partes iguales, se obtiene una crema que ya hubieran querido los químicos de Lancome. Alberto el Grande precisa sus beneficios: “porque quita todas las arrugas, blanquea toda la piel, da tinte sonrosado a la carne y hace agradables a las damas”.

No hay materia que Alberto Grande no convierta en mejunje providencial, no hay orina que deba desperdiciarse, no hay cáscara que sea desechable ni comején que debiéramos mirar por sobre el hombro. Hasta la saliva humana, sobre todo la de la mañana –“cargada de acrimonia”, subraya este sabio que cita a Galeno y a Aristóteles– resulta prodigiosa para matar reptiles venenosos. Él mismo afirma haber matado áspides con un bastón untado en saliva mañanera.


La naturaleza es una botica y las secreciones son tubos de ensayo, fórmulas magistrales con aspecto de pichi o caca, milagros nauseabundos. Las lombrices de tierra, confitadas y aplicadas a los nervios cortados, reconectan uniones y, con grasa de pato, “apaciguan los dolores de oído”.

Pero Alberto el Grande no se satisface si no llega hasta el fondo de su propia miseria consoladora: en la página 126 de su recetario de inmundicias afirma, con pruebas que dice tener, que no hay nada mejor para expeler lombrices y tenias –“sin apercibirse de ello”– que un vaso con chinches nadando en vinagre fuerte.

Y si la carcoma de la madera tampoco es despreciable porque detiene la podre de las pústulas; o el hollín, quemado a la lámpara, imprescindible para las fluxiones acuosas de los ojos, el seso de la liebre precipita la salida de los dientes en los niños que sufran de ese atraso.

Para darnos una pista de su antigüedad, Alberto el Grande se permite estas líneas autobiográficas: “El año 1535 muchos murieron de disentería en Nápoles; yo curé más de 300 haciéndoles beber polvo de caracoles tostados, mezclados con moras de zarza, pimienta blanca y agallas secas pulverizadas”. Es una de sus pocas recetas exoneradas de productos de algún tubo digestivo.

En fin, si hasta hace unos días creí, como muchos de ustedes, que éramos lo máximo en el asunto del jarabe de culebra y el zumo de rana bestialmente acabada de licuar, que éramos el pueblo de los hueseros y los brebajes que te abrevian la vida, es que no había leído a Alberto el Grande.

viernes, agosto 25, 2006

Qué le importará a Plutón

Desde su helada soledad, Plutón debe haberse burlado de la degradación de la que ha sido víctima. Qué le importará a Plutón que unos bobos en la Tierra, este planeta condenado por la Shell y los Bush a morir intoxicado, lo hayan declarado asteroide, vana cosa remota, celeste cojudez.

Plutón fue siempre conflictivo y quiso permanecer misterioso al ojo humano todo el tiempo que pudo. Nunca le importamos.

Como se sabe, el astrónomo norteamericano Percival Lowell lo intuyó por ecuaciones matemáticas pero no pudo confirmar su existencia.

Lowell murió en 1916 torturado por la carencia de una prueba científica pero, en el fondo, convencido de que algún cuerpo de relativa importancia tenía que ser la fuente de las anomalías observables en la órbita de Urano.

Catorce años más tarde, en 1930, el estudio minucioso del astrónomo, también estadounidense, Clyde Tombaugh, recién dio la partida de nacimiento, desde el laboratorio Lowell de Arizona, al entonces último pupilo del sistema solar.

A la hora de ponerle nombre, hubo discusiones. Se impuso el criterio de que debía incluirse, en el nombre que fuese el escogido, las letras P y L como homenaje a su buscador fallido Percival Lowell.

Dada esa restricción impuesta por la gratitud surgió el nombre de Plutón, equivalente romano de Hades, que en la mitología griega fue, originalmente, hermano de Zeus, rey del centro de la tierra y de sus barrancos infernales, monarca de aspecto horripilante al que ninguna mujer se le acercaba, al punto de que para gozar de hembra tuvo que raptar a Perséfone, con quien llegó a juzgar las almas de los muertos ayudado por las Harpías, con mayúscula, y el tricéfalo perro Cerbero.

Pero pocos siglos antes de la era cristiana, los Misterios Eleusinos cambiaron a Hades y lo transformaron en divinidad benevolente y, más bien, dadora de parabienes y fortuna –lo que demuestra que la mitología occidental también conoció el arte del transfuguismo– hasta que los romanos le abrieron las puertas de su panteón bueno con el nombre de Plutón.

Más tarde, el mito de los romanos hizo de Plutón un hermano de los dioses Júpiter, la máxima divinidad terrestre desde los tiempos de Numa Pompilio, y Neptuno, tardíamente equivalente al griego Poseidón –aunque nunca dejó de asociarse con las caballerías y los hipódromos–.

Nunca pudo espiarse a Plutón, cuya elusiva diminutez hubiera podido ser descifrada si George Bush no hubiese cancelado, en abril del 2001 y por “falta de presupuesto”, la expedición más ambiciosa de la NASA: el viaje de la nave Pluto-Kuiper Express, que, lanzada en el 2004, habría llegado en el 2012 a las proximidades astronómicas de Plutón y que luego debía orientarse hacia el Cinturón de Kuiper, un anillo de miles y miles de cuerpos en eterna gelidez y que parecen ser los fósiles en movimiento del sistema solar tal como fue en su origen.

Con su órbita extravagante e invertida, su apretado diámetro de 2,300 kilómetros, sus 220 grados centígrados debajo de cero, su distancia de la Tierra de cinco mil novecientos millones de kilómetros, su apasionantemente oscura luna Caronte, que apenas tiene la mitad de masa que el ayer destituido planeta, Plutón es una roca gigantesca y muerta, un volátil monumento a la nada y un sombrío testimonio de la arbitrariedad que de los cielos siempre vino.

Su invierno, si se puede llamar así al período de congelamiento extremo, dura cien años nuestros y su viaje alrededor del Sol, siguiendo una órbita que es la más oval y errática del sistema, toma dos siglos y medio en medición terrícola.

Pero lo que más escalofría de Plutón es su atmósfera abiertamente envenenada y letal: gases de metano en trance de congelación, nitrógeno helado, nubes de monóxido de carbono, cielos sólidos en su invierno centenario y arrasadoramente gaseosos en los otros ciento cincuenta años de su órbita solar.

Hace sólo 28 años es que, gracias al telescopio Hubble, pudo descubrirse a la luna de Plutón, llamada comprensiblemente Caronte, como el viejo barquero encargado de transportar a los muertos a la orilla del infierno.

Antiguo satélite de Neptuno según muchas teorías astronómicas, Plutón debió sufrir un choque colosal con otro cuerpo –se supone que pudo ser Tritón, otro súbdito orbital de Neptuno–, resultado de lo cual surgió también Caronte, el pedazo más pequeño lanzado a los extramuros del sistema por la colisión.

Si el Sol es para Plutón apenas una luz mortecina, unos cuantos vatios sin ninguna esperanza en los abismos de la soledad, si Plutón, en suma, es un infierno helado y un Alcatraz de las inmensidades más remotas, ¿creen ustedes que nos habrá tomado en cuenta por haberlo ayer humillado desde la vana gloria de este planeta que enrumba a parecérsele?

jueves, agosto 24, 2006

Cuento chino para niños

Había una vez, al norte del ducado de Nunca Jamás, un país que lo tenía todo excepto dignidad. Los árboles de todas las especies daban sombra en sus bosques.

Las mejores aguas del océano ceñían su litoral. Los pájaros más hermosos cantaban en los tejados de sus casas. Y el oro y la plata atestaban los entresijos de sus montañas mientras que todos los climas hacían variable su anchísimo paisaje.

Por eso es que en ese país todos los cielos estaban disponibles para la vista, desde el grisáceo de su costa hasta el límpido y mojado de su selva.

Pero ese país tenía un problema: no conocía la palabra dignidad. Y como no la conocía, no podía tenerla.

Unos decían que esa palabra se había perdido en el glorioso naufragio de un marino y su tripulación, algo ocurrido aparentemente en 1879. Otros pensaban que había caído al fondo de una zanja abierta por algún terremoto.

Y hasta los había quienes aseguraban que la palabra había servido de amortización para el pago de la deuda externa en los comienzos del siglo XX.

Lo cierto es que ese país, al norte del ducado de Nunca Jamás, tampoco era que echara de menos la palabra perdida y el concepto esfumado por esa pérdida.

Digamos que se había acostumbrado a vivir sin esa palabra, a sentirse cómodo prescindiendo de su significado y a aprovechar esa ausencia para realizar algunas acciones que habrían sido imposibles si la palabra dignidad hubiese permanecido vigilando de alguna manera su conciencia colectiva.

Cierta vez, por ejemplo, llegó un príncipe del oriente lejano. El país que no conocía la palabra dignidad lo recibió con tambores y boato y le pidió al extranjero que lo gobernase.

El príncipe del oriente lejano miró con asombro a esa corte de solicitantes semiagachados. Esperando no quedarse demasiado tiempo en tan extravagante lugar, seguro de que hasta esos cortesanos encorvados por su vocación de servicio le dirían que no, dijo casi a gritos:

-Los gobernaría sólo si ustedes se declararan esclavos. Y entonces los cortesanos encorvados se declararon esclavos, abolieron la asamblea en la que a veces discutían las nuevas normas, mataron a su rey esa misma tarde (por la espalda) y declararon amo de todo lo inmóvil, semoviente y humano al príncipe del oriente lejano.

Ni corto ni perezoso, el príncipe se declaró emperador, hizo que su guardia pretoriana mandase por encima de cualquier otra autoridad y saqueó todo lo que pudo ese país que no tenía dignidad.

La plata, el oro, los árboles con todo y raíz, los pájaros con sus respectivos tejados, trozos de cielo, kilómetros de mar en pleno oleaje, todo lo imaginable fue embarcado en grandes cajas rumbo al país de origen del emperador.

Cuando el emperador del oriente lejano se cansó de robar, de estuprar, de matar, de burlarse de aquel país sin dignidad que le había entregado toda su confianza, cuando hasta el placer de hacer lo que quisiera ya no era suficiente, entonces se mandó a mudar con su séquito diciendo que iba a una reunión de pueblos sin dignidad en donde se discutirían cosas muy importantes que sólo él podría entender.

–Por supuesto, su majestad –dijeron los cortesanos, cada vez más jorobados por su carencia de dignidad.

El emperador no regresó. Cuando en la corte de inclinados congénitos alguien preguntaba por él, de inmediato otros callaban al temerario diciendo:

–El emperador del oriente lejano no nos va a defraudar. Regresará a seguir pisoteándonos, que ese es nuestro destino.

Y los demás asentían con un murmullo que cualquier entomólogo habría aplaudido.Un día, sin embargo, tal esperanza tuvo que desvanecerse. Una paloma mensajera trajo, después de semanas de viaje, el sobre lacrado conteniendo la renuncia del emperador. Eran unas breves líneas secas y despectivas en las que el emperador se desvinculaba para siempre del país que no conocía la palabra dignidad.

Los cortesanos, gibados hasta lograr que sus cabezas se acercaran al suelo, lloraron por unanimidad y decretaron semanas gimientes de duelo nacional. Pocos años después, sin embargo, al emperador se le ocurrió regresar.

Arrastrados que habían sido acompañantes de sus asesinatos, raffos de tocino hervido, cuculizas procaces, moyanos de sanguaza, farahs abyectos, romeros de a sol, se reunieron en la plaza a gritar vivas y a tocar tambores y a bailar las danzas del consentimiento que tan bien les había enseñado a bailar el emperador.

Y mientras el emperador se alistaba para su retorno, el país que no conocía la palabra dignidad aliviaba su impaciencia aplaudiendo la candidatura de su hijo Kenyi a una de las regiones más importantes de ese país asombroso que había extraviado en algún recodo –y para siempre– la palabra que lo hubiese podido salvar.

miércoles, agosto 23, 2006

No se preocupe, doctor García

El doctor Alan García prometió revisar el TLC con los Estados Unidos porque lo consideraba apresurado e injusto.

El presidente Alan García piensa ahora que el TLC es justo y pertinente. Por eso ha nombrado a Hernando de Soto, que dice que al TLC no hay que tocarle ni un pelo, para un cargo fantasmal que perseguirá una tarea imposible: hacer que el TLC chorree a los pobres lo que la política económica del doctor García no podrá lograr.

Esto de Hernando de Soto es un sicosocial a dúo, un musical benévolo que vino de Broadway y estará en el Segura una breve temporada.

Porque la verdadera tarea del brillante Hernando de Soto, la única misión del autor de El otro sendero es ir a los Estados Unidos a presionar con su inglés bostoniano para que la firma del TLC de Toledo se cumpla, sí o sí, como decía el ex presidente y como dice, pero en privado, el doctor García.

El doctor García juró que la Constitución de 1979 era un palitroque a tumbar. Y no por capricho sino porque la vigente, la de 1993, había sido parto autoritario del fujimorismo.

El presidente Alan García piensa ahora que la Constitución de 1993 debe de quedar intacta, como el TLC con EE.UU.

¿Qué lo ha hecho cambiar? El cambalache del tango, la butifarra del Cordano, la vaina de Palacio, la vida en suma, que es sucesión de escamas y colores en las mudanzas de la trepadera política.
El doctor García pensaba en la campaña, y lo gritaba en los mítines con esa oratoria que estaba entre José Santos Chocano y Constancio C. Vigil, que los trabajadores estaban maltratados en el Perú. Y tenía razón. Por eso muchos trabajadores lo aclamaban: palmas, compañeros, a más calumnias más aprismo, compañeros.

El presidente Alan García piensa ahora que la propuesta honrada de Javier Velásquez Quesquén, la modesta propuesta que consiste en moderar levemente el mecanismo del despido arbitrario, es inoportuna porque la rabia ultraliberal babea en los periódicos que antes sirvieron a Fujimori.

Y esa rabia asusta, da escalofríos, asaetea. Porque le recuerda al Presidente el síndrome de la estatización de la banca. Y porque el presidente García ha creído que sus excesos populistas de 1987 deben de ser compensados con su derechismo culposo de hoy, su hayismo convivencial de estos días, su odriísmo implícito y su ravinismo matizado de Prialé.

De modo que en vez de haber elegido a un presidente hemos elegido a un trauma. Es un trauma travestido que imita a Lourdes Flores, que se encostala en sus vestidos de abadesa rivaagüerina y santa Rosita del pardismo inmortal.

Y ese trauma nos gobierna en el extremo opuesto del populismo izquierdoso, o sea en el derechismo miedoso que pasa la alcancía entre los mineros, nombra a Julio Velarde –hombre de las AFP– presidente del BCR, corrige malamente a Velásquez Quesquén –rescatado más tarde por Mauricio Mulder–, le dice a Valle Riestra que se olvide de la Constitución de 1979 y tiene a Mariátegui y Palacios como orientadores del proceso, uno que amenaza desde un diario que debería estar quebrado porque sus dueños no le han pagado a la Sunat desde los tiempos de Espartaco, la otra que pontifica desde el canal de los Crousillat secuestrado temporalmente por El Comercio y La República.

O sea que el trauma que nos gobierna será trauma pero no es tonto porque ahora, llegado a Palacio con un mensaje renovador, dicta la política que soñó Haya dictar cuando la riquería ya lo había convencido de que debía ser un manso cordero de la hacienda Montalván, sí, la de don Pedro Beltrán.

Con lo que se congracia con el APRA del búfalo Pacheco, que en paz descanse, y se desvincula del APRA del Haya renovador y del Cachorro Seoane torturado por las incongruencias.
Porque no se trata de decirle al señor Presidente que rescate al Haya marxistón de ayer, inaplicable hoy porque los desafíos son de otra índole.

Se trata de conservar un mínimo de espíritu centrista, un aliento de equidad y de justicia, una pizca de arrojo en contra de la “inteligencia” fujimorista que ayudó a vender y a hervir en pus el Perú que siempre despreciaron.

¿Para esto combatieron al fujimorismo? ¿Para seguir sus pasos? ¿Por eso los operadores de Jorge del Castillo están arreglando algunas cosas debajo de la mesa con los corsarios fujimoristas del Congreso? ¿Por qué no llaman, por fin, a PPK?Han transcurrido 30 días y casi toda la prensa no hace sino adular la edad de la razón que hoy doma a Alan García.

Sólo decimos que entre la sensatez advertida y la mentira que embosca a los crédulos hay una diferencia. Y para todos los efectos, en algunas cosas fundamentales, el señor Presidente ha mentido.

Aunque quizás no deba preocuparse: la novelista norteamericana Evelin Sullivan publicó en el 2001 El pequeño gran libro de la mentira, un ensayo ambicioso sobre la inveracidad a lo largo de la historia.

Blasfemamente, la señorita Sullivan nos recuerda que la advertencia primordial:
“Pero del árbol de la ciencia del bien y del mal, no comáis; porque el día en que comáis de él moriréis”, fue una mentira. La mentira de un padre que quiso asustar a su hijo para que no lo desobedeciera. La mentira de Dios, nada menos. No tiene entonces de qué preocuparse, señor Presidente. Usted no es menos que Dios.

martes, agosto 22, 2006

Bienvenido Mr. Foxley

Hoy es el día en el que Chile consolidará sus asimetrías con el Perú gracias al entreguismo impávido de Torre Tagle.

El señor Alan García, que casi no ha leído la historia del Perú, está feliz con bailar la macarena con la honorable señora Bachelet y con darle a su canciller García Belaunde plena autonomía para que baile la cueca del complejo de inferioridad con su pañuelito de apristón patagónico.
Pero veamos el asunto de los hechos concretos. Los cuadros estadísticos del economista Alan Fairlie, el único que ha alzado la voz sobre este asunto, son claros.

Perú exporta a Chile básicamente materias primas diversas y minerales en particular. El superávit reciente en nuestro comercio con ese país se explica por un solo producto: el molibdeno (como minerales de molibdeno y sus concentrados sin tostar), que fue el 61% de las exportaciones de Perú a Chile en el año 2005.

Aparte del protagónico molibdeno, el resto de nuestras exportaciones hacia Chile son aceites crudos de petróleo, aceite de hígado en bruto, zinc en bruto sin alear, plomo en bruto refinado, estaño sin alear y tres millones y medio de dólares en camisetas de algodón.

Chile, en cambio, nos exporta cosas más elaboradas, como productos químicos, papel y cartón, plástico manufacturado, gasolina de motores, nitrato de amonio, cátodos de cobre refinado, pañales y tampones, cigarrillos, preparados para bebidas no alcohólicas y un buen etcétera.

El interés de Chile es, por supuesto, conservar a largo plazo lo grueso de esta asimetría cualitativa, disimulando el inmovilismo estratégico con algunas concesiones tácticas que el doctor García pueda soltar entre los aplausos de sus chilenófilos simpatizantes.

Y, como dice Fairlie, si se tratara de modificar aranceles para liberar el comercio entre ambos países, bueno sería recordar que dichos aranceles ya han sido liberados.

En 1998 se liberalizaron 2,600 partidas del intercambio comercial Perú-Chile y en el año 2003 se hizo lo mismo con otras 2,440. Por lo tanto es un hecho que, en la práctica, tenemos un virtual acuerdo de libre comercio con el importante vecino del sur.

Ahora bien, en lo que va del 2006 el flujo de inversión chilena ha llegado a privilegiar tanto al Perú que nuestro país es, en este momento, la primera plaza de la expansión inversora chilena, con un 27%. Colombia ocupa el segundo lugar con 23%, Brasil el tercero con 18% y Australia el cuarto con 10%.

Siempre, y por razones que muchas veces tuvimos que padecer, fuimos importantes para Chile. Ahora somos vitales. No sólo por sus montos de inversión en el Perú sino porque el gas de Camisea, que debería abastecer el mercado interno, habrá de sacar del apuro energético a Chile.

Esto, por supuesto, si el doctor García sigue haciéndole caso al canciller de hielo (porque se derrite) que tiene al costado y con quien se le ve tan a gusto. Sí, el mismo que tuvo la debilidad mental de preguntar qué mano negra había detrás del triunfal anuncio de Chile de que la denominación de origen del pisco también era suya. ¡Ninguna mano negra, oiga usted, excepto la de la incompetencia y debilidad del Perú!

Según los datos de la Cámara de Comercio de Santiago de Chile –datos escrutados también por Fairlie– de 1990 al 2000 las inversiones chilenas en el Perú se habían repartido de la siguiente manera: 30% en industria, 37% en energía, 14% en bancos y financieras y 14% en comercio.

Hoy ese reparto ha cambiado y el monto global de la inversión de Chile ha llegado a ser de 4,500 millones de dólares. En el 2004, por ejemplo, el destino de la inversión chilena era: finanzas 37%, industria 25%, comercio 17% y energía 16%.

Para que ustedes tengan una idea de cuán importante es el Perú para Chile deberían saber que las últimas cifras disponibles, las del año 2003, señalan 295 millones de dólares en utilidades para Saga, 96 para Molitalia, 70 para Eckerd Perú S.A., 57 para Indeco S.A., 50 para Laive.

Y para ese año ya eran chilenas o tenían capitales chilenos las siguientes personas jurídicas: Diveimport, Tottus, Rosen Perú, Sociedad de Cartera del Pacífico, Inversiones Distrilima, Cerámica San Lorenzo, Ripley, Solución Financiera, Industrias Tricolor, AFP Unión, Peruplast, Americatel, Serbanco, Adexus Perú, Tech Park, Banco Solventa, Banco del Trabajo, Costa Perú, Boticas Fasa, Megafondo, Celite del Perú, Aetna International, Aetna Pensiones, Watt’s, Cinemark, Profuturo, AFP Nueva Vida, Editorial Enotria, Daewoo Electrónica del Perú, Profuturo AFP, Sociedad de Inversiones Valpo, Systral Perú, Corpora Tresmontes, Frutaroma del Perú, Dyno Nobel-Samex, Tramarsa. Para qué seguir.

Hoy el doctor García, que ha leído poco de historia, volverá a hablar de la razón del futuro y la fuerza de la proximidad.

Cuánto quisiéramos creerle. Pero si le creyéramos, si eso fuera cierto, si la proximidad nos juntase de verdad para los desafíos comunes, ¿por qué Chile sigue armándose y tratándonos como lo que siempre fuimos para ellos, es decir eternos perdedores?

¿Con qué pisco brindará el doctor García? ¿No será el Piérola de la guerra del Pacífico el que él admira?

lunes, agosto 21, 2006

Un país sin disco duro

Propongo a Carlos Álvarez como ministro. Él decía que los que no pensaban como Fujimori eran también una bomba de tiempo. Y lo decía en el canal del Estado, o sea en la acequia de aquellos tiempos.

Claro que no lo decía con esas palabras sino que lo profería con humor, parodiando cruelmente a quienes nos enfrentábamos a Fujimori, enlodando a los líderes de la oposición y lanzando lodo teledirigido por los orificios de su versátil humanidad.

Inimputable, prescribible y cínico, Álvarez encarna la pantalla de Baruch Ivcher con exactitud, la mentalidad criolla con talento y la capacidad de olvido con esmero. Es, por lo tanto, un buen partido, un ministeriable.

Propongo a Luis Bedoya de Vivanco como contralor general de la República. ¿Qué recibió 25,000 dólares de Vladimiro Montesinos? Pues él también merece el beneficio de la segunda oportunidad y el enema milagroso del olvido.

Propongo a Agustín Mantilla como presidente del Banco de la Nación. ¿Qué pecó gravemente y, al parecer, en nombre de otros? Sí, ¿pero por qué no habría de alcanzarle algo de esa amnesia con la que el Perú premia a sus mejores truhanes?

Y sigo proponiendo: Vladimiro Montesinos al INPE, Alfredo Jalilie a la embajada en el Vaticano, PPK modestamente a OSINERG, Beto Ortiz al ministerio de la mujer, Marco Antonio Arrunátegui al INABIF, Alfredo Bryce, el plagiario, al INDECOPI; y así por el estilo.

Porque este es el país que carece de memoria. Y, por lo tanto, carece de historia.Como los mamíferos guturales y bípedos que somos, los peruanos rebobinamos cada siete días nuestro almacenaje de experiencia, pues en eso consiste, más o menos, el asunto de la memoria.
Por eso podemos tropezar con la misma piedra y caminar en círculo con esa cara de sonámbulo que nos caracteriza. El Perú es un país sin disco duro.

Para decirlo como el filósofo Eddie Fleischmann: el “biotipo” del peruano es un Toledo preguntando quién es y dónde está, qué pasó en los últimos días, en las últimas semanas, en los últimos años.

El “biotipo” del peruano es un compadrito sin esquina rosada y atragantado sólo de presente.
Por eso seremos siempre reincidentes. Y la miseria moral que aquí campea demanda la terapia del olvido: el ladrón de ayer es hoy editorialista. El rufián de antier dicta hoy cátedra. La basura se recicla.

Por eso el punto de oro y sus vírgenes de quirófano. Por eso aquello de la segunda oportunidad y “a la tercera (que ya es la sexta) va la vencida”. Un champancito, hermanito, que si hasta Dios perdona ¿qué nos queda a nosotros?

domingo, agosto 20, 2006

Elogio del fracaso

El éxito suele ser el espejismo del hoy. Muchísimos fracasos son la posteridad del mañana. Vallejo no sólo murió en la miseria sino también en el ninguneo. Un gramo de la fama de Clemente Palma hubiera querido el cholo Vallejo en el París con aguacero y pescuezos de pollo como cena.

¿Y quién es Clemente Palma? Un célebre devorado por el tiempo, una estatua de arena.
¿Y quién es Augusto Aguirre Morales, el de “El pueblo del sol”? Una posteridad de serpentinas que el tiempo se llevó.

¿Y quiénes son Lora o Sassone, titanes literarios de su ayer? El éxito es un malentendido y el fracaso, un veredicto oscuro.

Por eso yo aprecio a los que no salen en la tele, donde salen los que no tienen qué decir aunque lo digan de modo inmejorable.

Amo a los tímidos y a los que jamás serán molestados por un autógrafo. Siento una infinita ternura por los tartamudos, los que agachan la mirada ante la agresividad, los que no encuentran las palabras para declararse a la mujer que los sobresalta, los despedidos de turno, los desheredados de terno lustroso.

Los que pudiendo gritar de rabia hallan la calma, los que miran a los lobos sin envidia, los engatusados por genealogía, los descendientes de las derrotas, los tataranietos de los colmos, los que se apagan en silencio, los que jamás entrarán al club Regatas, los carne de cañón.

Los cargadores, los últimos que jamás serán los primeros, los que están al medio de las colas en los hospitales públicos, los que ya no tienen mejilla que ponerle a la infamia, los que conservan la esperanza tomando un kirma aguado en la mañana, las mujeres que se quedaron tan solas como al comienzo.

Los hombres que lo perdieron todo, los que se creen poco y valen mucho, los que leen sin anteojos de cerca siendo présbitas, los que bajan desolados las escaleras del poder judicial, los que no aceptan que todo siga igual aunque todo siga igual desde que nacieron, las dulces mujeres que toman una sopa knorr sirviéndose de los bordes del plato, los palestinos que sólo saben de metralla.

Hemos creado un mundo donde el éxito, determinado por un consenso, por lo general imbécil, es la meta y donde el fracaso es una fosa común para todos los demás. Si alguien es demasiado crítico, o demasiado creativo, o demasiado loco, o demasiado preguntón, es rechazado por los empleadores de mayor cuantía.
Y esto es así porque eso de la era de la información es un cuento de chino opiómano. Al contrario: mientras más reduccionista sea tu cultura, mientras menos informado estés, mientras más ignorancias contengas, mientras más prejuicios te dominen, te irá mejor en la “era de la información”.

De allí el divorcio entre tecnología y humanidad, entre innovación y valores. Nos llenan de artefactos inútiles para distraernos mientras lo mejor del esfuerzo técnico se desarrolla en laboratorios de la muerte.
Cómo matar más rápido y económicamente, cómo diezmar sin bajas propias, cómo devastar sin esperar respuesta: tales son las metas científicas a las que se les dedica la mayor cantidad del dinero que los Estados Unidos imprime con cada vez más impunidad fiscal.

De tal modo que me pregunto: en un mundo donde la mayor parte de los libros son prescindibles, donde la literatura preferida es la de los aeropuertos, donde la ciencia mayor se dedica a perfeccionar el crimen, donde el desarrollo produce desempleo y la globalización mata las singularidades, en ese mundo que desprecia a sus mejores mentes y adora a Shakira, en ese mundo mandado hacer por idiotas belicosos, ¿qué es éxito y qué es fracaso?

¿Será un éxito adocenarse en una corporación de grandes sueldos? ¿Será fracaso ser consecuente con lo que se piensa y ser relegado?
¿Será éxito decirle sí a Bush y a los suyos? ¿Será fracaso ser apaleado a las puertas del Banco Mundial? ¿Será éxito ser como esos columnistas liberales a los que no les cabe ni la menor duda?

¿Será fracaso cuestionar este fandango? ¿Será éxito ser una callejera del periodismo y subirse a todos los carros del poder? ¿Será fracaso ser despedido por los callejeros del periodismo por reservarse una opinión?

¿Será éxito no tener compasión social? ¿Será fracaso llorar a solas por las ballenas que los japoneses siguen matando? ¿Será un éxito soñar sólo con dar órdenes?¿Y fracaso será recibirlas sin hacerles demasiado caso?

sábado, agosto 19, 2006

Orgasmo e Iglesia

El orgasmo es la fiesta de los sentidos. Fue una palabra prohibida para las mujeres y no usada por los hombres en una sociedad que, siguiendo al cristianismo, puso al cuerpo en la celda de los castigos.

Para la religión mayoritaria en esta comarca el cuerpo es la residencia del pecado original y el origen y destino de la maldad. Es algo que llevamos a cuestas, un saco de carnes y huesos que la muerte hará descansar y que la mortificación disciplinará.

Las pinturas religiosas con desnudos exhiben el cuerpo matronal de las paganas o el levitante de los angelitos con la certeza de que esos cuerpos no significan nada en sí y que son tan sólo envolturas del espíritu, como si la metáfora del barro primordial del que estamos hechos nos dijera que jamás abandonaremos ese linaje degradado.

Si el cuerpo es el mal, el goce del cuerpo es la falta mayor. ¿Por qué el placer y el cristianismo siempre riñeron? Muy sencillo: porque la creación de la culpa como fundamento del miedo demandaba esa autoabominación. Sin culpa no hay miedo y sin miedo no hay Iglesia.

Sobre el caballo de la culpa original la Iglesia ha cabalgado dos mil años. Dos mil años persiguiendo el placer mientras se ejerce el sádico placer de mandar no es poca cosa. Sobre todo cuando de mandar a la hoguera a los gozadores se trataba.

De la obra de Erich Fromm es perfectamente deducible que nada supera en narcisismo a la Iglesia católica, endogámica por naturaleza, blindada por sus dogmas, autosatisfecha hasta cuando pide perdón por sus errores.

La lucha eclesiástica en contra de la sensualidad no contrariada fue siempre extrema así como fue cómplice la posición del catolicismo respecto de la violencia.

La llamada indulgencia plenaria, es decir el perdón de todos los pecados, fue otorgada por los papas Alejandro II (año 1063) y Urbano II (año 1095) a todos los participantes de las Cruzadas aun antes de que estos partieran a matar moros por toneladas.

No al placer y sí al exterminio de los infieles. Se comprenderá que una religión así pueda considerar al sexo una inaceptable jurisdicción de la libertad. Porque una religión de estas características no puede aspirar a otra cosa que no sea la sumisión mental y el suicidio de toda racionalidad.

Y, desde luego, también a la renuncia a la soberanía individual expresada en la castración por mano propia de todo asomo público de goce. Por eso es que la palabra maldita es orgasmo, el viaje que Satán nos propone para contento de la carne, el tour del diablo hacia el centro medular.
El orgasmo es el olvido momentáneo del barro patriarcal del que venimos, la cima de todos los sentidos, la tormenta perfecta del sistema eléctrico que en el fondo somos.

Su persecución resulta clave para quienes aspiran a conservar el imprimatur de los libros y la censura de los cuerpos reteniendo para sí el derecho de juzgar cuando un coito puede tener la aviesa meta de no añadir un ser humano a la población.

Para Reich, la función del orgasmo sería, fundamentalmente, la de evitar la neurosis. Ya Freud había maridado la incapacidad orgásmica con la neurosis de angustia. Reich llegó a escribir: “No hay un solo neurótico que tenga esta capacidad” (la de disfrutar sexualmente).

De allí que sirva a la neurosis colectiva la sensación creada por la prensa más amarilla al asociar, casi siempre, el sexo con lo peor y más perverso de la especie.

Es un triunfo del oscurantismo castrador convertir en sinónimos sexo y paidofilia, sexo y asesinato, sexo y violación. En suma, sexo y muerte. Es como decir que como hay infecciones gastrointestinales epidémicas deberíamos prescindir del estómago.

Y cuando los cronistas de dos por medio hablan de que algún depravado “sació sus bajos instintos” no se sabe si ese modo de frasear alude a lo bajuno de la perversión o al hecho de que los genitales estén debajo del vientre.

El orgasmo es la idolatría pagana menos extirpable y, por lo tanto, más peligrosa para las jerarquías de lo oscuro. Cuando se ama la naturaleza deja de ser un enigma, dijo alguien. Y es cierto.

La función del orgasmo es recordarnos nuestra sociedad con la lluvia y el pasto, con el relámpago y las erupciones, con las manadas y las avenidas de los ríos. El orgasmo es el puente insuperable que nos une con los latidos, también desordenados, de la tierra.

Para quienes persiguieron a los heliocentristas y mandaron quemar a quienes descubrían la materialidad de la circulación sanguínea es lógico que la naturaleza sea el gran adversario.
Anatole France señaló con el énfasis que le era habitual: “No hay castos; sólo hay enfermos, hipócritas, maniáticos y locos”. Y eso que en los tiempos de France el Opus Dei no había sido fundado.

viernes, agosto 18, 2006

La izquierda cadavérica

La izquierda tradicional peruana es un cadáver insepulto. No ha habido entierro ni nota necrológica pero ahí está el cadáver nada exquisito de esta sucursal andina del marxismo.
El problema es que es un cadáver que escribe en los periódicos (largas sábanas), pontifica desde su enésima derrota electoral, añora el muro de Berlín y sigue pensando que Stalin fue en un momento necesario.

Es la izquierda que no puede decir que Castro es un tirano impresentable y que sigue pensando que basta con ser antiimperialista para recibir la bendición popular y la impunidad en olor de tumulto arreado por el miedo.

¿No sabe acaso la izquierda nacional que nadie puede aplaudir la falta de libertad, a excepción de los esclavos intrínsecos y los caídos del catre, que felizmente siempre son minoría? Pero basta la foto de una multitud convocada por los CDR cubanos para que la izquierda criolla finja creer que el demorado dictador sigue siendo el libertador de su pueblo.

Como se sabe, los CDR, Comités de Defensa de la Revolución, se crearon originalmente para defender a la revolución de las criminales provocaciones norteamericanas pero, con el tiempo, se convirtieron en células de delación auspiciadas por el Ministerio del Interior.

Si los esbirros de Batista pagaron en cárceles y ante paredones sus crímenes, no quiero imaginar cuál será el final –ojalá que judicial– de los esbirros y esbirras de los CDR.

Muchos de estos ex embajadores del Kremlin, muchísimos de estos hijos de la firmeza totalitaria de la Stasi, un montón de estos cubanistas que terminan en el Tropicana tarareando algo de Benny Moré con su mojito cerca (todo invitado), ni siquiera han tenido la decencia de pedir perdón a las masas que quisieron secuestrar.

Ni perdón ni autocrítica ni nada. Ni explicación alguna de por qué setenta años de sovietismo terminaron en un borracho, primero, y en un asesino, después. Y por qué setenta años de pedagogía leninista produjeron la mafia sombría que hoy gobierna lo que queda del centro imperial.

O por qué las fuerzas armadas chinas, custodias eternas del socialismo del campo, aceptaron tan fácilmente su papel actual de guardianes de la bolsa de Chanjai.

Todo era una farsa. La industria óptica de la RDA era una mentira; los crímenes del fusilado general Arnaldo Ochoa, otra mentira; mentira era la felicidad de los pioneritos búlgaros; mentira la prosperidad del CAME; mentiras las estadísticas de los servicios sanitarios de Hungría.
Mentira, en resumen, el universo de espectros anuentes que mostraban las películas, mentira las máscaras que escondían el terror y mentira el discurso del presidente afgano impuesto por los soviéticos en 1979 luego de asesinar a su antecesor.

La izquierda criolla está prófuga de toda explicación. No ha llegado a ninguna conclusión importante tras la implosión del imperio que encarnaba sus ideas. Ni siquiera se avergüenza de que sean Kim Jong Il y Fidel Castro los sobrevivientes del Serengueti marxista.

Un payaso nuclear y un patético dictador de tintes caribeños se abrazan a la vela del naufragio y aquí la izquierda sigue con su agenda vieja, su cuaderno Loro de paporretas, sus ideas amarillentas sobre la igualdad y su Robespierre podrido en el closet.

No aprendieron nada y no sacaron lecciones. Ni están interesados en aggiornarse ni se enteran de los nuevos desafíos. Claro, como jamás enfrentaron de verdad los viejos retos, ¿por qué habrían de aceptar nuevas preguntas? Jamás se pronunciaron por la libertad como requisito moral de todo socialismo.

Jamás admitieron que la dictadura de una clase devendría dictadura de un comité central. Nunca condenaron los crímenes masivos del estalinismo. Y de la veneración servil a Mao, otro inmenso asesino, salió la hiena Guzmán a combatir las ideas con cadáveres.

Sé que es difícil mantener la calma en una sociedad como esta. Sé también que el atajo de la violencia se justifica cuando se cierran las puertas de la libertad. Pero la ira que cambia las cosas es algo muy diferente a la sublevación que derroca una dictadura temporal para crear una vitalicia.

Una policía corrupta sustituida por una policía siniestra es la salida que encontró el castrismo para perdurar. Unas fuerzas armadas degeneradas por Batista fueron cambiadas por unas fuerzas armadas que acribillarían multitudes si su jefe así lo ordenase.

¿Y para esto tanto Marx y tanta Luxemburgo, tanta Vannessa Redgrave y tanto Canto General? ¿Para que venga un barbudo y haga de una isla una comisaría? ¿No es por lo menos una vulgaridad? La izquierda peruana es un fantasma que recorre Europa (de vacaciones).

jueves, agosto 17, 2006

Los plagiarios

Los plagiarios son comunistas de la mente, anarquistas del copyright, cooperativistas en expansión de la propiedad intelectual.

Su lema, cuando se ponen clásicos, es “nihil novi sub solem”, o sea que no hay nada nuevo bajo el sol y si tú me prestas tu crónica yo la puedo chancar y si no me la prestas también la chanco y si me prestas un capítulo y me apellido Bryce (y tengo la anuencia de la culturita limeña, la que plagia al New Yorker y cree que Carver es tremendo escritor) pues te devoro con ganas, con puntuación te como y le pongo mi nombre al banquete de gorra y encima me hago la víctima (entre hipos), la víctima dos veces (más hipos), que conmigo no se mete El Comercio, que plagia desde el siglo XIX.

Y con ese cuento de que no hay linderos ni tarjetas de propiedad ni patentes sino la patente de corsario a la que te lleva el ocio y la cumbiamba, los plagiarios matan a los corderitos del diario decano y luego salen a decir, misma China Tudela, que se olvidaron de citar correctamente cuando fue la crónica entera la que se tiraron y lo que tenían que hacer no era citar sino pagar.
Y pedir perdón por conchudos porque ni la Maripi ni la Martha son capaces de hacer eso que hizo la China cochina y ahora me pongo a pensar si la Tudela no será también un secuestro creativo, una choreada genial de algún personaje insinuado por Billiken en un número perdido.
El plagio es un arte que no conoce de imitadores sino de profesionales. En el caso que comento (el de Lima Bizarra), la cosa ha quedado al descubierto por presión de los plagiados y no por la voluntad del periódico para el que tres de ellos colaboran.

Porque aquí el plagio no mata sino que engorda, no descalifica sino que engrosa la hoja de vida de la sinvergüencería y los miembros de la culturita (la que festeja los hipos) son diestros en tapar a los suyos y en echarle arena a la pichi del gato.

–Qué buen criollo –parecen decir los pares de Alonsito Alegría, que plagió a los malos y por eso parió ese defecto llamado El puente sobre el Niágara, que es su más importante contribución a la historieta del teatro, al vodevil involuntario y al ridículo universal.

–¡Se la hizo, qué bueeena! –parecen decir las culturosas que creen que el tal Thays es crítico de libros cuando en realidad es tenedor de libros, mermelero de oficio, cantamañanas por la noche y tebeciano tan sólo en apariencia (felizmente).

Si te robas una bicicleta, vas preso. Pero si te robas el capítulo de un libro, como hizo Bryce con Morote, y lo publicas a toda página en El Comercio, aquí no pasa nada porque El Comercio se encarga de cubrirte y tu fama de limpiarte y la claque que te aplaude de enfadarse y ahuyentar al contralor, o sea a la división de delitos contra el patrimonio de la PNP.

Cuando un libro se convierte en cuerpo del delito, cuando un artículo deviene prueba judicial, estamos ante esa atribución de lo ajeno llamada benévolamente plagio.Hay escritores que viven de ese cuento y pasan años saqueando ideas, volteando parrafadas, borrando huellas y cosiendo sus collages de juzgado de guardia con tanta minuciosidad que da ganas de aplaudirlos.

Sus libros son monstruos con tornillos en el pescuezo, miembros venidos de distintos cuerpos (de redacción) y andar prestado. Como aquí pocos leen y la crítica, con un par de excepciones, es un asunto de amigos y una trata de blancas, nadie lo denuncia y el tipo se la pasa de “préstamo” en “préstamo” hasta la última letra de su “producción”.

En un país que mendiga para levantar una biblioteca nacional que, una vez levantada, no atiende al público por falta de presupuesto, es lógico que el crimen cultural no esté tipificado y que Indecopi sólo sirva mayormente en los casos en los que el cogotero es una empresa y el botín un logotipo o algo por el estilo.

Y no estamos hablando de minucias. En Argentina, en el 2001, se movieron 120 millones de dólares por derechos de autor. Claro, Argentina pertenece a la civilización, a pesar del peronismo y de Videla, y Perú está, en cultura, al nivel de Bunga Unga, que es un país que no existe pero que es imperativo inventar para mandar allí de embajadora a la prologuista que autografía los libros que introduce.

Evelin Sullivan nos recuerda en un libro que el autoengaño tiene para Freud una base médica y no moral y que es inevitable para todos los seres humanos pero protagónico en la neurosis. Esto puede ser un atenuante pero no una disculpa, porque en nombre de la neurosis no puedo llevarme la moto del señor de enfrente diciéndome que es mía.

Es curioso, por lo demás, que la palabra plagio tenga al mismo tiempo el significado de secuestro criminal o rapto. O sea que si la banda de los destructores secuestraba empresarios, la banda de la China se lleva a punta de pistola nueve mil caracteres de aquí, once mil setecientos de la granja vecina y dieciseis mil de la de más allá y sale de la escena del crimen dando vivas a Zapata y chupando a pico un ron de combina.

O sea que la editorial de Lima Bizarra queda como reducidora porque compra lo robado y encima lo vende como si fuera la biografía de San Rafael. Y es curioso también que las excusas para la consumación de ese delito en su nivel literario siempre sean las mismas.

Una vez acusaron de plagio al mediocrísimo Alfredo de Musset y él contestó: “Nada pertenece a nadie, todo pertenece a todos; y es preciso ser ignorante como un maestro de escuela para forjarse la ilusión de que decimos una sola palabra que nadie haya dicho antes. Hasta el plantar coles es imitar a alguien”. Va para ti, China.

Distinto fue el caso vergonzonsísimo de Ramón de Campoamor, famoso poeta romántico español. Como nos lo recuerda Vicente Vega en su Diccionario Ilustrado de Anécdotas, en 1836 Campoamor fue acusado con pruebas de haber entrado a saco en la obra de Víctor Hugo y haberse llevado de tan vasta hacienda por lo menos “un centenar de frases, pensamientos y sentencias” del insigne francés.

Campoamor confesó su falta y jamás pudo blanquearse la reputación. Bueno, es que la España de 1836, aunque en plena decadencia, todavía era un país donde la ética algo tenía que ver con la creación y donde la inteligencia solía estar distante del hampa. Aquí no.

miércoles, agosto 16, 2006

Los hijos de la derecha

Ayer, en radio San Borja, Ántero Flores Aráoz adelantó que está en pleno proceso de juntar fuerzas para renovar al PPC.

Y dijo también que si eso es imposible, lo que hará será fundar una nueva opción, un socialcristianismo modernizado que sea de centro y no de derecha, una DC a la chilena, un Copei ancestral venezolano, una DC alemana a lo Adenauer, una UDC española transicional e histórica.

Lo que quiso decir Ántero Flores Aráoz lo dijo claro y bien: o nos subimos al bus del cambio o nos quedaremos como viejas solteronas esperando en el andén equivocado al novio que no quiso venir (esas no fueron sus palabras, claro, pero el mensaje era el mismo). Y la única manera de airear la casa, a su entender, es trasladando el partido al centro de donde nunca debió salir.

De modo que Flores Aráoz se ha propuesto quitarle al PPC el miriñaque que lo deformaba, las fajas que lo esmirriaban, las cantaletas ciprianescas sobre el orden y la quietud de los cielos y ha decidido emprender una tarea que lleva varios años de retraso: crear un partido de centro de verdad, no uno de derecha que se dice de centro y no engaña ni a su abuelita, no uno súbdito de la banca y la gran minería sino uno de centro que proponga lo que conviene a todos y no sólo a unos cuantos.

Alguien dirá que ese partido ya existe y que es el APRA. Puede ser, aunque con el APRA nunca podrá saberse adonde podrá llevarlo la deriva y la corriente del Niño.

En todo caso, si así fuera, tendríamos entonces dos opciones de centro y habremos asistido a la hazaña de Flores Aráoz de rescatar de las garras de la derecha a un partido que sólo recordó a la Iglesia cuando el Opus Dei gobernaba el Vaticano, un partido que se fundó en una suite del hotel Crillón con el auspicio de Luis Banchero y que a lo largo de su historia ha reinado en todos los fracasos electorales imaginables excepción hecha de la alcaldía de Lima.

Porque las preguntas raigales del socialcristianismo siguen siendo las mismas y una sola: ¿Cristo era indiferente a las injusticias? ¿No propuso el fundador de estirpe divina una revolución contra la dictadura romana y la opresión local de la jerarquía judía?

¿No dijo que ningún rico entraría al reino de los cielos porque la codicia explica la riqueza y la mejor nobleza es la del espíritu? ¿Dónde se quedó Puebla? ¿En qué parte de la historia perdimos el mensaje primordial y nos dedicamos a parir ciprianis en vez de ejemplos?

Flores Aráoz quiere llegar al fondo del asunto y asumir el desafío de darle una plataforma doctrinaria al cambio inexorable. No será nada fácil en un partido donde sólo hay empresarios y mesocráticos que quieren ser empresarios, fuera de los cogollos locales o regionales que están siempre cerca de la fogata instalada.
No será nada fácil producir un debate de ideas con gente que no tiene ninguna. Y será menos fácil arrancarle por las buenas el poder a una cúpula que ha hecho del no pensar su verdadera vocación.

Esa derecha con tendencia al rigor mortis que encarna el actual PPC de Lourdes Flores no tiene ni siquiera la prestancia intelectual que le prestaban un Polar o un Ramírez del Villar.

Esa derecha es una momia que todavía firma cheques, una mala película de Bela Lugosi, el verdadero plan telaraña para la seguridad de las AFP. A mí me tinca que el PPC no es, en suma, un partido sino una fosa de lugares comunes.

El entorno de Lourdes Flores quiere explicarse la derrota de su lideresa por la campaña sagazmente maligna del APRA. Más les valdría que se preguntaran cómo hizo el APRA para tener un márketin de centro y, una vez llegado al gobierno, gobernar casi con el programa y la gente de Lourdes Flores, lo que no está mal si eso va a implicar estabilidad en las finanzas públicas.

Pero la derrota merece otra explicación. No se trató sólo de una candidata cacofónica sino de una impostura demasiado visible. ¿Alguien podía creer en los balbuceos patrióticos de Woodman? Nunca el empresariado fujimorista había llegado tan lejos. Y eso le costó la elección.

Pero la impostura de fondo era el desvanecimiento de todos los principios. El PPC terminó siendo, con el liderazgo de Lourdes, el Hizbolá de la Confiep, el brazo armado que disciplinaría la voracidad de la jauría en los repartos de la torta.

Para los ojos sencillos eso no era un partido sino una sociedad de responsabilidad limitada. ¿Tenía eso algo que ver con el socialcristianismo? Por supuesto que nada.

Es hora entonces de que los que visitaban a Montesinos y vendían o compraban los terrenos del Jockey Plaza entiendan que el PPC no es la terraza del hipódromo el día del clásico ni el papel cuché de Cosas con todas las amistades en Los Cóndores.

Si gente como Humberto Lay tiene alguna perspectiva de crecimiento es precisamente porque muchísima gente se hartó de tomar el consomé de nada del PPC. Si la hipocresía oliese, el local del partido lourdesista sería el más aromático del mundo. La naturaleza de ese aroma es algo que dejo para una próxima discusión.

martes, agosto 15, 2006

Qué aburrimiento

Ser aburrido es un signo de prestigio en algunos círculos intelectuales. Se cree, desde esa perspectiva, que la prosa debe ser oscura y que la poesía debe parecer una mala traducción del bengalí.

Un ejemplo globalizado de esa oscuridad premeditada es Julio Ortega, un ensayista tiznado que ha hecho de las sombras un gran negocio en Estados Unidos.

Autoexportado como producto no tradicional desde su Cabana probable, Ortega ha extremado hasta el retorcimiento acrobático eso de escribir enredado para parecer inteligente.

Sus párrafos son ladrillos de erudición solapera, el humo que rodea sus insoportables ensayos es espeso, sus conceptos son obviedades recicladas y la música de esos ensayos umbrosos es un eterno adagio donde la palabra inmanencia no puede fallar.

Ortega no escribe sino que dirige su propio teatro negro de Praga. Como la cosa ya no le funcionaba aquí se fue a los Estados Unidos, donde su éxito ha sido indiscutible entre los académicos naif y las estudiantes que tienen ojos azules y cuerpos de paz.

La oscuridad es el requisito inexorable para ser aburrido (aunque no el único).De más está decir que la brea que chorrea cada línea escrita por Ortega lo convierte en uno de los críticos más aburridos de la historia del idioma castellano, incluyendo en el ranking los ensayos de Amado Alonso sobre Neruda y las aproximaciones de Marcelino Menéndez y Pelayo a los heterodoxos españoles.

Si usted sufre de insomnio o de inquietud paranoide, una lectura de Ortega lo volverá catatónico por unas horas. Por eso se dice que Ortega es un escritor de cabecera.

Los chismes maledicientes de la diáspora peruana en los Estados Unidos afirman que, próximamente, los libros de este escritor inescrutable vendrán con miligramaje incluido, como cualquier Diazepán, y que una alianza estratégica con un laboratorio quizás lo pueda hacer rico, que es su verdadero sueño académico.

Como se sabe, el aburrimiento consiste en no tener idea del tiempo ajeno. También en considerar la claridad un enemigo a abatir. También un modo solemne de ser huachafo. También un modo de ser conchudo porque escribir en borrador es fácil pero hacerlo para que se entienda ya es una tarea de difícil pronóstico.

Hay aburridos escritos pero los hay también orales. Un aburrido oral notorio es Luis Bedoya Reyes, a quien las decepciones han dejado mudo pero que antes se pegaba unos discursos que parecían calcados de una versión de Las mil y una noches pero sin calatas ni decapitaciones, o sea sin nada que importara.

Bedoya podía hablar una hora y no decir nada. Podía hablar dos horas y no decir nada. Un día habló tres horas y tampoco dijo nada.

Al final su voz era como el arrullo de las olas después de haberte comido dos cebiches encervezados y lo único que quedaba claro de su mensaje es que el tipo tenía el carro en neutro y el dedito en ristre.

¿Cómo hizo Bedoya para no decir nada y ser tres veces candidato a la Presidencia?Pues por eso, precisamente. En el país que inventó el jarabe de lengua, el concepto al vacío, la mermelada tipográfica, el cuento chino, la visa mágica y el espárrago de coca, un tipo que habla sin decir es un tipazo.

Hay en el Perú una tendencia de lo más cursi a alabar algunos aburrimientos. Un ejemplo sonante de esto es lo que la crítica especializada ha escrito sobre Flores rotas, una película a la que parecen sobrarle no menos de 50 minutos y que tiene en largos pasajes el ritmo de una pieza doliente de viola interpretada por un agonizante.

Y, sin embargo, la crítica especializada la ha puesto por las nubes. ¿Será porque imita –sólo imita– las morosidades de Eric Rohmer? No lo sé. Sólo sé que no será la primera vez que los críticos nos encandilan con una película que tiene muchos méritos pero que está lejísimos de ser algo tan recomendable.

Es que, en general, el aburrimiento tiene prestigio social. Si en un congreso de intelectuales alguien dice cosas entendibles y las dice con energía, una atmósfera de sospecha se instalará de inmediato en el club de las bufandas sucias.

Pero si, en cambio, alguien usa el gótico de Huamanga para su desempeño, si ese alguien mortifica el idioma, deshace los significados, da el triple salto mortal lacaniano con patada a la luna, entonces los aplusos serán de pie y los bravos saldrán rugientes. Como que el aquelarre se ha completado. Como que el vómito de alquitrán ha alcanzado para todos.

Yo cuando me quiero aburrir leo a Mirko Lauer, que es la versión diaria y en chancletas de Julio Ortega.

lunes, agosto 14, 2006

El culto a la Muerte

Lourdes Alcorta es la voz que le hace dúo al doctor García, presidente del Perú. Lourdes Alcorta tiene la voz ronca de los boxeadores exitosos y ñatos, la voz de un Gene Autry gritándole a una recua en alguna pradera de Misuri.

Lo único que le falta a Lourdes para terminar de ser el aviso de Marlboro es un pitillo mordisqueado entre los labios.

Pero, en fin. A lo que íbamos es que Lourdes ha entonado, precedida por el doctor García, la canción de la muerte para los violadores, que no es, en realidad, una canción sino un himno gregoriano a la venganza de Dios, a la ira de Dios que tiene la cara de Alcorta y el sentido de la oportunidad del doctor García.

¡Dios nos salve! Dice el doctor García que él quiere la pena de muerte porque la prometió en su campaña electoral. Pero si esto fuera así, ¿por qué no cumplió con la libre desafiliación de verdad de las AFP? ¿Por qué no tiene la menor pretensión de cumplir con su promesa de regresar a la Constitución de 1979?

¿Por qué no está examinando, párrafo por párrafo, el TLC, como lo prometió en su campaña? ¿Y por qué le pide limosna a los mineros archimillonarios en vez de aplicarles la ley que rige en Chile, su país favorito? Él prometió el cambio tranquilo y lo que nos ha dado es el cambiazo de la orientación señalada en su campaña electoral.

No, no se trata de cumplir promesas. Se trata de darle carne a los leones, liebres a las Alcortas, restos a la trinchera norte del coliseo mientras Julio César sigue maquinando otros eventos para la distracción de sus súbditos.

¿O alguien recuerda al doctor García convirtiéndose en el candidato de la pena de muerte para los violadores? Nadie podría recordar tal cosa porque tal cosa no es cierta. Él fue el candidato que reorientaría el modelo económico hacia horizontes menos excluyentes que hagan el Perú un país menos explosivo.

Y al llegar a la presidencia se ha convertido en el mandatario aliado del fujimorismo –la mutua condonación está en marcha- y de Unidad Nacional, el frente al que había que impedirle llegar al poder por su conservadurismo recalcitrante según el doctor García candidato.

Entonces, para que todas las televisiones y las radios nos distraigan, para que todos los periódicos nos enfrasquemos en este asunto de la guadaña justa y la parca en papel sello quinto, para que en las calles no se hable sino de paredones chorreando sangre de alimañas, para lograr todo eso el Hollywood de Alfonso Ugarte nos lanza esta superproducción con la banda musical más famosa de los últimos tiempos: “Patria o muerte, entretendremos” cantada por el dúo García-Alcorta y con el respaldo técnico de Alpamayo Producciones.

¡Como si la pena de muerte no existiera en el Perú! Venimos de herencias sacrificiales y bárbaras, escarmentadoras y hemorrágicas. La pena de muerte era regocijo público durante el imperial gobierno de los incas y fue espectáculo de taberneros y chulos peninsulares durante el dominio del terror español.

La pena de muerte la convirtió Guzmán en asunto de masas y jirones de carne por montones y la aplicó el MRTA dizque selectivamente contra generales desarmados.Se aplicó a los periodistas de Uchuruccay, por ejemplo. Se aplicó a los sobrevivientes rendidos del Frontón. Se aplicó en Cayara y en Accomarca.

Se aplicó en La Cantuta con final de quemazón, en el Santa por la noche cada noche, en el Alto Huallaga sin testigos, en Huancavelica ahorrando municiones, con el periodista Ayala al estilo Cipriani, con el colega Bustos en el horno del cuartel Cabitos. Con los sobrevivientes rendidos y con las manos en la nuca de Lurigancho también se aplicó la pena de muerte.

La pena de muerte no disuade a ningún depravado. Más bien lo impulsa a matar para no ser delatado. La gente solicita la pena de muerte. Pues que el doctor García se ponga túnica y pase a gobernar como en la democracia griega del Ágora, por votación popular. La gente también desconfía mayoritariamente del TLC y, sin embargo, él lo va a aprobar.

¿A quién quiere engañar el doctor García? ¿A la periodista que el otro día maltrató en público haciéndola callar? ¿Le han dicho que debe ser como Bush, zafio cuando enfrenta preguntas difíciles?

¿Por qué nunca supimos quién daba las órdenes de aplicar la pena de muerte en el grupo de aniquilamiento aprista Rodrigo Franco? ¿No habrá sido Mantilla, el amigo del doctor García?
En ninguna parte del mundo la pena de muerte ha disminuido los crímenes mayores. Eso lo sabe el doctor García porque tiene ilustrado acceso a las estadísticas especializadas.

¿Por qué quiere el doctor García sacarnos del pacto de San José? ¿Quiere hacernos lo que no se atrevió a hacernos Fujimori? ¿Quiere que ningún peruano pueda acudir a una instancia internacional cuando vea violados sus derechos en el propio país? ¿O sigue pensando en los muertos que le debe a su conciencia y quiere cerrar el caso para todo propósito?

¿Lo visitan sus muertos, doctor García? ¿Vienen hacia usted con algunos agujeros, ladeándose y musgosos, atareados en sujetarse algún apéndice?China es el país que más aplica la pena de muerte. Y China está acusada por organizaciones internacionales como el movimiento Falun Gong de tráfico de órganos provenientes de los cadáveres de los ejecutados.

China ejecuta a 27 personas cada día. Diez mil al año. Y la pena de muerte en
ese país se aplica a algunos homicidios, al tráfico de drogas, al fraude fiscal y a la malversación de fondos. Como se sabe, la justicia en China está politizada hasta el tuétano y es de una crueldad que hace honor a ciertas leyendas.

En el boletín del año 2005 de Amnistía Internacional se cita el caso de la prisionera Ma Weihua, presunta traficante de heroína, que fue obligada a abortar para poder ser ejecutada ya que la legislación vigente prohibe matar a detenidas en estado de preñez.

Con China nos igualaríamos. Y con Estados Unidos, el país que en el año 2005 (ver informe de AI) siguió condenando a la pena capital a menores de edad y ejecutando a dementes, como fue el caso del esquizofrénico paranoide Kelsey Patterson, muerto por el estado de Texas el 18 de mayo; o el de Charles Singleton, ejecutado en Arkansas el 6 de enero del 2005 a pesar de sufrir agudas crisis de demencia agresiva. El país de Guantánamo, los vuelos secretos e intercontinentales de la CIA trasladando prisioneros, las torturas en cárceles clandestinas regadas en toda Europa.

El país que ha hecho del asesinato de los palestinos y del desprecio por el mundo islámico una política de Estado. Bastaría con que la estructura judicial que padecemos cumpliera su deber para que toda esta discusión fuese innecesaria.

Si las cadenas perpetuas se llevasen a cabo sin posibilidad de redención ni beneficios, si las cortes tuvieran el coraje de sentenciar en proporción y los sistemas de revisión de condenas fuesen implacables con los violadores-asesinos nadie estaría asistiendo a esta ópera china donde se intercambian insultos y obviedades.

Porque la cadena perpetua es una muerte social, la desaparición hasta su último suspiro, hasta su salida en ataúd de la prisión, del monstruo que nos hizo recordar de qué calaña puede ser el supuesto rey de la creación.

sábado, agosto 12, 2006

Celos como puñales

Siempre me viene a la memoria aquello de Juan Ríos de que el amor es el delicado tigre que en las venas despierta. Los celos son la bestia que acecha al tigre y que lo atacará por detrás, desde un árbol, aventajado.

Los tigres son delicados y la bestia es poderosamente traidora. Viene vestida de sombra y de sospecha y embiste lo que ve. Y si lo que ve tiene la paz de la serenidad, la bestia se ensaña y embiste con más fuerza.

Dicen los zonzos que los celos son la prueba del amor. Del amor propio, querrán decir porque los celos de la celotipia matan al otro y terminan matando al amor que dicen cuidar.
Detrás de los celos siempre hay un viento que los alienta y que nada tiene que ver con la imaginación autodestructiva del celoso(a). Es el caso de Otello, el celoso más notable de la historia.

Este general moro al servicio de la república de Venecia, casado en matrimonio interracial con Desdémona, este Otello musulmán –para que vean que desde Verdi el prejuicio estaba vigente– es instigado por esa síntesis de la maldad que es Yago, el verdadero monstruo de la historia.
Yago es el celoso primordial en el drama, el envidioso de Cassio que ha sido ascendido a capitán por méritos propios y a costa suya. Será Yago el que construya en Otello la convicción de que Desdémona y Cassio lo engañan y será la inseguridad permanente de Otello la que le ponga el puñal asesino en la mano aquella noche en que Desdémona morirá.

Alguien siempre alimenta a la bestia de los celos. Y ese alguien viene por lo general de las sombras de la medianía creída, de la mediocridad inconsciente de su mediocridad, de la opacidad que dice refulgir, del tugurio que se afirma palacete.

En el psicoanálisis, los celos delirantes –es decir los celos verdaderos– están determinados porque el celoso siente el impulso de ser él mismo infiel y proyecta en su pareja la tentación que a él lo persigue. Como siempre, el psicoanálisis convierte en máquina compleja lo que parece simplemente cinismo y canallada.

Y Freud añade un detalle inquietante: el celoso en extremo padece de una obsesión homosexual y teme, al fin y al cabo, que su mujer se entusiasme por el mismo hombre que en él ha disparado las alertas.

Shakespeare, el creador de Otello, se casó con una mujer mayor que él y tuvo tres hijos. Estoy seguro que desposó a Ann Hathaway para disimular su bisexualidad en el terrible Londres del siglo XVI y, además, para que los celos lo exoneraran por lo menos en su papel de cónyuge. Todo indica que la señora Hathaway estaba lejos de inquietar a los hombres.

En todo caso fue Shakespeare el autor de esa famosa e imperecedera frase: “¡Oh, qué hermosa apariencia tiene la falsedad!”, que podría ser la primera línea del himno de los celos. Porque el celoso padece la maldición de asociar, como tendencia, la belleza y la maldad.

Si fuera extensivamente coherente, el celoso tendría que patear las sinfonías de Brahms o los cuellos de Modigliani. Si una nariz perfecta es fuente de conjeturas en el celoso, unas tetas de nácar a lo Neruda pueden ser la certeza que conduzca al crimen.

El celoso mata porque antes ha matado su autoestima. Y sus asesinatos son, como los de la alianza anglo-norteamericana de hoy, preventivos. Mata para no ser dañado la próxima semana de sus barruntos negros.

A veces, también, mata para castigar el adulterio ya imaginado –y por lo tanto consumado–. Se transforma en pena de muerte encarnada, en ángel vengador que apuñala la traición, en justiciero que castiga la infamia que sus pesadillas predijeron y cumplieron.
Porque el celoso podría decir, como el conde de Villamediana: “Siempre tiene razón el sufrimiento”. Y como el que desconfía, según la frase famosa, invita a que se le traicione, el celoso, muchas veces, termina cornamentado de verdad.

Ese es el momento de los crímenes más espantosos. Ese es el momento, también, de la maledicencia regocijada. En la perspectiva deliciosa de Wilde la maledicencia es lo que se dice a nuestras espaldas y que resulta invariablemente cierto.

Los celos no son otra cosa que el sufrimiento que hace sufrir y la herida que sangra a los demás. No son festivos ni probatorios del amor. Son semillas de crimen nadando en sangre tóxica.
Al decir de Lope de Vega: “Son celos cierto temor tan delgado y tan sutil, que si no fuera tan vil podría llamarse amor…”.

viernes, agosto 11, 2006

Pobre 68, que nos amó tanto

“Sesentayochero” dicen los cruzados de hoy cuando quieren insultar a algún bicho raro que cree que el mundo debe y puede cambiar.

No importa que ese bicho sea un auténtico liberal o un socialdemócrata. Los niños conservadores de hoy, los niñatos de las empresas familiares, los hijos de la bolsa (o la vida) están convencidos de que el único mundo posible es el que complace a los Chenney y a los Bush, al estado mayor de Israel y al accionista principal de Pepsico, al idiota de Blair y al forajido de Aznar.
Se abalanzan sobre el 68 los dóberman del pensamiento débil, los hijos putativos de Popper, los caniches del fin de la historia, los nietos del mariscal Petain y de Maurras, los lectores de las bagatelas de Celine.

Se abalanzan sobre el 68 que es apenas una leve sombra, que está lejos, que es casi un recuerdo inofensivo. Pero no para ellos. Para ellos el 68 es la pesadilla de una ira atenta, un hastío con piedras en la mano, un modo de morir gritando que ya basta, que ustedes, los que cortan el jamón desde siempre, nos tienen hasta la coronilla con sus mentiras, sus modos de imbecilizar en mancha, su cielo de cartón y Berlusconi, sus Halliburton y sus Enron, sus mañas para hacer que Prodi sea lo mismo que nada y Lula casi lo mismo que nada y la masacre de Irak menos que nada en el mar de sangre donde nos ahogamos y el tormento de Líbano una respuesta en vez de una limpieza étnica, que eso es lo que hace cada día, desde el cielo, la metralla del Estado fascista de Israel.

Se abalanzan sobre el 68 con todos los titulares de los que son capaces. Quieren matar a un muerto, por si acaso.

No vaya a ser que los jóvenes deserten del mundo cretino y empiecen a pensar en otras cosas que no sea tirar, ver una peli de Hollywood, desechar la compasión por maricona, la decencia por ser pérdida de tiempo, la preocupación por los demás por ser un gesto de debilidad.

No vaya a ser que los chicos se sumen a los pocos desasosegados que se hacen apalear en Davos.
Embisten al 68 como si se tratara de un demonio siendo que el 68 es una foto amarilla, una película llena de raspaduras, un póster de desván. Pero los dóberman y los caniches ladran a su sola mención.

Hay varias razones para ello: el 68 les recuerda el miedo, el 68 les recuerda aquello en que se han convertido, el 68 les recuerda a los más jóvenes y enterados lo que podrían haber sido en vez de estos fantasmas con una X en la frente y un cementerio a la altura del músculo cardiaco.
A los del 68 nos disgustaba el mundo pero no la gente. Los del 68 amábamos como animales, gritábamos como descubridores, vivíamos al filo de la navaja, nos contradecíamos groseramente, leíamos hasta que los ojos nos sudaban.

Pero no había duda: estábamos vivos y éramos frecuentemente generosos y algunas veces veraces y, sin ninguna duda, estábamos vivos. ¡Estábamos vivos!No idealizo el 68. No era el camino enfrentarse a De Gaulle (a lo que De Gaulle representaba) con barricadas.

El camino era –ahora lo vemos claro– impedir el imperialismo de la vulgaridad que hoy padecemos, parar el cáncer de Hollywood, la metástasis de Los Ángeles hinchando los ganglios del mundo, impedir que las clases medias se hartaran de los charlatanes y empezaran su ruta hacia una cultura de la consolación, pelear en todos los foros en contra de la pasteurización de los medios de comunicación, luchar a brazo partido por la sobrevivencia de las editoriales pequeñas dedicadas a preservar el humanismo, etcétera.

La lucha debió ser práctica y no abstracta, es cierto. Y es cierto que algunos de los líderes del 68 fueron unos farsantes. Pero eso no quita que el 68 fue un ensayo colectivo de insurrección moral en contra de este mundo que persigue muchas veces a los mejores y deifica los pies de Ronaldinho.

El destino de Roma fue el de no percatarse de su ruina, tan abrumadora había sido su grandeza. El destino del hombre moderno es no darse cuenta del fuego que ya lo rodea, tan elefantiásica es su soberbia y tantos éxitos tecnológicos ha conseguido con la misma psiquis primitiva con la que cazaba jabalíes hace treinta mil años.