martes, octubre 10, 2006

Recuerde a Grau, almirante Giampietri

El almirante Luis Giampietri debe haber recordado el domingo, como todos los marinos peruanos, a Miguel Grau. Y habrá recordado, entonces, que Grau hacía prisioneros y rescataba náufragos y enviaba cartas de condolencia a las viudas de los jefes de la armada chilena caídos en combate.

Ese era Grau, el mismo Grau que, a pesar del consejo de todos, emprendió proa a Iquique sin haber hecho las reparaciones debidas en el Callao.

Porque a finales de septiembre de 1879 ya el Huáscar había hecho todas las proezas que podía esperarse de su capitán y el estado mayor aliado, todavía peruano-boliviano, demandaba que la mágica nave se tomara un descanso, limpiara fondos y curase las averías que el desgaste de los años y la intensidad de su aventura le habían causado.

No olvidemos que el Huáscar había sido adquirido en astilleros ingleses en 1864, a la luz del conflicto creado por el neoimperialismo español “y justamente para defender a Chile, conforme el pacto de alianza de Prado, todo lo cual fue echado al olvido por el país del sur a la hora de apoderarse de nuestro suelo”, según escribe Mariano Felipe Paz Soldán en su insuperable Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia.

No olvidemos también que el Huáscar tenía 300 caballos de fuerza mientras que el Cochrane y el Blanco Encalada, blindados chilenos construidos en 1875, tenían 2,920 caballos de fuerza. El Grau podía desplazar 1,300 toneladas. Los barcos chilenos podían con 3,560 toneladas.

El Huáscar tenía dos cañones Armstrong de 300 libras. El Cochrane y el Blanco Encalada tenían seis cañones de 250 libras, otros de menor calibre y ametralladoras para el combate cercano. La munición artillera de los blindados chilenos era de acero perforante, ventaja de la que también careció el Huáscar.

Y, sin embargo, este barco, ya anacrónico en 1879, llegó a jaquear y a desesperar a la arrogante armada chilena, al punto de que el jefe de la armada del sur, Galvarino Riveros, recibe del ministro de Guerra la orden de usar toda la flota para acorralar y hundir al Huáscar. En efecto, a la hora de la celada, intervinieron el Blanco Encalada, la Covadonga, el Cousiño, el Cochrane, la O’Higgins y el Loa.

¡La armada invencible en versión pirata! Chile sabía que, muerto Grau, el camino hacia la invasión de Lima y el saqueo de la odiada capital quedaría allanado.Habrá recordado el almirante Luis Giampietri que Grau murió, destrozado, cumpliendo su deber.

Para recordar cómo fue esa muerte digna que el destino juzgó inexorable recordemos las palabras de un periodista chileno, el corresponsal de guerra de El Mercurio, de Valparaíso:
”Los efectos del otro proyectil fueron todavía más terribles. Dando de lleno al lado de estribor de la torre de combate del comandante, hizo en ella un grande agujero y fue a azotar contra la pared del lado opuesto… Al comandante Grau… lo destrozó instantáneamente.

Todo lo que quedó de él fue el pie derecho y una parte de la pierna, algunos dientes incrustados en el maderamen interior, y menudos trozos confundidos con los hacinados restos de la torre. Eran las 9 y 32 de la mañana.” (Crónica publicada el 12 de octubre, vía telégrafo, por El Mercurio de la capital chilena).

Así mueren los que se asoman al mayor de los corajes: al del deber cumplido. ¡Y pensar que el Huáscar, agujereado por todas partes, acribillado desde todos los ángulos, resistió hasta las 10 y 55 de aquella mañana! ¡Una hora y trece minutos de resistencia admirable en la que se sucedieron, al mando de la nave mártir y luego de la muerte de Grau, Aguirre, Ferré, Rodríguez y Carbajal, todos muertos en su puesto de mando!

Dejemos que el corresponsal chileno de El Mercurio nos cuente el final de la historia:
“Al abordar al Huáscar el primer bote chileno (del Cochrane,nota del columnista) estaban todos los oficiales peruanos sobre la cubierta, pero ninguno de ellos entregó su espada, porque momentos antes las habían arrojado al agua.

Algunos de ellos, entre los cuales se cuenta el oficial de la guarnición, gritaban: ¡Los peruanos no se rinden! El capitán Peña, que iba animado de la intención de dejarlos en posesión de sus espadas, pues bien lo merecía aquella porfiada resistencia, les dijo en tono seco:

Tienen ustedes cinco minutos para embarcarse en el bote… Por todo el interior del Huáscar no se podía dar un paso sin tropezar con algún resto humano y materialmente se chapoteaba en la sangre…”

¿Qué pensaría Grau de marinos que matan a rendidos? ¿Qué pensaría de un compañero de armas tan valiente con los desarmados?

¿Y qué pensaría Grau de un gobierno tan netamente subordinado a Chile, no en nombre de la paz sino que en nombre de la cobardía y los complejos, esos complejos que Grau odió y contradijo con su muerte, esos complejos que el doctor García encarna con la más absoluta perfección, el papelote encarna con históricos precedentes, la TV encarna con su amnesia conveniente y la prensa, en general, encarna con su minuciosa ignorancia sobre el pasado? El contralmirante Grau nos mira y se avergüenza. Él también quiso la paz de los dignos.