¡Abajo la Unesco!
Me encanta el sentido del ahorro del doctor Alan García: es un homenaje al surrealismo, una quitada de sombrero a la imagen de Breton y un saludito a la cola del perro andaluz.
Ahora se le ha dado por cerrar embajadas y eso después de haber disuelto, de un plumazo, las agregadurías culturales que le dijeron que no servían, o sea casi todas según el saber de Joselo García Belaunde, el amigable Gasparín de Torre Tagle.
Que no tengamos embajadas en Ucrania, Jamaica, Serbia o Hungría ya resulta discutible si tenemos en cuenta que el ahorro es absolutamente simbólico.
Pero que el doctor García haya decidido ayer dejarnos sin embajada en la Unesco, con sede en Bruselas, es una cornada de bisonte americano a la memoria de Luis Alberto Sánchez.
Bueno, no sólo a la memoria de Sánchez. A la memoria del APRA culta que Sánchez representaba y que el doctor García se empeña en ofender con sus citas tergiversadas y sus autores traspapelados.
La Unesco es, como se sabe, el organismo de las Naciones Unidas para la educación y la cultura. Reagan odiaba la Unesco desde su carreta de vaquero rumbo a Misuri y su infinita incultura de escupidor de tabaco.
La odió tanto que la desconoció y se salió de ella cuando la organización cuestionó, con todo derecho, el orden informativo internacional, que es el orden de los ricos para engatusar a los pobres y el orden de los abusivos para adormecer a los abusados.
Bueno, veinticinco años después del comienzo de Reagan, el descendiente de Haya de la Torre –un hombre que se escribió con Albert Einstein y Bertrand Russell y que podía leer en alemán a Hegel– decide abolir nuestra representación ante el mayor foro cultural del mundo.
¿Cuánto es el ahorro? Algo así como doscientos mil dólares al año. ¿Soluciona esa cifra algún problema significativo? Ninguno. ¿Es ridícula? Sí, lo es. ¿Y, entonces, por qué García hace algo así?
Primero, porque el neurológicamente aproblemado canciller debe haberle dicho que de esa legación no sacamos nada y que la Unesco no sirve para mucho, que eso es lo que piensan Bush y su pandilla de cuatreros globales.
Segundo, porque hace rato que el doctor García tiene con la cultura la relación que con ella tiene la derecha, o sea ninguna.
Tercero, porque, en el fondo, García debe sentirse ahora liberado de las obligaciones que Sánchez le hacía recordar durante su primer gobierno. Al final de cuentas, ese viejo contaba a la hora de afinar ciertas decisiones: ahora la consulta es con Giampietri cuando está a tiro de cañón.
Cuarto, porque hoy el APRA es a la cultura lo que los cocodrilos a los ángeles, como decía el buen Nicanor Parra.
Esta vulgaridad que es hoy el APRA, esta traición beduina a la tradición que emparentó al partido de Haya con parte de la inteligencia provinciana, esta máquina de ganar elecciones, esta alianza de intereses en el estilo Partido del Congreso de la India, tenía que terminar cerrando la embajada del Perú en la Unesco.
Porque la cultura es intangible, no se inaugura, no da votos, no es buena para los noticieros, se desaconseja en época electoral –es decir, siempre–, no impresiona sino que aburre, no recluta a la bullanga de los arenales, no la entienden los que dicen “habíanos”, exige mucho más de lo que da, extenúa la sesera que debe estar fresca para pensar en el día a día, ya no prestigia en estos tiempos de gentita audiovisual y generación triple X.
No sirve, en suma, para las tribunas de las barras bravas que aplauden el chiche de la austeridad y que no saben qué diablos es la Unesco.
Pero yo siempre entendí que un líder no es quien sigue a las masas sino quien se hace seguir por ellas. Claro que para eso hay que tener mochila, cuaderno de bitácora y horizonte propios, no los que te preste la derecha.
Hoy el APRA es Verónica Zavala comiendo una hamburguesa doble mientras habla con Emilio Rodríguez Larraín de todo lo bueno que se viene.
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