Políticos desprestigiados
¿Por qué la política peruana está tan desprestigiada entre los jóvenes? Ensayo algunas respuestas. Porque la mayor parte de los políticos profesionales no cumplen sus promesas pero sí cumplen, de modo implacable, lo que jamás prometieron.
Porque esa gente quiere hacernos creer que se desvive por los pobres cuando, en realidad, aspira a ser rica, aupada en el poder gracias a los pobres diablos que pudo engatusar.
Porque en el Congreso el promedio de coeficiente de inteligencia podría aparecer en el libro Guinness, para orgullo de los orangutanes y del loro gris de Oceanía.
Porque en los partidos políticos, que viven dizque de la democracia, no hay democracia interna y la voz del amo suena más alta cuando de hacer las listas electorales se trata.
Porque ningún partido político declara quién lo banca, qué intereses representa, cuánto chinchín puso el hombre del oro, la corporación de los humos, el Banco del Espíritu Santo.
Porque la mayor parte de nuestros políticos ha dedicado su vida a trepar, entre intrigas y traiciones, en el palo ensebado de sus partidos, y hace años que no lee; lo que se demuestra a cada momento, a la hora de confundir autores –caso García metiéndose con Rubén Darío o llamando César Rodríguez al célebre César Atahualpa Rodríguez–, citar mal –caso Villanueva cuando masacraba a Antonio Machado–, o mantener la más absoluta virginidad neuronal –caso señorita Luciana León, que –o sea– está esperando un chorro de células madre para activar el frontis del cerebro.
He citado tres casos vinculados al Apra, pero eso no significa que la incultura sea monopolio de la calle Ugarte. En la izquierda nacionalista hay brutos de estatua, homenajes a Platero, imitadores espúreos de Rocinante a la hora del relincho con curul.
Y no se diga nada de la derecha, donde desde hace años la palabra cultura produce náuseas y mareos, los libros están prohibidos –excepto aquel de Bradbury donde las bibliotecas se quemaban- y una exposición de los impresionistas fundadores puede ser confundida con un congreso sobre nuevas rotativas.
La derecha no cesa, además, en su producción de ágrafos que escriben y afásicos que se creen Demóstenes: allí está, en un diario amigo, un jovencito apellidado Garrido, a quien conocí cuando era un cachorro inofensivo y que hoy es el Lay Fun del empresariado hereditario, alguien que cree que el socialismo es envidia y que el derecho de abusar de los trabajadores y vender laboratorios con trampa es parte de la monarquía absoluta que los pirañitas de las 4x4, o sea él y sus amigos, perpetuarán en el Perú como los borbones perpetuaron su bobería en la península.
Para abreviar, para muchos efectos política y traición son sinónimos. Política y cinismo suelen ser hermanones. Política y latrocinio van cogidos de la manita. Política e ignorancia se revuelcan en los hoteles suburbanos.
¿Qué no es cierto del todo?Nada es cierto del todo, pero lo que pasa es que en este país las excepciones permanecen calladas y lo que prima es la grita del promedio.
Y hace bastantes años que la inteligencia no se interesa por la política, como en los tiempos de Porras o Víctor Andrés Belaunde, para no hablar de Mariátegui.
¡Qué tiempos aquellos! ¡Qué debates, cuando las dictaduras no los interrumpían! Tuve un tío brillante y bueno –Américo Pérez Treviño–, expulsado junto a sus compañeros apristas de la Constituyente de 1932 y exiliado hasta su precoz muerte en Venezuela, que se perfilaba como toda una figura política.
Pero él venía de la inquietud literaria y fue a la política porque en ella estaban Luis Alberto Sánchez, Antenor Orrego o Alcides Spelucín, para citar sólo a tres luminarias de la intelectualidad aprista.
¿Quién puede sentir nostalgia por un país que no conoció personalmente o en los libros? Por eso es un crimen de leso pueblo no haber leído historia del Perú.Y allí están los analfabetos funcionales haciendo de las suyas.
Fernando Andrade, por ejemplo, lanzando su candidatura a la reelección después de que se hizo público que su hermano Gustavito extorsionaba a buscadores de licencia con complicidad del municipio. ¿Volverán los miraflorinos a apoyarlo?
¿Lo harán después de enterarse de que el denunciante que grabó esas vergüenzas ha sido enjuiciado por el municipio del señor Andrade bajo la aparentemente equitativa acusación de “corruptor”? ¿Aceptarán ese mensaje intimidatorio que da este auténtico mafioso de la política vecinal?
Y allí está el señor Jorge del Castillo, otra vez perdiendo las finezas que a ratos se impone y llamando majaderos y comunistas sin reciclar a los que no piensan como él en el caso de Chile. Bien basto el señor del Castillo.
¡Pero si fueron los comunistas los que precisamente inventaron eso del internacionalismo proletario, la supresión de las fronteras, la erradicación de las identidades nacionales y la dictadura global de una clase! O sea, lo mismo que el liberalismo global pero al revés.
Y cuando del Castillo llama a Carlos Ferrero hombre de sucesivas lealtades, está en lo correcto. Pero olvida que el ilustre fundador de su partido hizo lo mismo sin cambiar de camiseta: marxista, revolucionario, centrista, derechista, ultraderechista (con Julio de la Piedra), otra vez centrista y más tarde ambiguo en su silencio de hombre para la muerte y más tarde santificado en la superchería acrítica de quienes lo veneran porque terminarán siempre imitando su práctica de camaleón inmóvil.
Porque esa gente quiere hacernos creer que se desvive por los pobres cuando, en realidad, aspira a ser rica, aupada en el poder gracias a los pobres diablos que pudo engatusar.
Porque en el Congreso el promedio de coeficiente de inteligencia podría aparecer en el libro Guinness, para orgullo de los orangutanes y del loro gris de Oceanía.
Porque en los partidos políticos, que viven dizque de la democracia, no hay democracia interna y la voz del amo suena más alta cuando de hacer las listas electorales se trata.
Porque ningún partido político declara quién lo banca, qué intereses representa, cuánto chinchín puso el hombre del oro, la corporación de los humos, el Banco del Espíritu Santo.
Porque la mayor parte de nuestros políticos ha dedicado su vida a trepar, entre intrigas y traiciones, en el palo ensebado de sus partidos, y hace años que no lee; lo que se demuestra a cada momento, a la hora de confundir autores –caso García metiéndose con Rubén Darío o llamando César Rodríguez al célebre César Atahualpa Rodríguez–, citar mal –caso Villanueva cuando masacraba a Antonio Machado–, o mantener la más absoluta virginidad neuronal –caso señorita Luciana León, que –o sea– está esperando un chorro de células madre para activar el frontis del cerebro.
He citado tres casos vinculados al Apra, pero eso no significa que la incultura sea monopolio de la calle Ugarte. En la izquierda nacionalista hay brutos de estatua, homenajes a Platero, imitadores espúreos de Rocinante a la hora del relincho con curul.
Y no se diga nada de la derecha, donde desde hace años la palabra cultura produce náuseas y mareos, los libros están prohibidos –excepto aquel de Bradbury donde las bibliotecas se quemaban- y una exposición de los impresionistas fundadores puede ser confundida con un congreso sobre nuevas rotativas.
La derecha no cesa, además, en su producción de ágrafos que escriben y afásicos que se creen Demóstenes: allí está, en un diario amigo, un jovencito apellidado Garrido, a quien conocí cuando era un cachorro inofensivo y que hoy es el Lay Fun del empresariado hereditario, alguien que cree que el socialismo es envidia y que el derecho de abusar de los trabajadores y vender laboratorios con trampa es parte de la monarquía absoluta que los pirañitas de las 4x4, o sea él y sus amigos, perpetuarán en el Perú como los borbones perpetuaron su bobería en la península.
Para abreviar, para muchos efectos política y traición son sinónimos. Política y cinismo suelen ser hermanones. Política y latrocinio van cogidos de la manita. Política e ignorancia se revuelcan en los hoteles suburbanos.
¿Qué no es cierto del todo?Nada es cierto del todo, pero lo que pasa es que en este país las excepciones permanecen calladas y lo que prima es la grita del promedio.
Y hace bastantes años que la inteligencia no se interesa por la política, como en los tiempos de Porras o Víctor Andrés Belaunde, para no hablar de Mariátegui.
¡Qué tiempos aquellos! ¡Qué debates, cuando las dictaduras no los interrumpían! Tuve un tío brillante y bueno –Américo Pérez Treviño–, expulsado junto a sus compañeros apristas de la Constituyente de 1932 y exiliado hasta su precoz muerte en Venezuela, que se perfilaba como toda una figura política.
Pero él venía de la inquietud literaria y fue a la política porque en ella estaban Luis Alberto Sánchez, Antenor Orrego o Alcides Spelucín, para citar sólo a tres luminarias de la intelectualidad aprista.
¿Quién puede sentir nostalgia por un país que no conoció personalmente o en los libros? Por eso es un crimen de leso pueblo no haber leído historia del Perú.Y allí están los analfabetos funcionales haciendo de las suyas.
Fernando Andrade, por ejemplo, lanzando su candidatura a la reelección después de que se hizo público que su hermano Gustavito extorsionaba a buscadores de licencia con complicidad del municipio. ¿Volverán los miraflorinos a apoyarlo?
¿Lo harán después de enterarse de que el denunciante que grabó esas vergüenzas ha sido enjuiciado por el municipio del señor Andrade bajo la aparentemente equitativa acusación de “corruptor”? ¿Aceptarán ese mensaje intimidatorio que da este auténtico mafioso de la política vecinal?
Y allí está el señor Jorge del Castillo, otra vez perdiendo las finezas que a ratos se impone y llamando majaderos y comunistas sin reciclar a los que no piensan como él en el caso de Chile. Bien basto el señor del Castillo.
¡Pero si fueron los comunistas los que precisamente inventaron eso del internacionalismo proletario, la supresión de las fronteras, la erradicación de las identidades nacionales y la dictadura global de una clase! O sea, lo mismo que el liberalismo global pero al revés.
Y cuando del Castillo llama a Carlos Ferrero hombre de sucesivas lealtades, está en lo correcto. Pero olvida que el ilustre fundador de su partido hizo lo mismo sin cambiar de camiseta: marxista, revolucionario, centrista, derechista, ultraderechista (con Julio de la Piedra), otra vez centrista y más tarde ambiguo en su silencio de hombre para la muerte y más tarde santificado en la superchería acrítica de quienes lo veneran porque terminarán siempre imitando su práctica de camaleón inmóvil.
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