viernes, agosto 25, 2006

Qué le importará a Plutón

Desde su helada soledad, Plutón debe haberse burlado de la degradación de la que ha sido víctima. Qué le importará a Plutón que unos bobos en la Tierra, este planeta condenado por la Shell y los Bush a morir intoxicado, lo hayan declarado asteroide, vana cosa remota, celeste cojudez.

Plutón fue siempre conflictivo y quiso permanecer misterioso al ojo humano todo el tiempo que pudo. Nunca le importamos.

Como se sabe, el astrónomo norteamericano Percival Lowell lo intuyó por ecuaciones matemáticas pero no pudo confirmar su existencia.

Lowell murió en 1916 torturado por la carencia de una prueba científica pero, en el fondo, convencido de que algún cuerpo de relativa importancia tenía que ser la fuente de las anomalías observables en la órbita de Urano.

Catorce años más tarde, en 1930, el estudio minucioso del astrónomo, también estadounidense, Clyde Tombaugh, recién dio la partida de nacimiento, desde el laboratorio Lowell de Arizona, al entonces último pupilo del sistema solar.

A la hora de ponerle nombre, hubo discusiones. Se impuso el criterio de que debía incluirse, en el nombre que fuese el escogido, las letras P y L como homenaje a su buscador fallido Percival Lowell.

Dada esa restricción impuesta por la gratitud surgió el nombre de Plutón, equivalente romano de Hades, que en la mitología griega fue, originalmente, hermano de Zeus, rey del centro de la tierra y de sus barrancos infernales, monarca de aspecto horripilante al que ninguna mujer se le acercaba, al punto de que para gozar de hembra tuvo que raptar a Perséfone, con quien llegó a juzgar las almas de los muertos ayudado por las Harpías, con mayúscula, y el tricéfalo perro Cerbero.

Pero pocos siglos antes de la era cristiana, los Misterios Eleusinos cambiaron a Hades y lo transformaron en divinidad benevolente y, más bien, dadora de parabienes y fortuna –lo que demuestra que la mitología occidental también conoció el arte del transfuguismo– hasta que los romanos le abrieron las puertas de su panteón bueno con el nombre de Plutón.

Más tarde, el mito de los romanos hizo de Plutón un hermano de los dioses Júpiter, la máxima divinidad terrestre desde los tiempos de Numa Pompilio, y Neptuno, tardíamente equivalente al griego Poseidón –aunque nunca dejó de asociarse con las caballerías y los hipódromos–.

Nunca pudo espiarse a Plutón, cuya elusiva diminutez hubiera podido ser descifrada si George Bush no hubiese cancelado, en abril del 2001 y por “falta de presupuesto”, la expedición más ambiciosa de la NASA: el viaje de la nave Pluto-Kuiper Express, que, lanzada en el 2004, habría llegado en el 2012 a las proximidades astronómicas de Plutón y que luego debía orientarse hacia el Cinturón de Kuiper, un anillo de miles y miles de cuerpos en eterna gelidez y que parecen ser los fósiles en movimiento del sistema solar tal como fue en su origen.

Con su órbita extravagante e invertida, su apretado diámetro de 2,300 kilómetros, sus 220 grados centígrados debajo de cero, su distancia de la Tierra de cinco mil novecientos millones de kilómetros, su apasionantemente oscura luna Caronte, que apenas tiene la mitad de masa que el ayer destituido planeta, Plutón es una roca gigantesca y muerta, un volátil monumento a la nada y un sombrío testimonio de la arbitrariedad que de los cielos siempre vino.

Su invierno, si se puede llamar así al período de congelamiento extremo, dura cien años nuestros y su viaje alrededor del Sol, siguiendo una órbita que es la más oval y errática del sistema, toma dos siglos y medio en medición terrícola.

Pero lo que más escalofría de Plutón es su atmósfera abiertamente envenenada y letal: gases de metano en trance de congelación, nitrógeno helado, nubes de monóxido de carbono, cielos sólidos en su invierno centenario y arrasadoramente gaseosos en los otros ciento cincuenta años de su órbita solar.

Hace sólo 28 años es que, gracias al telescopio Hubble, pudo descubrirse a la luna de Plutón, llamada comprensiblemente Caronte, como el viejo barquero encargado de transportar a los muertos a la orilla del infierno.

Antiguo satélite de Neptuno según muchas teorías astronómicas, Plutón debió sufrir un choque colosal con otro cuerpo –se supone que pudo ser Tritón, otro súbdito orbital de Neptuno–, resultado de lo cual surgió también Caronte, el pedazo más pequeño lanzado a los extramuros del sistema por la colisión.

Si el Sol es para Plutón apenas una luz mortecina, unos cuantos vatios sin ninguna esperanza en los abismos de la soledad, si Plutón, en suma, es un infierno helado y un Alcatraz de las inmensidades más remotas, ¿creen ustedes que nos habrá tomado en cuenta por haberlo ayer humillado desde la vana gloria de este planeta que enrumba a parecérsele?

1 Comments:

Blogger CHRISTIAM SOTOMAYOR said...

Siempre es enriquecedor leer uno de sus artículos don Cesar, espero que pueda leer algo de lo que escribo y ofrecerme sus comentarios

5:43 p. m.  

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