miércoles, agosto 16, 2006

Los hijos de la derecha

Ayer, en radio San Borja, Ántero Flores Aráoz adelantó que está en pleno proceso de juntar fuerzas para renovar al PPC.

Y dijo también que si eso es imposible, lo que hará será fundar una nueva opción, un socialcristianismo modernizado que sea de centro y no de derecha, una DC a la chilena, un Copei ancestral venezolano, una DC alemana a lo Adenauer, una UDC española transicional e histórica.

Lo que quiso decir Ántero Flores Aráoz lo dijo claro y bien: o nos subimos al bus del cambio o nos quedaremos como viejas solteronas esperando en el andén equivocado al novio que no quiso venir (esas no fueron sus palabras, claro, pero el mensaje era el mismo). Y la única manera de airear la casa, a su entender, es trasladando el partido al centro de donde nunca debió salir.

De modo que Flores Aráoz se ha propuesto quitarle al PPC el miriñaque que lo deformaba, las fajas que lo esmirriaban, las cantaletas ciprianescas sobre el orden y la quietud de los cielos y ha decidido emprender una tarea que lleva varios años de retraso: crear un partido de centro de verdad, no uno de derecha que se dice de centro y no engaña ni a su abuelita, no uno súbdito de la banca y la gran minería sino uno de centro que proponga lo que conviene a todos y no sólo a unos cuantos.

Alguien dirá que ese partido ya existe y que es el APRA. Puede ser, aunque con el APRA nunca podrá saberse adonde podrá llevarlo la deriva y la corriente del Niño.

En todo caso, si así fuera, tendríamos entonces dos opciones de centro y habremos asistido a la hazaña de Flores Aráoz de rescatar de las garras de la derecha a un partido que sólo recordó a la Iglesia cuando el Opus Dei gobernaba el Vaticano, un partido que se fundó en una suite del hotel Crillón con el auspicio de Luis Banchero y que a lo largo de su historia ha reinado en todos los fracasos electorales imaginables excepción hecha de la alcaldía de Lima.

Porque las preguntas raigales del socialcristianismo siguen siendo las mismas y una sola: ¿Cristo era indiferente a las injusticias? ¿No propuso el fundador de estirpe divina una revolución contra la dictadura romana y la opresión local de la jerarquía judía?

¿No dijo que ningún rico entraría al reino de los cielos porque la codicia explica la riqueza y la mejor nobleza es la del espíritu? ¿Dónde se quedó Puebla? ¿En qué parte de la historia perdimos el mensaje primordial y nos dedicamos a parir ciprianis en vez de ejemplos?

Flores Aráoz quiere llegar al fondo del asunto y asumir el desafío de darle una plataforma doctrinaria al cambio inexorable. No será nada fácil en un partido donde sólo hay empresarios y mesocráticos que quieren ser empresarios, fuera de los cogollos locales o regionales que están siempre cerca de la fogata instalada.
No será nada fácil producir un debate de ideas con gente que no tiene ninguna. Y será menos fácil arrancarle por las buenas el poder a una cúpula que ha hecho del no pensar su verdadera vocación.

Esa derecha con tendencia al rigor mortis que encarna el actual PPC de Lourdes Flores no tiene ni siquiera la prestancia intelectual que le prestaban un Polar o un Ramírez del Villar.

Esa derecha es una momia que todavía firma cheques, una mala película de Bela Lugosi, el verdadero plan telaraña para la seguridad de las AFP. A mí me tinca que el PPC no es, en suma, un partido sino una fosa de lugares comunes.

El entorno de Lourdes Flores quiere explicarse la derrota de su lideresa por la campaña sagazmente maligna del APRA. Más les valdría que se preguntaran cómo hizo el APRA para tener un márketin de centro y, una vez llegado al gobierno, gobernar casi con el programa y la gente de Lourdes Flores, lo que no está mal si eso va a implicar estabilidad en las finanzas públicas.

Pero la derrota merece otra explicación. No se trató sólo de una candidata cacofónica sino de una impostura demasiado visible. ¿Alguien podía creer en los balbuceos patrióticos de Woodman? Nunca el empresariado fujimorista había llegado tan lejos. Y eso le costó la elección.

Pero la impostura de fondo era el desvanecimiento de todos los principios. El PPC terminó siendo, con el liderazgo de Lourdes, el Hizbolá de la Confiep, el brazo armado que disciplinaría la voracidad de la jauría en los repartos de la torta.

Para los ojos sencillos eso no era un partido sino una sociedad de responsabilidad limitada. ¿Tenía eso algo que ver con el socialcristianismo? Por supuesto que nada.

Es hora entonces de que los que visitaban a Montesinos y vendían o compraban los terrenos del Jockey Plaza entiendan que el PPC no es la terraza del hipódromo el día del clásico ni el papel cuché de Cosas con todas las amistades en Los Cóndores.

Si gente como Humberto Lay tiene alguna perspectiva de crecimiento es precisamente porque muchísima gente se hartó de tomar el consomé de nada del PPC. Si la hipocresía oliese, el local del partido lourdesista sería el más aromático del mundo. La naturaleza de ese aroma es algo que dejo para una próxima discusión.