Entre Capone y Houdini
En demasiados casos el periodismo es un portentoso híbrido de Capone y Houdini. Tiene de Capone la férrea determinación de imponer su voluntad. Tiene de Houdini la magia de desaparecer cosas y asuntos, de hacer invisible lo que todos vemos y de crear una realidad tramposa y paralela.
Esta prensa ideológica desapegada de los hechos obedece, por supuesto, a determinados intereses.
Y esos intereses están próximos al modelo mundial de dominación que pretende hacerse pasar como destino global, fin de la historia y acabose de cualquier duda.
La habilidad de estos operadores del periodismo de las ideas consiste en transformar el supremo egoísmo en virtud económica, la rapiña en necesidad realista, la asimetría del comercio en ley de la naturaleza y el papel deshumanizado del trabajo como símbolo resignado de los nuevos tiempos.
Nunca como ahora se ha producido tal grado de unanimidad en los círculos realmente conservadores (y no liberales) de la prensa peruana y mundial.
Muchos de estos periodistas doctrinarios se dicen liberales mientras demonizan a sus adversarios –cosa tan antiliberal que llama a escándalo– y anuncian el apocalipsis si alguien propone otro libreto para el ejercicio del libre mercado, otro Estado para una nueva redistribución, otra justicia tributaria para atenuar la brecha social.
La publicidad, en este contexto, funciona como el pulgar de Nerón. Ella decide muchas veces quién muere y quién vive en el negocio de las comunicaciones.La publicidad se orienta hacia la prensa que sirve netamente a los grandes grupos de poder.
Mientras tanto, muchos periodistas de esos medios convenientes al sistema pelean inútil y diariamente para separar información de opinión, frontera que, por presión de los propietarios, ha dejado de respetarse y que implica la implosión de todo proyecto informativo decente. De allí que un mismo hecho tenga dos o tres semblantes diferentes y a veces contradictorios en algunos diarios de Lima.
No hay en el Perú una sociedad de redactores como la que fundó o ayudó a fundar, en 1944, el diario Le Monde. Tampoco ha habido un experimento como el del diario Maariv, de Israel, que nació de una sociedad de periodistas y capitalistas al 50 por ciento y donde el lado del capital no podía nombrar al director.
Hoy se habla pestes de toda cogestión pero se olvida que la Alemania de 1945 se reconstruyó gracias a las fábricas de carbón y acero del Ruhr, todas cogestionadas por el capital y el trabajo.
Hoy se olvida que la Francia liberada tuvo que nacionalizar la prensa en su conjunto por la conducción pro nazi de sus dueños conservadores. Y hoy se recuerda menos la declaración del 24 de noviembre de 1945 de la Federación Nacional de la Prensa Francesa:
“La prensa no es un instrumento de beneficio comercial; es un instrumento de cultura y su misión es la de las informaciones verdaderas, defender ideas, servir a la causa del progreso humano…
La prensa es libre cuando no depende del poder gubernamental ni de los poderes del dinero sino únicamente de los periodistas y la acogida de sus lectores”.
Quizá esos ideales de posguerra terminaron cuando se impuso el fin de la bipolaridad, es decir cuando los comunistas, verdugos de los trabajadores, tuvieron que reconocer su sombría y llena de cadáveres derrota.
Pero si el comunismo murió porque se lo merecía, lo que no puede morir es el ideal de la justicia y la aspiración a la verdad, que son casi lo mismo. El comunismo cavó su tumba, pero en ella no podemos meter la esperanza de un mundo más vivible para nuestros descendientes.
Para los conglomerados económicos metidos a tener sus propios medios de comunicación las tareas son claras: despolitizar al público, desacreditar a los partidos políticos, poner a la democracia siempre por debajo de los intereses de la economía globalizada.
Así el conservadurismo en boga se funda en una descomunal mentira: que la insolidaridad de cada uno hará felices a todos y que detrás de esta fórmula está Dios y no un imperio voraz y sin escrúpulos.
El mundo ha cambiado. El dinero ha arrinconado a las ideas. La profecía de la gran prensa de hoy es el Kane de Welles, un zar corrupto de un periodismo patriotero hasta el crimen. Si el señor Murdoch fuese menos chusco, creeríamos en el poder reencarnador del arte.
La inconformidad y la búsqueda de la verdad han sido motores del progreso. Pero ahora esas virtudes sólo parecen buenas cuando se aplican a la ciencia, la técnica, los negocios y la banca. No son buenas en relación a las estructuras sociales.
¿Por qué debemos cambiar de computadoras y celulares cada año mientras nos piden que anclemos toda aspiración de movilidad social? ¿Qué sociedad de la información es esta en la que cada día que pasa la gente sabe menos del mundo y de sus verdaderos resortes?
El papel sedativo de la prensa, en general, se ha extendido por todo el mundo. ¿Quién habla hoy, por ejemplo, de la destrucción de la ONU como sede de arbitraje mundial? Y la destrucción de la ONU ha sido una de las mayores conquistas norteamericanas de los últimos tiempos.
El gran Blanchoin, alguna vez director de Le Courrier de l’ Ouest, definió así al periodista: “Para ser un buen periodista hace falta conciencia exigente, un gusto por el coraje y un sentido de lo humano.
También es preciso conocer el oficio”. Y antes de que el Opus Dei se apoderara del Vaticano, Juan XXIII proclamó en Pacem in terris: “Todo ser humano tiene derecho a una información objetiva. Y este derecho es universal, inviolable e inalterable”.
Las cosas pueden y deben cambiar. No es inexorable que los periodistas sean cautivos de las grandes siglas corporativas. No es inexorable que la mentira prevalezca. Debemos seguir luchando.
Esta prensa ideológica desapegada de los hechos obedece, por supuesto, a determinados intereses.
Y esos intereses están próximos al modelo mundial de dominación que pretende hacerse pasar como destino global, fin de la historia y acabose de cualquier duda.
La habilidad de estos operadores del periodismo de las ideas consiste en transformar el supremo egoísmo en virtud económica, la rapiña en necesidad realista, la asimetría del comercio en ley de la naturaleza y el papel deshumanizado del trabajo como símbolo resignado de los nuevos tiempos.
Nunca como ahora se ha producido tal grado de unanimidad en los círculos realmente conservadores (y no liberales) de la prensa peruana y mundial.
Muchos de estos periodistas doctrinarios se dicen liberales mientras demonizan a sus adversarios –cosa tan antiliberal que llama a escándalo– y anuncian el apocalipsis si alguien propone otro libreto para el ejercicio del libre mercado, otro Estado para una nueva redistribución, otra justicia tributaria para atenuar la brecha social.
La publicidad, en este contexto, funciona como el pulgar de Nerón. Ella decide muchas veces quién muere y quién vive en el negocio de las comunicaciones.La publicidad se orienta hacia la prensa que sirve netamente a los grandes grupos de poder.
Mientras tanto, muchos periodistas de esos medios convenientes al sistema pelean inútil y diariamente para separar información de opinión, frontera que, por presión de los propietarios, ha dejado de respetarse y que implica la implosión de todo proyecto informativo decente. De allí que un mismo hecho tenga dos o tres semblantes diferentes y a veces contradictorios en algunos diarios de Lima.
No hay en el Perú una sociedad de redactores como la que fundó o ayudó a fundar, en 1944, el diario Le Monde. Tampoco ha habido un experimento como el del diario Maariv, de Israel, que nació de una sociedad de periodistas y capitalistas al 50 por ciento y donde el lado del capital no podía nombrar al director.
Hoy se habla pestes de toda cogestión pero se olvida que la Alemania de 1945 se reconstruyó gracias a las fábricas de carbón y acero del Ruhr, todas cogestionadas por el capital y el trabajo.
Hoy se olvida que la Francia liberada tuvo que nacionalizar la prensa en su conjunto por la conducción pro nazi de sus dueños conservadores. Y hoy se recuerda menos la declaración del 24 de noviembre de 1945 de la Federación Nacional de la Prensa Francesa:
“La prensa no es un instrumento de beneficio comercial; es un instrumento de cultura y su misión es la de las informaciones verdaderas, defender ideas, servir a la causa del progreso humano…
La prensa es libre cuando no depende del poder gubernamental ni de los poderes del dinero sino únicamente de los periodistas y la acogida de sus lectores”.
Quizá esos ideales de posguerra terminaron cuando se impuso el fin de la bipolaridad, es decir cuando los comunistas, verdugos de los trabajadores, tuvieron que reconocer su sombría y llena de cadáveres derrota.
Pero si el comunismo murió porque se lo merecía, lo que no puede morir es el ideal de la justicia y la aspiración a la verdad, que son casi lo mismo. El comunismo cavó su tumba, pero en ella no podemos meter la esperanza de un mundo más vivible para nuestros descendientes.
Para los conglomerados económicos metidos a tener sus propios medios de comunicación las tareas son claras: despolitizar al público, desacreditar a los partidos políticos, poner a la democracia siempre por debajo de los intereses de la economía globalizada.
Así el conservadurismo en boga se funda en una descomunal mentira: que la insolidaridad de cada uno hará felices a todos y que detrás de esta fórmula está Dios y no un imperio voraz y sin escrúpulos.
El mundo ha cambiado. El dinero ha arrinconado a las ideas. La profecía de la gran prensa de hoy es el Kane de Welles, un zar corrupto de un periodismo patriotero hasta el crimen. Si el señor Murdoch fuese menos chusco, creeríamos en el poder reencarnador del arte.
La inconformidad y la búsqueda de la verdad han sido motores del progreso. Pero ahora esas virtudes sólo parecen buenas cuando se aplican a la ciencia, la técnica, los negocios y la banca. No son buenas en relación a las estructuras sociales.
¿Por qué debemos cambiar de computadoras y celulares cada año mientras nos piden que anclemos toda aspiración de movilidad social? ¿Qué sociedad de la información es esta en la que cada día que pasa la gente sabe menos del mundo y de sus verdaderos resortes?
El papel sedativo de la prensa, en general, se ha extendido por todo el mundo. ¿Quién habla hoy, por ejemplo, de la destrucción de la ONU como sede de arbitraje mundial? Y la destrucción de la ONU ha sido una de las mayores conquistas norteamericanas de los últimos tiempos.
El gran Blanchoin, alguna vez director de Le Courrier de l’ Ouest, definió así al periodista: “Para ser un buen periodista hace falta conciencia exigente, un gusto por el coraje y un sentido de lo humano.
También es preciso conocer el oficio”. Y antes de que el Opus Dei se apoderara del Vaticano, Juan XXIII proclamó en Pacem in terris: “Todo ser humano tiene derecho a una información objetiva. Y este derecho es universal, inviolable e inalterable”.
Las cosas pueden y deben cambiar. No es inexorable que los periodistas sean cautivos de las grandes siglas corporativas. No es inexorable que la mentira prevalezca. Debemos seguir luchando.
4 Comments:
Bienvenido Chato.....ya era hora que aparezcas por aquí...
Saludos fraternales...
Cecilia
Bienvenido señor Hildebrandt a este medio de difusion personal de ideas que es el blog. Aqui ya no podran silenciarlo.
SIN DUDA QUE LA ECONOMIA PRESIONA, NO LA CIENCIA DESDE LUEGO, LA OTRA LA DEL PODER.
SUERTE EN EL NUEVO EMPEÑO.
Saludos César... por que eres César ¿no?
Y tu chichi... ¿eres Ccilia ¿no?
Visitenme:
http://sutebarranca.blogspot.com
Chaufa.
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