No se preocupe, doctor García
El doctor Alan García prometió revisar el TLC con los Estados Unidos porque lo consideraba apresurado e injusto.
El presidente Alan García piensa ahora que el TLC es justo y pertinente. Por eso ha nombrado a Hernando de Soto, que dice que al TLC no hay que tocarle ni un pelo, para un cargo fantasmal que perseguirá una tarea imposible: hacer que el TLC chorree a los pobres lo que la política económica del doctor García no podrá lograr.
Esto de Hernando de Soto es un sicosocial a dúo, un musical benévolo que vino de Broadway y estará en el Segura una breve temporada.
Porque la verdadera tarea del brillante Hernando de Soto, la única misión del autor de El otro sendero es ir a los Estados Unidos a presionar con su inglés bostoniano para que la firma del TLC de Toledo se cumpla, sí o sí, como decía el ex presidente y como dice, pero en privado, el doctor García.
El doctor García juró que la Constitución de 1979 era un palitroque a tumbar. Y no por capricho sino porque la vigente, la de 1993, había sido parto autoritario del fujimorismo.
El presidente Alan García piensa ahora que la Constitución de 1993 debe de quedar intacta, como el TLC con EE.UU.
¿Qué lo ha hecho cambiar? El cambalache del tango, la butifarra del Cordano, la vaina de Palacio, la vida en suma, que es sucesión de escamas y colores en las mudanzas de la trepadera política.
El doctor García pensaba en la campaña, y lo gritaba en los mítines con esa oratoria que estaba entre José Santos Chocano y Constancio C. Vigil, que los trabajadores estaban maltratados en el Perú. Y tenía razón. Por eso muchos trabajadores lo aclamaban: palmas, compañeros, a más calumnias más aprismo, compañeros.
El presidente Alan García piensa ahora que la propuesta honrada de Javier Velásquez Quesquén, la modesta propuesta que consiste en moderar levemente el mecanismo del despido arbitrario, es inoportuna porque la rabia ultraliberal babea en los periódicos que antes sirvieron a Fujimori.
Y esa rabia asusta, da escalofríos, asaetea. Porque le recuerda al Presidente el síndrome de la estatización de la banca. Y porque el presidente García ha creído que sus excesos populistas de 1987 deben de ser compensados con su derechismo culposo de hoy, su hayismo convivencial de estos días, su odriísmo implícito y su ravinismo matizado de Prialé.
De modo que en vez de haber elegido a un presidente hemos elegido a un trauma. Es un trauma travestido que imita a Lourdes Flores, que se encostala en sus vestidos de abadesa rivaagüerina y santa Rosita del pardismo inmortal.
Y ese trauma nos gobierna en el extremo opuesto del populismo izquierdoso, o sea en el derechismo miedoso que pasa la alcancía entre los mineros, nombra a Julio Velarde –hombre de las AFP– presidente del BCR, corrige malamente a Velásquez Quesquén –rescatado más tarde por Mauricio Mulder–, le dice a Valle Riestra que se olvide de la Constitución de 1979 y tiene a Mariátegui y Palacios como orientadores del proceso, uno que amenaza desde un diario que debería estar quebrado porque sus dueños no le han pagado a la Sunat desde los tiempos de Espartaco, la otra que pontifica desde el canal de los Crousillat secuestrado temporalmente por El Comercio y La República.
O sea que el trauma que nos gobierna será trauma pero no es tonto porque ahora, llegado a Palacio con un mensaje renovador, dicta la política que soñó Haya dictar cuando la riquería ya lo había convencido de que debía ser un manso cordero de la hacienda Montalván, sí, la de don Pedro Beltrán.
Con lo que se congracia con el APRA del búfalo Pacheco, que en paz descanse, y se desvincula del APRA del Haya renovador y del Cachorro Seoane torturado por las incongruencias.
Porque no se trata de decirle al señor Presidente que rescate al Haya marxistón de ayer, inaplicable hoy porque los desafíos son de otra índole.
Se trata de conservar un mínimo de espíritu centrista, un aliento de equidad y de justicia, una pizca de arrojo en contra de la “inteligencia” fujimorista que ayudó a vender y a hervir en pus el Perú que siempre despreciaron.
¿Para esto combatieron al fujimorismo? ¿Para seguir sus pasos? ¿Por eso los operadores de Jorge del Castillo están arreglando algunas cosas debajo de la mesa con los corsarios fujimoristas del Congreso? ¿Por qué no llaman, por fin, a PPK?Han transcurrido 30 días y casi toda la prensa no hace sino adular la edad de la razón que hoy doma a Alan García.
Sólo decimos que entre la sensatez advertida y la mentira que embosca a los crédulos hay una diferencia. Y para todos los efectos, en algunas cosas fundamentales, el señor Presidente ha mentido.
Aunque quizás no deba preocuparse: la novelista norteamericana Evelin Sullivan publicó en el 2001 El pequeño gran libro de la mentira, un ensayo ambicioso sobre la inveracidad a lo largo de la historia.
Blasfemamente, la señorita Sullivan nos recuerda que la advertencia primordial:
“Pero del árbol de la ciencia del bien y del mal, no comáis; porque el día en que comáis de él moriréis”, fue una mentira. La mentira de un padre que quiso asustar a su hijo para que no lo desobedeciera. La mentira de Dios, nada menos. No tiene entonces de qué preocuparse, señor Presidente. Usted no es menos que Dios.
El presidente Alan García piensa ahora que el TLC es justo y pertinente. Por eso ha nombrado a Hernando de Soto, que dice que al TLC no hay que tocarle ni un pelo, para un cargo fantasmal que perseguirá una tarea imposible: hacer que el TLC chorree a los pobres lo que la política económica del doctor García no podrá lograr.
Esto de Hernando de Soto es un sicosocial a dúo, un musical benévolo que vino de Broadway y estará en el Segura una breve temporada.
Porque la verdadera tarea del brillante Hernando de Soto, la única misión del autor de El otro sendero es ir a los Estados Unidos a presionar con su inglés bostoniano para que la firma del TLC de Toledo se cumpla, sí o sí, como decía el ex presidente y como dice, pero en privado, el doctor García.
El doctor García juró que la Constitución de 1979 era un palitroque a tumbar. Y no por capricho sino porque la vigente, la de 1993, había sido parto autoritario del fujimorismo.
El presidente Alan García piensa ahora que la Constitución de 1993 debe de quedar intacta, como el TLC con EE.UU.
¿Qué lo ha hecho cambiar? El cambalache del tango, la butifarra del Cordano, la vaina de Palacio, la vida en suma, que es sucesión de escamas y colores en las mudanzas de la trepadera política.
El doctor García pensaba en la campaña, y lo gritaba en los mítines con esa oratoria que estaba entre José Santos Chocano y Constancio C. Vigil, que los trabajadores estaban maltratados en el Perú. Y tenía razón. Por eso muchos trabajadores lo aclamaban: palmas, compañeros, a más calumnias más aprismo, compañeros.
El presidente Alan García piensa ahora que la propuesta honrada de Javier Velásquez Quesquén, la modesta propuesta que consiste en moderar levemente el mecanismo del despido arbitrario, es inoportuna porque la rabia ultraliberal babea en los periódicos que antes sirvieron a Fujimori.
Y esa rabia asusta, da escalofríos, asaetea. Porque le recuerda al Presidente el síndrome de la estatización de la banca. Y porque el presidente García ha creído que sus excesos populistas de 1987 deben de ser compensados con su derechismo culposo de hoy, su hayismo convivencial de estos días, su odriísmo implícito y su ravinismo matizado de Prialé.
De modo que en vez de haber elegido a un presidente hemos elegido a un trauma. Es un trauma travestido que imita a Lourdes Flores, que se encostala en sus vestidos de abadesa rivaagüerina y santa Rosita del pardismo inmortal.
Y ese trauma nos gobierna en el extremo opuesto del populismo izquierdoso, o sea en el derechismo miedoso que pasa la alcancía entre los mineros, nombra a Julio Velarde –hombre de las AFP– presidente del BCR, corrige malamente a Velásquez Quesquén –rescatado más tarde por Mauricio Mulder–, le dice a Valle Riestra que se olvide de la Constitución de 1979 y tiene a Mariátegui y Palacios como orientadores del proceso, uno que amenaza desde un diario que debería estar quebrado porque sus dueños no le han pagado a la Sunat desde los tiempos de Espartaco, la otra que pontifica desde el canal de los Crousillat secuestrado temporalmente por El Comercio y La República.
O sea que el trauma que nos gobierna será trauma pero no es tonto porque ahora, llegado a Palacio con un mensaje renovador, dicta la política que soñó Haya dictar cuando la riquería ya lo había convencido de que debía ser un manso cordero de la hacienda Montalván, sí, la de don Pedro Beltrán.
Con lo que se congracia con el APRA del búfalo Pacheco, que en paz descanse, y se desvincula del APRA del Haya renovador y del Cachorro Seoane torturado por las incongruencias.
Porque no se trata de decirle al señor Presidente que rescate al Haya marxistón de ayer, inaplicable hoy porque los desafíos son de otra índole.
Se trata de conservar un mínimo de espíritu centrista, un aliento de equidad y de justicia, una pizca de arrojo en contra de la “inteligencia” fujimorista que ayudó a vender y a hervir en pus el Perú que siempre despreciaron.
¿Para esto combatieron al fujimorismo? ¿Para seguir sus pasos? ¿Por eso los operadores de Jorge del Castillo están arreglando algunas cosas debajo de la mesa con los corsarios fujimoristas del Congreso? ¿Por qué no llaman, por fin, a PPK?Han transcurrido 30 días y casi toda la prensa no hace sino adular la edad de la razón que hoy doma a Alan García.
Sólo decimos que entre la sensatez advertida y la mentira que embosca a los crédulos hay una diferencia. Y para todos los efectos, en algunas cosas fundamentales, el señor Presidente ha mentido.
Aunque quizás no deba preocuparse: la novelista norteamericana Evelin Sullivan publicó en el 2001 El pequeño gran libro de la mentira, un ensayo ambicioso sobre la inveracidad a lo largo de la historia.
Blasfemamente, la señorita Sullivan nos recuerda que la advertencia primordial:
“Pero del árbol de la ciencia del bien y del mal, no comáis; porque el día en que comáis de él moriréis”, fue una mentira. La mentira de un padre que quiso asustar a su hijo para que no lo desobedeciera. La mentira de Dios, nada menos. No tiene entonces de qué preocuparse, señor Presidente. Usted no es menos que Dios.
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