Cuento chino para niños
Había una vez, al norte del ducado de Nunca Jamás, un país que lo tenía todo excepto dignidad. Los árboles de todas las especies daban sombra en sus bosques.
Las mejores aguas del océano ceñían su litoral. Los pájaros más hermosos cantaban en los tejados de sus casas. Y el oro y la plata atestaban los entresijos de sus montañas mientras que todos los climas hacían variable su anchísimo paisaje.
Por eso es que en ese país todos los cielos estaban disponibles para la vista, desde el grisáceo de su costa hasta el límpido y mojado de su selva.
Pero ese país tenía un problema: no conocía la palabra dignidad. Y como no la conocía, no podía tenerla.
Unos decían que esa palabra se había perdido en el glorioso naufragio de un marino y su tripulación, algo ocurrido aparentemente en 1879. Otros pensaban que había caído al fondo de una zanja abierta por algún terremoto.
Y hasta los había quienes aseguraban que la palabra había servido de amortización para el pago de la deuda externa en los comienzos del siglo XX.
Lo cierto es que ese país, al norte del ducado de Nunca Jamás, tampoco era que echara de menos la palabra perdida y el concepto esfumado por esa pérdida.
Digamos que se había acostumbrado a vivir sin esa palabra, a sentirse cómodo prescindiendo de su significado y a aprovechar esa ausencia para realizar algunas acciones que habrían sido imposibles si la palabra dignidad hubiese permanecido vigilando de alguna manera su conciencia colectiva.
Cierta vez, por ejemplo, llegó un príncipe del oriente lejano. El país que no conocía la palabra dignidad lo recibió con tambores y boato y le pidió al extranjero que lo gobernase.
El príncipe del oriente lejano miró con asombro a esa corte de solicitantes semiagachados. Esperando no quedarse demasiado tiempo en tan extravagante lugar, seguro de que hasta esos cortesanos encorvados por su vocación de servicio le dirían que no, dijo casi a gritos:
-Los gobernaría sólo si ustedes se declararan esclavos. Y entonces los cortesanos encorvados se declararon esclavos, abolieron la asamblea en la que a veces discutían las nuevas normas, mataron a su rey esa misma tarde (por la espalda) y declararon amo de todo lo inmóvil, semoviente y humano al príncipe del oriente lejano.
Ni corto ni perezoso, el príncipe se declaró emperador, hizo que su guardia pretoriana mandase por encima de cualquier otra autoridad y saqueó todo lo que pudo ese país que no tenía dignidad.
La plata, el oro, los árboles con todo y raíz, los pájaros con sus respectivos tejados, trozos de cielo, kilómetros de mar en pleno oleaje, todo lo imaginable fue embarcado en grandes cajas rumbo al país de origen del emperador.
Cuando el emperador del oriente lejano se cansó de robar, de estuprar, de matar, de burlarse de aquel país sin dignidad que le había entregado toda su confianza, cuando hasta el placer de hacer lo que quisiera ya no era suficiente, entonces se mandó a mudar con su séquito diciendo que iba a una reunión de pueblos sin dignidad en donde se discutirían cosas muy importantes que sólo él podría entender.
–Por supuesto, su majestad –dijeron los cortesanos, cada vez más jorobados por su carencia de dignidad.
El emperador no regresó. Cuando en la corte de inclinados congénitos alguien preguntaba por él, de inmediato otros callaban al temerario diciendo:
–El emperador del oriente lejano no nos va a defraudar. Regresará a seguir pisoteándonos, que ese es nuestro destino.
Y los demás asentían con un murmullo que cualquier entomólogo habría aplaudido.Un día, sin embargo, tal esperanza tuvo que desvanecerse. Una paloma mensajera trajo, después de semanas de viaje, el sobre lacrado conteniendo la renuncia del emperador. Eran unas breves líneas secas y despectivas en las que el emperador se desvinculaba para siempre del país que no conocía la palabra dignidad.
Los cortesanos, gibados hasta lograr que sus cabezas se acercaran al suelo, lloraron por unanimidad y decretaron semanas gimientes de duelo nacional. Pocos años después, sin embargo, al emperador se le ocurrió regresar.
Arrastrados que habían sido acompañantes de sus asesinatos, raffos de tocino hervido, cuculizas procaces, moyanos de sanguaza, farahs abyectos, romeros de a sol, se reunieron en la plaza a gritar vivas y a tocar tambores y a bailar las danzas del consentimiento que tan bien les había enseñado a bailar el emperador.
Y mientras el emperador se alistaba para su retorno, el país que no conocía la palabra dignidad aliviaba su impaciencia aplaudiendo la candidatura de su hijo Kenyi a una de las regiones más importantes de ese país asombroso que había extraviado en algún recodo –y para siempre– la palabra que lo hubiese podido salvar.
Las mejores aguas del océano ceñían su litoral. Los pájaros más hermosos cantaban en los tejados de sus casas. Y el oro y la plata atestaban los entresijos de sus montañas mientras que todos los climas hacían variable su anchísimo paisaje.
Por eso es que en ese país todos los cielos estaban disponibles para la vista, desde el grisáceo de su costa hasta el límpido y mojado de su selva.
Pero ese país tenía un problema: no conocía la palabra dignidad. Y como no la conocía, no podía tenerla.
Unos decían que esa palabra se había perdido en el glorioso naufragio de un marino y su tripulación, algo ocurrido aparentemente en 1879. Otros pensaban que había caído al fondo de una zanja abierta por algún terremoto.
Y hasta los había quienes aseguraban que la palabra había servido de amortización para el pago de la deuda externa en los comienzos del siglo XX.
Lo cierto es que ese país, al norte del ducado de Nunca Jamás, tampoco era que echara de menos la palabra perdida y el concepto esfumado por esa pérdida.
Digamos que se había acostumbrado a vivir sin esa palabra, a sentirse cómodo prescindiendo de su significado y a aprovechar esa ausencia para realizar algunas acciones que habrían sido imposibles si la palabra dignidad hubiese permanecido vigilando de alguna manera su conciencia colectiva.
Cierta vez, por ejemplo, llegó un príncipe del oriente lejano. El país que no conocía la palabra dignidad lo recibió con tambores y boato y le pidió al extranjero que lo gobernase.
El príncipe del oriente lejano miró con asombro a esa corte de solicitantes semiagachados. Esperando no quedarse demasiado tiempo en tan extravagante lugar, seguro de que hasta esos cortesanos encorvados por su vocación de servicio le dirían que no, dijo casi a gritos:
-Los gobernaría sólo si ustedes se declararan esclavos. Y entonces los cortesanos encorvados se declararon esclavos, abolieron la asamblea en la que a veces discutían las nuevas normas, mataron a su rey esa misma tarde (por la espalda) y declararon amo de todo lo inmóvil, semoviente y humano al príncipe del oriente lejano.
Ni corto ni perezoso, el príncipe se declaró emperador, hizo que su guardia pretoriana mandase por encima de cualquier otra autoridad y saqueó todo lo que pudo ese país que no tenía dignidad.
La plata, el oro, los árboles con todo y raíz, los pájaros con sus respectivos tejados, trozos de cielo, kilómetros de mar en pleno oleaje, todo lo imaginable fue embarcado en grandes cajas rumbo al país de origen del emperador.
Cuando el emperador del oriente lejano se cansó de robar, de estuprar, de matar, de burlarse de aquel país sin dignidad que le había entregado toda su confianza, cuando hasta el placer de hacer lo que quisiera ya no era suficiente, entonces se mandó a mudar con su séquito diciendo que iba a una reunión de pueblos sin dignidad en donde se discutirían cosas muy importantes que sólo él podría entender.
–Por supuesto, su majestad –dijeron los cortesanos, cada vez más jorobados por su carencia de dignidad.
El emperador no regresó. Cuando en la corte de inclinados congénitos alguien preguntaba por él, de inmediato otros callaban al temerario diciendo:
–El emperador del oriente lejano no nos va a defraudar. Regresará a seguir pisoteándonos, que ese es nuestro destino.
Y los demás asentían con un murmullo que cualquier entomólogo habría aplaudido.Un día, sin embargo, tal esperanza tuvo que desvanecerse. Una paloma mensajera trajo, después de semanas de viaje, el sobre lacrado conteniendo la renuncia del emperador. Eran unas breves líneas secas y despectivas en las que el emperador se desvinculaba para siempre del país que no conocía la palabra dignidad.
Los cortesanos, gibados hasta lograr que sus cabezas se acercaran al suelo, lloraron por unanimidad y decretaron semanas gimientes de duelo nacional. Pocos años después, sin embargo, al emperador se le ocurrió regresar.
Arrastrados que habían sido acompañantes de sus asesinatos, raffos de tocino hervido, cuculizas procaces, moyanos de sanguaza, farahs abyectos, romeros de a sol, se reunieron en la plaza a gritar vivas y a tocar tambores y a bailar las danzas del consentimiento que tan bien les había enseñado a bailar el emperador.
Y mientras el emperador se alistaba para su retorno, el país que no conocía la palabra dignidad aliviaba su impaciencia aplaudiendo la candidatura de su hijo Kenyi a una de las regiones más importantes de ese país asombroso que había extraviado en algún recodo –y para siempre– la palabra que lo hubiese podido salvar.
1 Comments:
Fue la CVR la que libró al Perú de la violencia terrorista o tal vez Paniagua y Toledo?
La CVR (politizada con izquierdistas como Carlos Tapia, Bernales, Sofia Macher, etc)concluye que la mayor época de violencia y violaciones de DD. HH. fue entre 1982-1990. En otras palabras, durante los gobiernos de Alan García y Belaunde se cometieron las mayores violaciones de DD. HH. Mejor dicho, como consecuencia lógica de lo anterior, durante el gobierno de Fujimori fue donde más se respetaron los DD. HH. Esta es la verdad estringente, aún cuando proviene de un ente creado para perseguir a Fujimori como es la CVR. Se le ha cruzado por la mente que toda la tinta persecutoria que se ha usado para denigrar a Fujimori, puede ser nada más que ficción persecutoria y una politización de la realidad?
Sobre la "corrupción más grande de la historia", podría decirnos qué barómetro sobre la corrupción ha usado el Sr. Hildebrandt para sostener lo que afirma con tanta devoción? Para su información hay una publicación anual de Transparencia Internacional sobre la percepción de corrupción a nivel global y es justamente durante la época toledista en donde el Perú repunta en la corrupción. Cómo explicar esta falta de coincidencia con los kilómetros de acusaciones contra Fujimori?
Si Montesinos y los militares han delinquido, deben ellos purgar condena por sus delitos, pues con la misma lógica que se ha usado, Alan García debía estar en el mismo saco que Mantilla, pues era su secretario personal y alto dirigente de su partido.
Y una última pregunta: quién dejó la economía saneada, con reservas bordeando los 10 mil milones de dólares, estabilidad monetaria y flujo de inversiones al interrumpir su mandato?(aparte de haber acabado con la hiperinflación) Hay que recordar cómo estaba el Perú en 1990, al término del muy democrático y demagógico gobierno de Alan García.
Saludos para sus amigos caviares como García Sayán y Rodríguez Cuadros, sí el mismo que vive a cuerpo de rey en una mansión pagada por el estado peruano a razón de 35 mil dólares mensuales.
Melcochita ( sí el mismo que lo dejó en ridículo cuando su alteza, el cesar del retruécano hueco, lo invitó para burlarse de él)
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