jueves, agosto 31, 2006

Derecha de nacimiento

En el fondo de toda discusión sobre la sociedad que queremos está el asunto de qué hacemos con los pobres.

Ser de derecha consiste en creer que los pobres se lo tienen merecido. O si no se lo tienen merecido, que poco han hecho para dejar de ser lo que son.

Ser de centro consiste en querer cambiar las cosas pidiéndole a los ricos que inviertan más en la creación de empleos.

Ser de centro-izquierda consiste en creer que todos tenemos derecho a ser mirados como humanos.

Y no hablo de la izquierda neta y dura porque entiendo que ésta, para todos los efectos, ha dejado mundialmente de existir.

La derecha le pone pausa al control remoto y se va a comer con la familia. Está convencida de que la historia se puede congelar en una imagen catódica y piensa que el equilibrista sobre la cuerda será capaz de demorar su arrojo los siglos que haga falta.

O sea que el derechista confunde la historia con un nacimiento de cartón –de allí a Fukuyama, inventado por la Sony y propagado por la Rand Corporation, hay un solo paso– y está seguro de que los borregos se quedarán siempre en su sitio y el niño no habrá de crecer y tatatín tatatán.

Por eso es que no hay derecha sin violencia. Porque eso de mantener todo en su sitio requiere de legiones romanas, inquisiciones, ejércitos, cardenales y huachimanes. Si la monarquía absoluta pereció en el intento de inmovilizar la historia, la derecha de hoy perecerá negando la historia al estilo Fukuyama.

Como se sabe, Fukuyama fue tan pelotudo que creyó que la aceptación universal de la economía de mercado le ponía punto final al asunto y que todos pasaríamos por caja suscribiendo a los Reagan, las Thatcher y a la gorda Albright (de Clinton), que era la más zafia de las descocadas.

En el mar de la economía de mercado caben ballenas de diferencia: el Estado tuitivo, el Estado empresario y co-empresario, la identidad cultural, la defensa del medioambiente, los sectores no sometidos a la codicia legal de lo privado, la creciente igualdad de oportunidades, la salud y la educación como derechos básicos, la política tributaria, la lucha contra los monopolios y los fraudes, la batalla contra la hegemonía asesina de los Estados Unidos, etc., etc., etc.

¿Ya ven que la historia no ha terminado, como aseguraba aquel pelotas?Pues bien, cada vez que la historia no termina –ya sea a nivel doméstico o en el terreno internacional– a la derecha le da la pataleta y pide bala, hostias con veneno para los curas que no se dedican a salvar almas sino cuerpos aquejados por el plomo o el cianuro, cacerinas enteras de armas largas para los indios comecoca, patadas para las indias comemierda –sí, hay racismo detrás de casi todas las injusticias–, comunicados para tranquilizar los directorios.

Pero la historia no termina de terminar. Y las rabietas son cada vez más agudas. “Si la historia se está moviendo es porque hay quienes la empujan”, dicen los rabietudos.

Y de inmediato se les viene a la cabeza un montón de barbudos con sus bluyines y sus oenegés, un montón de mujeres –seguramente medio putonas o por lo menos promiscuas– que hablan de las napas freáticas y las vainas esas de las regalías por los huecos que van a quedar.

Y por eso tampoco hay derecha sin negación de la realidad. Porque la realidad es que hay una feroz injusticia en el mundo pero la derecha quiere que nos narcoticemos con sus películas y pensemos que el mundo está de fiesta inolvidable y que Jeff Bush es un tipazo.

Por donde se le mire, la apuesta inmovilizadora de la derecha es algo que no puede triunfar. De allí su cólera, que siempre tendrá algo de póstuma, un tufo a profecía de cadáver.

Porque cuando todo le falla, cuando la ley no basta sino que sobra, la derecha entonces toca su sirena, ulula como editorialista de The Economist y llama a su pinochet de turno para que vuelva el nacimiento de cartón al tiro.

Y cuando Pinochet, interpretando correctamente su papel de capataz con capa, mata como Jack el Destripador y roba como un cleptómano, la derecha dice: “Oh, jamás lo sospeché”.

Lo mismo dijo aquí de Fujimori, su Chinochet añorado, el ponja que les baldeó la casa como nadie.

Y además está el insulto ese de que esta derecha que chorrea sangre aquí o en Chile, en Indonesia o en España, en Alemania (sí, la derecha alemana estuvo con Hitler) o en Estados Unidos (pregúntenle a Dick Chenney), esta derecha prontuariada, digo, encima se dice liberal, robándose un precioso título, un grado humanista, un diploma sofisticado que consiste en creer en dos cosas fundamentales: 1) que el individuo vale más que el Estado; y 2) que todos tenemos, jeffersonianamente, los mismos derechos.

¿Con qué derecho los Yamamoto de la derecha peruana se llaman liberales si creen sólo en su propia libertad? ¿Por qué liberales si están dispuestos a volver a los brazos de Chinochet apenas las papas quemen? ¿Por qué liberales si no sienten prójimos sino a sus presuntos iguales?

¿Por qué liberales si no saben quién es Popper ni Hobbes ni Rawls ni Sartori? ¿Por qué liberales si habrían sido capaces de almorzar con Videla? La derecha ha secuestrado el término liberal. Veremos cuánto pide por su rescate.

1 Comments:

Blogger Peruaner brauchen Dich! said...

Soy una peruana trabajadora de 31 anhos y cada vez que pude (porque su programa lo pasaban super tarde en la tv) disfruté de sus entrevistas y trabajos de investigación. Hace 3 anhos vivo en Alemania. Cuénteme Sr. Hildebrandt, cuál cree Ud. que es el gobierno ideal, porque los gobiernos peruanos que yo viví y recuerdo(Alan, Fuji y Toledo) definitivamente no lo fueron y el que vivo ahora (Merkel) tampoco lo es...debe haber algo mejor, pero dónde?

1:03 p. m.  

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