viernes, setiembre 22, 2006

Pobre diablo

Hugo Chávez llama “diablo” a George W. Bush en el recinto de las Naciones Unidas. Se trata de una calumnia que el diablo no merece. Porque, en el principio, Satanás es el príncipe de las tinieblas, un noble de la oscuridad, un miembro de la realeza que se dedica a lo impuro.

¿Qué de aristócrata tiene el chusco Bush?Un poco más de respeto bolivariano, entonces, señor Chávez. Satanás es, en extremo, la prueba católica de que Dios existe, así como San Cipriano consideró que la herejía –palabra que viene de un término griego que significa convicción– era útil porque probaba la lozanía de la ortodoxia y la equivocación de los heréticos.

¿Qué se hubiera hecho la Iglesia sin la amenaza del diablo? ¿Con qué llamas habría cocinado nuestro miedo a ser celestialmente incorrecto? ¿A qué infiernos habría condenado a los paganos, o sea al resto de la humanidad que no tuvo la suerte de recibir a las misiones o a los ejércitos papales?

El infierno romano, como se sabe, es el sicosocial de más éxito en la historia de la humanidad. Su propósito fundamental es que los de abajo crean que hay algo peor que el infierno de la miseria y las brasas de la enfermedad. Como reverso del cielo resulta, por lo demás, imprescindible.

El éxito de este par dialéctico es tan grande que la mayoría de los católicos pobres están preparados para comer hasta hartarse en el reino de los bienaventurados, donde habrán de gozar sus calaveras y desde donde mirarán el pozo ardiente en el que los ricos pagarán sus hartazgos terrenales. ¡Pobres ricos que creen haberla pasado cojonudamente bien!
Por eso es que la fe católica no es sólo fe sino que es la argamasa del edificio social tal como lo conocemos. La Iglesia, por ello, es un asunto de seguridad nacional.

Y cuando Juan Pablo II se reunía a hablar en italiano con Vernon Walters, el enviado de Reagan con el que preparaba la insurrección católica en la Polonia estalinista, lo único que demostraba es cómo es de importante la cuestión de Dios en los negocios del hombre.

Pero, repito, no habría cielo redentor si no se diese por cierta la existencia del diablo, cuya santidad ancestral de ángel caído está probada por el hecho de que él vigila que los malos paguen por lo que han hecho. Con lo que demuestra ser, en realidad, un funcionario del complejo mecanismo eclesial, una ficción tan necesaria como la santidad de los patriarcas.

Según nos recuerda el antropólogo español Francisco Flores Arroyuelo, entre íncubos –demonios encarnados en forma de hombres– y súcubos –con apariencia de mujer–, el demonólogo Jean Wier llegó a calcular que los ejércitos de Lucifer tendrían 72 príncipes, con una infantería de 7’405,926 diablos distribuidos en 1,111 legiones de 6,666 integrantes cada una.

(El pobre Wier sería acusado por el inquisidor francés Pierre de Lancre de haber recibido información tan exacta del mismísimo Satanás. Otros demostraron que esa cifra provenía de la multiplicación por seis del número pitagórico 1’234,321).

El diablo, en suma, es demasiado importante para que el líder del Orinoco trajine su investidura en la ONU y llame a Bush, auténtico pobre diablo, con el nombre que tantas y tan seductoras variaciones ha conocido: Serpiente, Satán, Belcebú, Mammon, Príncipe de la Potencia del Aire, Abbadohn, el Impuro, el Inmundo, el Tentador.

Tan descomunal personaje, al que una calumnia papal atribuyó la erección del acueducto de Segovia en una sola noche, nada tiene que ver con el hombre que quebró tres empresas petroleras antes de terminar de hundir el orden internacional parapetado en lo único que hay de inteligente en su administración: sus misiles.

Bush no irá al infierno. Cuando muera, volverá a ser gerente general de Arbusto Corporation y recibirá, otra vez, órdenes directas de Dick Chenney. Y tendrá que encenderle el puro dominicano a su papi.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Chávez es el alterego de Bush o viceversa?

2:51 p. m.  

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