lunes, noviembre 06, 2006

Qué vivan los novios

El matrimonio del doctor Alan García con don Alberto Fujimori Fujimori, descendiente de la más rancia nobleza yakuza, ha constituido, sin duda alguna, el acontecimiento social del año.

Fotografiados por Mario Testino, impresos por millones en la revista Hola, clonados en todos los cuchés de las revistas rosas, amadrinados por Luis Alva Castro en Balenciaga de lamé (para la boda) y rabioso Versace (para la fiesta), y bendecidos por el capellán general de prisiones, don Vladimiro Montesinos, ambos lucieron serenos y felices embutidos en sendos Armani, regalo de Asbanc por haber empezado la liquidación del Banco de la Nación, y dispuestos a hacer todo lo posible para que esta vez la cosa sí funcione.

Porque no podemos olvidar que ambos personajes tuvieron su choque y fuga en 1990, cuando Alan asesoró a Kenya, lo instruyó para el debate con Vargas Llosa, lo convirtió en discípulo del callejón de las 7 puñaladas y hasta le prestó para todos los fines a Montesinos, que ya era asesor de Inteligencia nombrado por García antes de que Fujimori le descubriera sus mejores talentos en el arte de matar y en la destreza menor de picar los bolsos del Estado.

Ese romance fue tórrido, conoció de mil enjuagues en el Congreso, de otros mil enredos en la comisión que investigaba el origen de la fortuna del doctor García, hasta que un pequeño malentendido, instigado por Montesinos, hizo que Fujimori fuera en pos de García con la ayuda de algunos tanques y con el propósito de llevarlo a su despacho a preguntarle cómo había hecho para no dejar huellas y cuál era el truco para dejar el BCR con menos 130 millones de dólares (–US$ 130 millones) y luego aparecer dando algunos consejitos sobre economía.

Pero el canalla de Montesinos llamó al doctor García diciéndole que el japonés, que todos los días veía Tora,Tora, Tora para inspirarse, lo quería muerto. Y allí nació la desavenencia que terminó desemparejándolos por un tiempo.

Pero ahora no. Ahora no está Montesinos para interponerse. A este amor que los años no estropearon, que los cadáveres de uno y otro lado terminaron por blindar –Rodrigo Franco, de un lado, Colina, del otro; el Frontón como dote, Barrios Altos como contraparte– ya nadie lo puede parar.

Y allí están, como testigos de estas bodas de sangre, la lucha feroz en contra de las ONG –masacre solicitada por el fujimorismo y a punto de ser ejecutada por el Apra–, el desmantelamiento de la lucha anticorrupción –gesto que conviene a ambos contrayentes–, y el sabotaje descarado a la extradición de Fujimori, requisito casi físico para la consumación de la boda dado que un novio de tan altas cualidades no puede venir con las esposas puestas, qué se han creído.

Todo esto envuelto en la misma cueca prochilena, empezada por Fujimori al firmar los vergonzosos y traidores acuerdos de 1998 y continuada hasta el exceso por García al poner a la Gallina Turuleca en Torre Tagle. Los que, como Cipriani, creemos en la santidad del matrimonio sólo podemos esperar que sean felices. (Una nube de arroz de Enci sobre los novios).