viernes, setiembre 29, 2006

Un brindis por los tetelemeques

Los tetelemeques neoliberales creen que el TLC es tan necesario como el oxígeno, tan beneficioso como soñar con Juliette Binoche comiéndose el chocolate que le pusimos en la boca y tan indiscutible como la santísima trinidad para los hinchas del Vaticano.

Pero esos tetelemeques se chocan y se chocarán con la realidad. Ayer, por ejemplo, dos acontecimientos remecieron el mundo de pacotilla cerebral de estos pajes del imperio.

Uno, el presidente de Uruguay, el señor Tabaré Vásquez, que sí cumple sus promesas electorales –o sea que tiene una dimensión ética de la política–, anunció que Uruguay acaba de rechazar un TLC con los Estados Unidos.
Las palabras exactas del señor Vásquez fueron las siguientes:–Hemos rechazado cordialmente un ofrecimiento de los Estados Unidos para firmar con ellos, y por la vía rápida, un TLC como el que firmaron Colombia y Perú.

A cambio, le hemos ofrecido a los Estados Unidos ampliar el Tratado de Protección de las Inversiones y reforzar nuestro comercio bilateral en condiciones de mutua ventaja.

¡Vaya! Eso es un presidente. Eso es un político que se honra a sí mismo cumpliendo sus compromisos electorales.

Y eso es un socialdemócrata de veras, que no traiciona sus principios y que escucha a sus socios –Argentina y Brasil– en vez de oír acatadoramente la Voz de América.

Que el doctor Alan García, estricto incumplidor de los contratos éticos que suscribió como candidato, sepa que en América Latina no todos son como él. Y que si Baruch Ivcher y sus sirvientas lo aplauden cada noche, eso no le garantiza el respeto del futuro y ni siquiera el de sí mismo.

La segunda noticia relacionada con el mundo de los tetelemeques neoliberales, que aquí son legión y aspiran –entre otras cosas que aspiran– a dictar la agenda unificada de la prensa despatarrada, es la publicación en México de un estudio escrito por observadores independientes que han monitoreado los doce años de vigencia del NAFTA, o sea el TLC tripartito firmado por Estados Unidos, México y Canadá.

¿Qué dice el estudio? Bien sencillo. Dice que “las reglas del NAFTA protegen los intereses de los grandes grupos de inversionistas y socavan los derechos de los trabajadores”.

Así como lo oyen. “El empleo es hoy más precario y los salarios se han reducido” ha escrito Carlos Salas, autor del capítulo de México del referido estudio. Salas es investigador del internacionalmente reconocido Instituto de Política Económica, responsable del monitoreo y que asignó a Bruce Campbell y a Robert Scott las monografías dedicadas a Canadá y a los Estados Unidos, respectivamente.

Salas señala que en México los ingresos corporativos han aumentado, la desigualdad se ha mantenido cuando no acrecentado y que sólo el 37% del empleo creado entre el 2000 y el 2004 tiene características formales e implica beneficios indemnizatorios.

El resto es empleo precario y el 23% de ese resto no supone beneficio alguno ante el despido sin causa que es parte del nuevo mercado laboral.
“Donde ha subido el empleo es en la rama de las maquiladoras (ensambladoras de productos), donde los salarios son los más bajos y los beneficios fluyen mayormente a las grandes compañías, al sector financiero y a un pequeño grupo de trabajadores profesionales comprometidos con el proyecto”, añade Salas.

Pero donde más ha sufrido México es en el campo, donde el volumen de trabajadores ha descendido junto al producto del sector. En 1991 la población mexicana dedicada a la agricultura era el 26,8%; en el 2004, había descendido al 16,4%.

Y no es que México se haya industrializado con pasos de Gulliver: es que amplios sectores del campo han colapsado en una masacre de aranceles, subsidios norteamericanos sin correlato mexicano y barreras norteamericanas no arancelarias para algunos productos mexicanos competitivos.

¿Dónde está el señor Toledo, el del sí o sí? Sigue en Palacio de Gobierno reencarnado en Alan García, el del “debemos revisar con pinzas ese tratado”.

El del “revisaremos ese tratado cláusula por cláusula”. Toledo y su servilismo pro norteamericano dejaron su legado vinculante en Palacio.
En el Versalles mala copia que da a la puerta de Desamparados, se brinda ahora por el TLC levantando copas de Opus One, que dicen que es lo mejor del Napa Valley.¡Salud, doctor García!

Tabaré Vásquez lo llama por teléfono. Haga el favor de no contestarle. No queremos pasar otra vergüenza.

jueves, setiembre 28, 2006

Buscando al soldado Aguayo

Ayer, a las 5 de la tarde, la hora en que dicen que se murió Sánchez Mejía, se entregó en la base militar estadounidense de Fuerte Irwin, situada en el desierto de Mojave (norte de Los Ángeles), el soldado Agustín Aguayo, médico norteamericano nacido en Guadalajara.
Aguayo libró la peor de las batallas que un soldado puede librar: la que lo enfrenta a su conciencia.


Luego de servir dos años en el frente de Iraq, Aguayo aprovechó un descanso y escapó, en el 2004, de una base norteamericana en Alemania. Días más tarde describió sus simples razones con toda precisión.

–La guerra es inmoral. Cuando me enrolé, en el 2002, no lo sabía. Ahora lo sé y no quiero volver ni a Iraq ni a ninguna parte donde estemos matando gente –dijo Aguayo.

Aguayo había servido como médico de combate en Tikrit, una de las ciudades donde la brutalidad del ejército de Bush hacia la población civil ha sido más notoria.

Tras una larga batalla legal que tenía que perder, el médico-soldado se entregó ayer a las autoridades militares. Durante estos dos últimos años trató, por todos los medios, de que se le declarase objetor de conciencia.

Apenas ha conseguido el título de desertor. Y con ello le espera un Consejo de Guerra. Mientras tanto, quedará bajo arresto en Fort Sill, Oklahoma, o, para cerrar el círculo, en Schweinfurt, Alemania, la base de donde escapó en el 2004.

–Prefiero la corte marcial y la prisión. Es algo con lo que puedo vivir el resto de mi vida. Con lo que no podría vivir sería con regresar a Iraq –dijo Aguayo horas antes de entregarse.

A la misma hora en la que Aguayo decía que no era miedo sino asco moral lo que lo impulsaba, que no se sentía un cobarde ni un desertor sino un hombre consciente de su papel en el mundo, a esa misma hora el presidente George Bush señalaba que se iba a oponer a la publicación de la versión completa del trabajo hecho por sus agencias de inteligencia en torno a Iraq.

Como ustedes saben, en ese trabajo la CIA y agencias afines aseguran que la invasión de Iraq no ha disminuido sino aumentado los riesgos con que el terrorismo desafía a los Estados Unidos, ha hecho más extenso el odio hacia la política exterior de la Casa Blanca y ha facilitado el trabajo de reclutamiento de las organizaciones islamistas más extremas.

El informe ha caído como una bomba de trepidaciones electorales en el campo de los republicanos.

Bush no sólo le mintió al mundo, como cualquier tramposo de baja ralea, sobre las fantasmales armas de destrucción masivas de Saddam Hussein.

Ahora se sabe que Bush ni siquiera acertó, desde un punto de vista estratégico, destrozando el país que le había sido fiel en su guerra de bajo perfil en contra de Irán.

La Mesopotamia pisoteada por los marines que escuchan a Marilyn Manson mientras perforan intestinos desde sus blindados fue objeto de las iras estúpidas de Bush en nombre de una farsa montada por la máquina militar de la que es rehén.

Y ahora resulta que esa barbarie ni siquiera ha sido útil. Ahora resulta que lo de Iraq es, en suma, uno de los homenajes más sombríos que el crimen ha merecido por parte de un jefe de Estado.

Bush es hoy, indiscutiblemente, un criminal de guerra. Ha matado multitudes desarmando a un país que no tenía las armas que el servil Colin Powell le atribuyó por encargo. Ha matado a miles de sus propios compatriotas en una guerra que sólo él, Blair y el Maki Navaja de las Azores, José María Aznar, aplaudieron.

Y, encima, debe tolerar el resurgimiento de la resistencia talibana en Afganistán, un país en el que la OTAN le da una mano mortal y aérea –porque eso sí: las operaciones de riesgo, las terrestres, las realiza el ejército títere de Kabul–.

Y todo por el petróleo y Halliburton, por Chenney y la Chevron. Grandes palabras como coartadas. Grandes crímenes considerados gestas de libertad. Un hampa internacional que secuestra el término libertad, contamina la democracia, despoja el derecho internacional de todo sentido y trata de destruir la reputación de un país que hace 60 años fue considerado el más admirable ejemplo de una democracia regida por las más altas normas. El país de Pound y Edison, de Poe y F.D. Roosevelt, de Jefferson y Salinger.


miércoles, setiembre 27, 2006

Radio Felicidad

Francisco Chirinos Soto, el amigo de Vladimiro Montesinos, está feliz con el gobierno aprista. Luis Giampietri, implicado en una causa sin destino como violador de derechos humanos de prisioneros rendidos, está feliz con el gobierno aprista.

Carlos Alberto Briceño Puente, reemplazante del procurador Antonio Maldonado, tan poco idóneo como el plagiario irredento Gino Ríos Patio (de Letras), está feliz con el gobierno aprista.
Rolando Souza, fujimorista acérrimo y presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso gracias a los votos del alanismo, está feliz con el gobierno aprista.

Keiko Fujimori, la estranguladora de Boston del presupuesto de nuestra embajada en Washington, está feliz con el gobierno aprista. Alberto Fujimori Fujimori está feliz con el gobierno aprista.

Mario Vargas Llosa, que daría la vida con tal de que George Bush lo invitara a la Casa Blanca a hablar aunque sea de García Márquez, ha dicho sobre Alan García: “No va mal. Ojalá que siga así”.

Luis Gonzales Posada, que en su tiempo compartiera la tesis del no partido junto a Carlos Delgado, está feliz con su gobierno y, sobre todo, con la cuadrada de talones resonantes ante la alameda de la Madre Mía y la avenida de los Accomarca.Luisa María Cuculiza brinca de alegría que ya la salté.

Telmo Hurtado, el Comandante Camión Artemio Artaza, Martin Rivas, el camión de los comandantes, Víctor Joy Way, el Den Xiao Pin de los tractores, se frotan las manos ante la vocación por el olvido y el canje de reprocidades del gobierno aprista.

Luis Alva Castro, el ministro que ordenó el robo de los ahorros de miles de peruanos, sale de su sarcófago moral y embiste: “El Ministerio de Defensa hallará la verdad que no supo encontrar la Comisión de la Verdad y Reconciliación”. Sólo falta que los chicos del BCCI se pronuncien.

Carlos Alberto Montaner, Andrés Oppenheimer, Jaime de Althaus, Ña Catita, la Perricholi, la Bruja del 71, la Chichi que está fermentando, Baruch Ivcher y sus 20 millonarios mandamientos, la prensa hidráulica (porque sólo funciona con una lluvia de millones), todos y todas están felices con el gobierno de Lampedusa García.

La amada inmóvil, de Amado Nervo, también está feliz. Nicolás de Piérola hierve de alegría e identificación en esa tumba que Judas no comparte porque fue traicionado.

El Haya de los 60, inmortal, está feliz con Alan García. El Haya de los 40, asesinado por el propio Haya, aprendió a no decir nada bajo el musgo microbiano que lo envuelve.

García 2006 quiere encontrarle un rumbo feliz al mundo unipolar que gobiernan los Rumsfeld. Por eso habla de la Sudamérica que no representa, de la moneda única sudamericana (que es el dólar, como él bien sabe), de la CAN que Chile negó tres veces y que hoy, cuando no vale un comino, reconoce.

Y cree que esta América morena, que asistió a la masacre de la Nicaragua independiente con la indiferencia de Malinche, será un polo contestario. ¡Pero si él, el mismo García, ha devenido peón del nuevo orden mundial diseñado por Halliburton!

Y ese orden mundial consiste en que los trabajadores se vuelvan chinos en salarios, que Europa se vuelva norteamericana en su agenda, que los países decretados parias puedan ser bombardeados cuando se insubordinen, que Israel siga siendo una potencia atómica clandestina y monopólica en el Medio Oriente, que Estados Unidos pueda imprimir toneladas de billetes sin correlato alguno con la realidad de sus negocios internacionales y que la ONU moribunda valga menos que un pedo de papá Bush después de almorzar con algún príncipe saudí dado a la megacleptomanía petrolera.

Nunca fue más necesario ser razonablemente rebelde. Nunca fue más repugnante el orden unipolar impuesto por las corporaciones de los Estados Unidos. Nunca fue más rechazable la hipocresía internacional.

García cree que como se equivocó en 1987 debe de ser ahora el Tony Blair doblado al español en Palmera Records. Confundió responsabilidad con sumisión a lo peor.

Qué lástima por el APRA. Confundió miedo explicable al aislamiento con sumarse de pico y patas al cortejo que preside Guatemala y alegran –como siempre– El Salvador de D’Abuisson y la banda del Chaco de los herederos de Stroessner.

Hace días traté de decir que el APRA de hoy era la ministra de Transportes comiéndose una hamburguesa doble junto a Enrique Ghersi.

Hoy más bien me parece que el APRA terminará pareciéndose a Enrique Chirinos Soto, candidato aprista de 1967 a las elecciones complementarias, pidiendo un segundo ron en el Congreso donde los Siura respiraban apenas.

viernes, setiembre 22, 2006

Pobre diablo

Hugo Chávez llama “diablo” a George W. Bush en el recinto de las Naciones Unidas. Se trata de una calumnia que el diablo no merece. Porque, en el principio, Satanás es el príncipe de las tinieblas, un noble de la oscuridad, un miembro de la realeza que se dedica a lo impuro.

¿Qué de aristócrata tiene el chusco Bush?Un poco más de respeto bolivariano, entonces, señor Chávez. Satanás es, en extremo, la prueba católica de que Dios existe, así como San Cipriano consideró que la herejía –palabra que viene de un término griego que significa convicción– era útil porque probaba la lozanía de la ortodoxia y la equivocación de los heréticos.

¿Qué se hubiera hecho la Iglesia sin la amenaza del diablo? ¿Con qué llamas habría cocinado nuestro miedo a ser celestialmente incorrecto? ¿A qué infiernos habría condenado a los paganos, o sea al resto de la humanidad que no tuvo la suerte de recibir a las misiones o a los ejércitos papales?

El infierno romano, como se sabe, es el sicosocial de más éxito en la historia de la humanidad. Su propósito fundamental es que los de abajo crean que hay algo peor que el infierno de la miseria y las brasas de la enfermedad. Como reverso del cielo resulta, por lo demás, imprescindible.

El éxito de este par dialéctico es tan grande que la mayoría de los católicos pobres están preparados para comer hasta hartarse en el reino de los bienaventurados, donde habrán de gozar sus calaveras y desde donde mirarán el pozo ardiente en el que los ricos pagarán sus hartazgos terrenales. ¡Pobres ricos que creen haberla pasado cojonudamente bien!
Por eso es que la fe católica no es sólo fe sino que es la argamasa del edificio social tal como lo conocemos. La Iglesia, por ello, es un asunto de seguridad nacional.

Y cuando Juan Pablo II se reunía a hablar en italiano con Vernon Walters, el enviado de Reagan con el que preparaba la insurrección católica en la Polonia estalinista, lo único que demostraba es cómo es de importante la cuestión de Dios en los negocios del hombre.

Pero, repito, no habría cielo redentor si no se diese por cierta la existencia del diablo, cuya santidad ancestral de ángel caído está probada por el hecho de que él vigila que los malos paguen por lo que han hecho. Con lo que demuestra ser, en realidad, un funcionario del complejo mecanismo eclesial, una ficción tan necesaria como la santidad de los patriarcas.

Según nos recuerda el antropólogo español Francisco Flores Arroyuelo, entre íncubos –demonios encarnados en forma de hombres– y súcubos –con apariencia de mujer–, el demonólogo Jean Wier llegó a calcular que los ejércitos de Lucifer tendrían 72 príncipes, con una infantería de 7’405,926 diablos distribuidos en 1,111 legiones de 6,666 integrantes cada una.

(El pobre Wier sería acusado por el inquisidor francés Pierre de Lancre de haber recibido información tan exacta del mismísimo Satanás. Otros demostraron que esa cifra provenía de la multiplicación por seis del número pitagórico 1’234,321).

El diablo, en suma, es demasiado importante para que el líder del Orinoco trajine su investidura en la ONU y llame a Bush, auténtico pobre diablo, con el nombre que tantas y tan seductoras variaciones ha conocido: Serpiente, Satán, Belcebú, Mammon, Príncipe de la Potencia del Aire, Abbadohn, el Impuro, el Inmundo, el Tentador.

Tan descomunal personaje, al que una calumnia papal atribuyó la erección del acueducto de Segovia en una sola noche, nada tiene que ver con el hombre que quebró tres empresas petroleras antes de terminar de hundir el orden internacional parapetado en lo único que hay de inteligente en su administración: sus misiles.

Bush no irá al infierno. Cuando muera, volverá a ser gerente general de Arbusto Corporation y recibirá, otra vez, órdenes directas de Dick Chenney. Y tendrá que encenderle el puro dominicano a su papi.

domingo, setiembre 17, 2006

La República del silencio

El señor Gustavo Mohme es el único director de periódico que jamás lee lo que en el suyo se publica. Ni antes ni después.

Y no es porque desprecie el oficio que jamás ejerció. No. Es que él no lee jamás. Su memoria tiene gigas y gigas disponibles porque sólo la ocupan sus líos de divorcio, sus licitaciones ganadas en todos los gobiernos, su desapego a la memoria del padre que jamás podrá imitar y los sucesivos disfraces que hubo de usar para sobrevivir en el baile de máscaras del Molin Rouge periodístico.

Cuando su padre se esforzaba por mantener una línea independiente en medio del safari fujimorista, Gustavito presionaba al periódico para que calmara sus críticas a la dictadura.

Se trataba de que, a partir de 1998, las tentaciones empezaron a llover sobre este Fausto de quincha y chequera rápida. El viejo no confiaba demasiado en él pero, al fin y al cabo, era su primogénito y los dineros que obtenía no lo comprometían a él directamente.

Mohme padre hacía todo lo posible para que el diario reflejase el punto de vista de cierta centroizquierda. Mohme hijo se veía con Bressani, conversaba de lo lindo con Dufour, demandaba lo suyo en las repartijas de la publicidad estatal “gracias a sus contactos”, almorzaba con Borobbio –todos operadores cloacales de la mafia– y ampliaba su poder en el periódico asegurándose la sucesión.

La primogenitura no le bastaba. De lo que se trataba era de comprar acciones y hacerse fuerte para el día en que el viejo muriera y la familia, tras el duelo, se convirtiese en directorio. Cuando eso sucedió, Gustavo, que de prensa sólo sabía lo que Mirko Lauer le susurraba –o sea muy poco– ya era el hombre fuerte en La República.
Claro que sus hermanas y hermanos ignoraban en ese momento que Gustavito había sido un visitante asiduo del SIN y que la salita donde Montesinos repartía dinero había acogido su trasero en un número indeterminado de oportunidades.


“Sólo fueron dos”, diría él después. “Y las dos veces para hablar sobre temas de seguridad nacional y asuntos vinculados al problema con el Ecuador”.

Mohme sabía que Ecuador quedaba al norte del Perú y que la seguridad era un problema porque a su papi ya le habían robado tres camionetas Cherokee consecutivas, así que es de imaginarse qué exquisiteces geopolíticas, qué finuras vinculadas a fortalecer la contrainteligencia de frontera, que académicos diálogos sobre el llamado protocolo Pedemonte-Mosquera pudieron librar un hombre que compraba dueños de periódicos y un futuro dueño de periódicos que acudía a ese antro porque su papi, por entonces el amo del negocio, hubiera sentido demasiado asco encerrándose con Montesinos en esa sala.

La buena noticia para Gustavo es que pudo hacer desaparecer el video de sus conversaciones con Montesinos. La mala fue que no pudieron sustraerle el video donde Montesinos habla con Carlos Ferrero del hombre que sucedió a su padre sin merecerlo. En la transcripción oficial de ese documento histórico, Montesinos dice:–Chicho viene seguido por aquí–.

Y en seguida añade un comentario amistoso sobre el actual director de La República. Eran los meses en que Marcelo Gullo, yerno de Carlos Maraví –accionista de La República– y amigazo de Chicho cobraba a manos llenas por hacer de la revista Sí un guáter congestionado.

Eran los tiempos en que Eduardo Calmell del Solar, Vicente Silva Checa, los hermanitos Winter –y más tarde Genaro, Shutz, los Crousillat– pasarían por caja para la cámara fija de Montesinos, (a) Asesor.
Eran los tiempos en que Dionisio Romero, Raúl Modenesi, Eugenio Bertini, Óscar Benavides de la Quintana, Jorge Picasso y un kilométrico etcétera se reunían en esa sala para diseñar la estrategia que permitiese la dictadura infinita de Fujimori, (a) Presidente de la República.


No fue extraño que, pocos años después, Eugenio Bertini le obsequiase a Chicho los siete millones de dólares que el Wiese tenía como acreencia ante América TV. Y no es extraño que el malandro gobierno de Toledo avalase tan infecta operación, gracias a la cual Mohme hijo, sin poner un sol, se convirtió en propietario de un tercio de las acciones de América TV.

Tampoco es extraño que el documento que José Enrique Crousillat entregó a la fiscal de la Nación, Adelaida Bolívar, comprometiéndose a dar información detallada sobre los negocios de Gustavo Mohme hijo con el fujimorismo, haya sido ocultado por la prensa enlodada y los brazos de la mafia –que siguen siendo largos–.

En ese documento, el reconocido delincuente Crousillat, que ya no tenía nada que perder, que estaba preso, que sólo estaba interesado en que sus pares que fingen de caballeros pagasen, como él, sus culpas, escribió:
“Declaro que puedo dar información de las transacciones sostenidas hasta el año 2000, inclusive, entre el ex asesor y hoy procesado Vladimiro Montesinos y el propietario del diario La República, Gustavo Mohme Seminario, para que éste se favoreciera económicamente y para que favoreciera a algunos de sus familiares sometidos a procesos judiciales y a investigaciones en el Ministerio Público”.


¿Y qué hizo la fiscal Adelaida Bolívar con esta declaración? ¡Nada! Mandó el asunto a engavetarlo en un tiempo que constituyó marca mundial.

O sea que a Gustavo no había que hacerle lo que le hicieron a decenas en el sistema anticorrupción: investigarlos por el dicho razonablemente informado de un mafioso con ganas de ser colaborador.

Si a Genaro lo prescribieron por viejo, a Chicho lo prescribieron sin escudriñarlo.¿Y qué hizo la gran prensa?
¡Nada! Al fin de cuentas, el políticamente anticuchado Chicho tiene un alto cargo en la SIP –una organización controlada por los gringos, sus seguros servidores centroamericanos y los capos cubanones de El Nuevo Herald– y preside, sin haber escrito jamás una línea que no pertenezca al área de contabilidad, el Consejo Peruano de la Prensa.


Y habla en nombre de la libertad leyendo discursos que le escribe algún empleado columnista y se preocupa por los excesos que la prensa puede cometer.

Él, que no tuvo los bríos para enfrentarse a su ex empleado Pepe Olaya cuando éste llamaba a su padre “Miss Piura”, monitorea los excesos de la prensa.

¿Y los excesos de La República, entre los cuales está la campaña de terror dirigida a contribuir con el triunfo del muy prontuariado evasor de impuestos Alberto Fujimori? ¿Y la persecución, sin proporcional arrepentimiento, del general Bellido, enemigo de Montesinos?

¿Y la soplonería, vacía de información, en contra de la maestra Angélica Torres García, liberada por falta de pruebas por el Cuarto Juzgado Penal Antiterrorista ante el horror y la exigencia de carcelería del diario que alguna vez fue ejemplo de buena fe? ¿Y su política de adular a Humala por si acaso y sobar a García por si las moscas?

¿Y su agradecida anuencia con las tropelías de Toledo, el hombre que les regaló un tercio del Canal 4? ¿Y los negocios que con todos los gobiernos sigue haciendo la imprenta de La República? ¿Y las inmundicias alucinantes de El Popular, un diario que, vendiendo lo que vende, sostiene a La República?

La República empezó vendiendo crímenes bajo la amarillenta conducción de Thorndike. Ha terminado por perpetrarlos en el gobierno de Mohme, un director de apariencia que o no va o está de viaje.

A veces, sólo a veces, da algunos encargos barriobajeros a sus muchachones. Antes se los daba a Pepe Olaya cuando éste era subdirector de La República. Ahora se los da a Mirko, a Federico y al entrañable Carlín, un zambo tan simpático como Olaya.

martes, setiembre 12, 2006

Mao en la intimidad


Ayer, el mundo recordó el trigésimo aniversario de la muerte de Mao Zedong, que en mis tiempos juveniles se escribía Mao Tse Tung.


China, sin embargo, encaró esta conmemoración con una mezcla de cautela y discreción.

No es para menos: oficialmente, el Partido Comunista chino sigue rindiéndole culto a su fundador; en la práctica, sin embargo, la economía de ese gigante se ha enemistado para siempre con las ideas maoístas sobre las comunas populares, la colectivización acelerada, la hechura del acero en hornos domésticos, las cooperativas igualitarias, las hambrunas espantosas de los cincuentas y los sesentas y, en suma, el fracaso descomunal del “gran salto adelante”, con el que el líder revolucionario pretendió quemar etapas y llegar a una fase superior del desarrollo industrial.

Para el partido comunista chino, Mao está vivo como escudo y sombra protectora. Pero está muerto como inspiración y, aun más, es peligroso como ejemplo. China tiene hoy un sistema capitalista, una acumulación socialista y un régimen comunista que aspira al milagro de mantener esa coexistencia.

¿Quién fue, realmente, Mao? Bueno, la reconstrucción más próxima a la verdad quizás la haya hecho el doctor Li Shizui, médico personal de Mao desde 1954 hasta el día de su muerte.

En su monumental libro sobre la vida de Mao, hecho al alimón con la sinóloga norteamericana Anne Thurston, Li nos pinta las luces indudables de un personaje excepcional y las sombras de un canalla que jamás se enteraba –o fingía no enterarse- de las penurias y las bajas humanas que causaban sus caprichos en materia de economía.

El cálculo es que alrededor de cuarenta millones de chinos murieron a lo largo de los experimentos utópicos decretados por Mao, y por la escasez de alimentos que ellos produjeron en las zonas rurales, y en las purgas sucesivas que decapitaron a los enemigos de turno: ultraizquierdistas en los comienzos, derechistas, reformistas conspiradores, burócratas, prosoviéticos.

Li fue testigo de la histeria crónica que padecía Chian Chin, la mujer de Mao, y de esa costosa hipocondría que la hacía tomar innumerables cápsulas para sus males imaginarios. A lo que siempre se negó, sin embargo, fue al tratamiento psiquiátrico que requería.

Imaginar que, a partir de 1966, esa mujer rigió, consentida por Mao, los destinos de China durante la llamada revolución cultural es imaginar a un país enloquecido que se deshizo de sus mejores cuadros, mató a miles de desafectos –que eran el núcleo tecnocrático que podía salvar todavía la revolución de los desatinos de su creador– y paralizó toda la producción importante mientras millones de jóvenes esgrimían el libro rojo de Mao como si de una nueva biblia se tratara.

Mao era un dios vivo. Lo era también para las enfermeras jóvenes que se le entregaban, para las campesinas adolescentes que su guardia de seguridad le conseguía en cada pueblo visitado, para las militantes a veces casi niñas que pasaban por el escrutinio de su secretario principal Ye Zilong –un campesino semianalfabeto que llegó a dominar el entorno de Mao durante un largo periodo- y terminaban, emocionadas, en los brazos del sexagenario Mao cuando Chian Chin dormía a punta de calmantes.

Una noche –el relato de Li es absolutamente delicioso por su sobriedad y su carencia de saña- Chian Chin llamó a su enfermera particular y no la encontró. Enloquecida por la rabia, recorrió la zona prohibida del complejo gubernamental donde vivían y encontró a su cuidadora fornicando impetuosamente con su marido.

Fue la única vez que hizo un escándalo; de allí en adelante, lo soportó todo. Su amarga neurastenia la desahogaba con la servidumbre, sus médicos y, más tarde, con el pueblo chino entero.

Mao se quedó semiciego, víctima de cataratas, en 1974. Pero eso no era importante frente a los síntomas neurológicos que mostraba, que fueron diagnosticados ese mismo año y ocultados al mundo y al pueblo chino por determinación del politburó del Comité Central del partido.

¿Tan difícil era reconocer que Mao sufría de esclerosis lateral amiotrófica, la enfermedad que mató al beisbolista Lou Gehrig? Es que los dioses no se enferman. Y Mao siguió siendo un dios temido hasta su último día sobre la tierra.

Aun con la parte derecha del cuerpo paralizada, babeando un poco, durmiendo de costado y tragando con cada vez más dificultad, Mao siguió despachando y atendiendo a visitantes extranjeros.

Lo increible es que Chu En Lai, su canciller, el más brillante y cosmopolita de todo su gabinete, estaba siendo devorado por un cáncer de vejiga en la misma época en que a Mao le diagnosticaron la esclerosis lateral.
Chu, sin embargo, requería de un permiso del presidente Mao para operarse –ese era el protocolo partidario- a pesar de que estaba arrojando diez centímetros cúbicos de sangre en la orina cada día.


Cuando Chu fue notificado por el equipo del doctor Li del mal que terminaría, en dos años, con la vida de Mao, el extraordinario ministro de asuntos exteriores chinos preguntó si era este, en verdad, un caso terminal.
-Sí, es terminal –dijo Li.


-Pues procuren prolongarle la vida lo más que puedan y evítenle los sufrimientos mayores –dijo Chu.

Gente como Chu hizo que la revolución china valiese la pena. Al fin y al cabo, con él, Chu Thé, Lin Piao y el propio Mao, China dejó de ser el campo de amapolas que los ingleses reprimieron con esmero alguna vez.

Si sirve de consuelo: Mao nacionalizó la servidumbre varias veces milenaria del pueblo chino.

domingo, setiembre 10, 2006

La nariz de Berlusconi

Al Silvio Berlusconi lo han descubierto hurgándose la nariz prolijamente en un restaurante. Si no me diera tanto asco, diría que sacándose los mocos en un lugar público. En un lugar donde, además, se come y se bebe.

Arcadas me dio verlo, aunque debo decir que no me sorprende. A un platudo autoritario, emparentado con la racista Liga del Norte y la fascista Alianza Nacional, no se le puede pedir modales ni preocupaciones por la estética. Porque un hombre como él viene del dinero y va hacia él. Y no hay nada más vulgar que hacer dinero.

Porque hacer plata, tal como la acumuló Berlusconi desde cuando fue vendedor de espacios publicitarios hasta el montaje de Fininvest, implica tal dedicación, tan consuetudinaria angustia, tan excluyente cúmulo de responsabilidades, que no hay tiempo para ponerse a pensar, o leer, o asistir de verdad a una ópera, o escucharse a sí mismo recitando a Petrarca, o pensar en las musarañas, o asistir a la caída del sol con el único propósito de ver ese matiz del naranja con sangre que sólo se da en el horizonte a las seis y media de la tarde en otoño.

O sea que te vuelves un Manolito con billones, un burro culifruncido y un energúmeno que da órdenes y sólo piensa en qué ropa ponerse para ir a la cena de los embajadores de Bosnia-Herzegovina, donde se hablará un inglés para papagayos y un italiano que haría de Matterazzi casi un académico.

Y se te pasa la vida urdiendo tramas para ganar en la bolsa, mentirle a tus socios, pagar menos impuestos, prestidigitar utilidades, desaparecer actas, comprarte clubes de fútbol, vender lo que compraste pero en trozos, conspirar con el gobierno para esa licitación gigante que ya te corresponde, amarrar las franquicias, cutrear en frac, malgastar a tu secretaria, tentar a los ministros, ir a misa para la foto de la comunión, llamar a Menem por lo del Ferrari que le conseguiste, volverte un cabrón con tu amigo viejo, desear sólo a la mujer de tu prójimo, emborracharte con los japoneses, vender en Pekín y recomprarte en Ankara, cenar en Nueva York, coquearte en Roma y, sobre todo, jamás detenerte a pensar si la flor que estás viendo será una orquídea rara o una lila.

Yo prefiero mil veces a los platudos hereditarios porque sé que han podido –si así lo han querido– disfrutar de esas cosas que embellecen los patios traseros de la gente, de esas cosas que, al final, son lo rescatable de Occidente. Desde las biblias bizantinas a Vermeer. Desde Averroes, perseguido por aristotélico siendo musulmán, a Ginsberg.

Es decir, el arte de vivir lo más lejos posible de la zoología que nos contuvo en los tiempos primordiales. O sea el arte de viajar y de mirar, de oír y amar, de ociosear sin culpa y de pensar en Françoise Sagan cuando era tan bella y escribió “Buenos días tristeza” o en Sara Gallardo y sus dientes de conejo escribiendo “Los galgos, los galgos”.

Juntas y juntas billetes, tienes y tienes poder, pero, al final, eres un idiota que se saca los mocos en una mesa donde deberían servirse los manjares.

Dicen que Crates de Tebas, de la escuela filosófica a la que perteneció Diógenes, era feo, cojo y jorobado. Pero eso no le bastó. Un día cogió todo el dinero que tenía y lo lanzó al mar desde un acantilado:

–Prefiero perderte a que me pierdas –exclamó. Crates de Tebas no se hurgaba la nariz en público.

viernes, setiembre 08, 2006

¡Abajo la Unesco!


Me encanta el sentido del ahorro del doctor Alan García: es un homenaje al surrealismo, una quitada de sombrero a la imagen de Breton y un saludito a la cola del perro andaluz.


Ahora se le ha dado por cerrar embajadas y eso después de haber disuelto, de un plumazo, las agregadurías culturales que le dijeron que no servían, o sea casi todas según el saber de Joselo García Belaunde, el amigable Gasparín de Torre Tagle.

Que no tengamos embajadas en Ucrania, Jamaica, Serbia o Hungría ya resulta discutible si tenemos en cuenta que el ahorro es absolutamente simbólico.

Pero que el doctor García haya decidido ayer dejarnos sin embajada en la Unesco, con sede en Bruselas, es una cornada de bisonte americano a la memoria de Luis Alberto Sánchez.

Bueno, no sólo a la memoria de Sánchez. A la memoria del APRA culta que Sánchez representaba y que el doctor García se empeña en ofender con sus citas tergiversadas y sus autores traspapelados.

La Unesco es, como se sabe, el organismo de las Naciones Unidas para la educación y la cultura. Reagan odiaba la Unesco desde su carreta de vaquero rumbo a Misuri y su infinita incultura de escupidor de tabaco.

La odió tanto que la desconoció y se salió de ella cuando la organización cuestionó, con todo derecho, el orden informativo internacional, que es el orden de los ricos para engatusar a los pobres y el orden de los abusivos para adormecer a los abusados.

Bueno, veinticinco años después del comienzo de Reagan, el descendiente de Haya de la Torre –un hombre que se escribió con Albert Einstein y Bertrand Russell y que podía leer en alemán a Hegel– decide abolir nuestra representación ante el mayor foro cultural del mundo.

¿Cuánto es el ahorro? Algo así como doscientos mil dólares al año. ¿Soluciona esa cifra algún problema significativo? Ninguno. ¿Es ridícula? Sí, lo es. ¿Y, entonces, por qué García hace algo así?

Primero, porque el neurológicamente aproblemado canciller debe haberle dicho que de esa legación no sacamos nada y que la Unesco no sirve para mucho, que eso es lo que piensan Bush y su pandilla de cuatreros globales.

Segundo, porque hace rato que el doctor García tiene con la cultura la relación que con ella tiene la derecha, o sea ninguna.

Tercero, porque, en el fondo, García debe sentirse ahora liberado de las obligaciones que Sánchez le hacía recordar durante su primer gobierno. Al final de cuentas, ese viejo contaba a la hora de afinar ciertas decisiones: ahora la consulta es con Giampietri cuando está a tiro de cañón.

Cuarto, porque hoy el APRA es a la cultura lo que los cocodrilos a los ángeles, como decía el buen Nicanor Parra.

Esta vulgaridad que es hoy el APRA, esta traición beduina a la tradición que emparentó al partido de Haya con parte de la inteligencia provinciana, esta máquina de ganar elecciones, esta alianza de intereses en el estilo Partido del Congreso de la India, tenía que terminar cerrando la embajada del Perú en la Unesco.

Porque la cultura es intangible, no se inaugura, no da votos, no es buena para los noticieros, se desaconseja en época electoral –es decir, siempre–, no impresiona sino que aburre, no recluta a la bullanga de los arenales, no la entienden los que dicen “habíanos”, exige mucho más de lo que da, extenúa la sesera que debe estar fresca para pensar en el día a día, ya no prestigia en estos tiempos de gentita audiovisual y generación triple X.

No sirve, en suma, para las tribunas de las barras bravas que aplauden el chiche de la austeridad y que no saben qué diablos es la Unesco.

Pero yo siempre entendí que un líder no es quien sigue a las masas sino quien se hace seguir por ellas. Claro que para eso hay que tener mochila, cuaderno de bitácora y horizonte propios, no los que te preste la derecha.
Hoy el APRA es Verónica Zavala comiendo una hamburguesa doble mientras habla con Emilio Rodríguez Larraín de todo lo bueno que se viene.

jueves, setiembre 07, 2006

Cita con la muerte

A Steve Irwin no lo mató una raya sino el Discovery Channel, que cada vez le pedía más alardes, más temeridad, más insensatez.

Mantener un show como el de Irwin cuesta mucho. Y el pobre Irwin, que hacía algún tiempo había acercado a su propio bebé a las fauces de un cocodrilo para ganar unas décimas de audiencia, lo sabía.

Después de adormecer cobras, gritar como un colono inglés que acaba de matar a un zulú, susurrarle cosas feas a las ballenas, aburrir a los pingüinos, ponerse anacondas de collar, conferenciar con caimanes y provocar a todos los gaznates con escamas que quisieran ser filmados, ¿qué se podía hacer para que la teleaudiencia no te degradara al rating de la madrugada y a una rebanada en el sueldo? ¿Qué se podía hacer para que la productora no te mirara con compasión y te dijera “los jefes están preocupados”?

Pues lo que podía hacer Irwin para seguir cautivando a su audiencia era morirse, que es lo que hizo con extrema diligencia. Su audiencia póstuma, digamos, será una maravilla.

Le bastó nadar encima de una mantarraya de aguijón tóxico para lograr ser grabado en el supremo instante. Su director de TV, David Ireland, que lo monitoreaba desde una embarcación submarinista llamada Poseidón, sabía el peligro que Irwin corría, pero el negocio era precisamente ese: que una de las estrellas de la TV ecológica se jugara el pellejo en cada secuencia.

“Si la cola de una raya golpea un órgano vital, es como si te impactara una bayoneta”, le dijo Ireland a la Southern Cross Broadcasting minutos después de la tragedia.

O sea que todo el equipo de filmación sabía qué se jugaba Irwin excitando el instinto territorial de la manta.
Estoy seguro de que la primera pregunta que se formuló en las salas más ejecutivas de la cadena donde Irwin trabajaba debió ser:


–¿Pero lo habrán grabado todo? Porque así de cruel y bárbaro es este asunto de la sintonía, la vigencia, los pescaditos que te ven y los peces gordos que te mandan a Port Douglas, para que te encares con la muerte, o a la mierda si no haces lo que resulte rentable a la corporación.

El mismo día en que Irwin moría con el corazón atravesado, la empresa Hitwise, especializada en medición de audiencias en Internet, informó a la IBL News que el suceso de Irwin había superado todas las marcas entre los internautas australianos.Y cito a IBL News:

“‘Nos dimos cuenta de que la web www.cocodrilohunter.com ha aumentado su popularidad sustancialmente. Ayer (por el lunes) se convirtió en la página de un famoso más visitada en Australia y en la tercera en los Estados Unidos’, señaló James Borg, director de marketing de la división Asia-Pacífico de la empresa Reuters”. Fin de la cita.

Todo es un asunto de números en la TV global que trata de secuestrarnos y apartarnos de las ideas y los libros.

Irwin siempre creyó que le pagaban tan bien por ir a la caza de cocodrilos. No, le pagaban así de bien porque su juego consistía en acercarse a la muerte con cada vez más confianza. Le pagaban así de bien por el morbo que ese encuentro con la muerte, muchas veces diferido pero en el fondo inexorable, producía.

Irwin tenía una cita con la muerte. Y la TV debía grabar ese zarpazo que trajo forma de raya y que sucedió cerca de uno de los arrecifes de coral más bellos de la tierra. Irwin, en suma, se pensaba cazador de cocodrilos.


La TV con máscara de medioambientalista preocupada lo estaba cazando a él.

miércoles, setiembre 06, 2006

Somos libres

Hay un atorrante disfrazado de consejero sexual que se ha convertido en el humorista negro más involuntario y en el irresponsable más ruidoso de los últimos tiempos.

Por ejemplo, una de sus pacientes le escribe preguntándole si debe acceder al pedido de su pareja –bastante mayor que ella–, el mismo que consiste en que ella reciba el líquido seminal de 20 muchachones lanzados a la tarea de alcanzar el clímax simultáneamente sobre su cara y a quemarropa.

Y el atorrante le responde que si ella y su pareja están dispuestos a someter a los 20 coristas a un despistaje de sida y tienen el dinero suficiente, pues entonces que procedan pero que, eso sí, “no dejen de filmar el acontecimiento para la posteridad”. ¡Al doctorcito le fascinan las películas de mercenarios!

O sea que una desubicada pregunta desde el estupor y un pervertido le responde desde su propia infección mental.

El tipo (o la tipa, no se sabe porque las “consultas” se dirigen al correo electrónico somos-el comercio) no repara en lo que puede significar como humillación putañera, como degradación de la autoestima y como culpa futura que la señorita en cuestión les diga, con toda su ingenuidad, que lo que su novio mayor quiere es imitar una película porno alemana que vieron juntos.

El enigmático sexólogo de Somos podría haberle dicho que el cine porno es, por lo general, la fantasía de los que carecen de ella. O que el cine porno plantea “hazañas” sólo dables en las salas de edición y que es riesgoso imitar sus marcas olímpicas, de igual modo que puede ser suicida lanzarse desde un edificio de Pardo al estilo hombre araña. Pero no, el cochinazo hace una apología rápida de la ingesta de orina y semen y de inmediato dispara el consejo que acabo de reseñar.

La siguiente consulta –en la misma página de la misma edición– es la de una joven lesbiana que pregunta si está bien que su compañera le introduzca la mano entera en la vagina a la hora en que hacen el amor.

La respuesta de este Kinsey con consultorio en Mirones Bajo es que el mayor problema de la tal manualidad está en las uñas sucias y que por eso él (o ella, o los dos, o los dos en uno, no se sabe) recomienda que para estas maniobras invasivas se use guantes de látex y mucho lubricante. “Es una práctica relativamente difundida, pero requiere de ciertas precauciones”, dice el doctor de Somos.

La pobre chica le está preguntando si debe temer algún daño vaginal futuro ante tan brutal muestra de afecto –cosa que no es respondida–, pero es evidente que también hubiese deseado un consejo psicológico de cierta buena fe.

Porque es obvio que si plantea la cuestión es porque no salta de alegría por la experiencia. Pero tampoco. Este temerario con mano ajena le dice una mentira de a puño: que convertir la mano entera en pene es algo más o menos extendido.

Extendido estará el tejido doliente en cuestión y difundida estará la práctica en los círculos nictobarranquinos del consultor de Somos, pero hasta allí nomás. Así que ya me imagino a la marida de la chica diciéndole: “¿Ya ves? Hasta Somos lo dice”. Pobre criatura.

De modo que uno no sabe si esta página libre de Somos recoge consultas inventadas para que un puñetero consultor se divierta mientras desaparece rayas blancas, o si las consultas son reales –alternativa peor– y el atorrante en cuestión goza imaginando lo que provoca, lo que estúpidamente provoca.

¿Sabrá el director de El Comercio que su Somos, aparte de divertir y entretener en la mayor parte de sus páginas, mea consultorios y profiere atorrantes?

martes, setiembre 05, 2006

Adictos a la comisaría

¿Ya ven? Lo de Yanacocha se arregló con el diálogo y no a balazos. Hay que destacar la buena voluntad de ambas partes y la mediación precisa del gobierno.

Lo increíble es que los diarios, con excepción de El Comercio, no le hayan dado la primera plana a semejante noticia.

En esto se ve de qué manera el periodismo, en general, se ha vuelto adicto a la comisaría.

O sea que si la TV arma un par de videos a cada cual más discutible, los emergencistas de la redacción se abalanzan sobre el hueso y lo transmutan en notición inapelable.

¿Qué clase de prensa es esta que sigue pegada a las pantallas de la TV, como en los tiempos de Montesinos y su fábrica de primicias lucarianas?

Resulta que un tipo intenta sobornar a una testigo que ya ha demostrado ser implacable en contra de Ollanta Humala. Y el tipo es tan cretino que no sólo se cita en un parque con la otra parte sino que no revisa a su interlocutor o a sus acompañantes en busca de la clásica cámara “de investigación”.

Y no sólo eso: menciona, además, al proveedor de los 20,000 dólares con que intenta sobornar. Resultando, como dicen en la PNP, que el proveedor de los 20,000 dólares es amigazo de Ollanta Humala. ¡Es decir! ¡Mejor lo haría el guionista de Esta sociedad!

Y a ese cocinado de bofe, a esa primicia que sólo puede entusiasmar a los Hume y a su olfato de eterna constipación, le dan un montón de diarios la primera plana. ¿Y Yanacocha, que demuestra que no hay por qué volver a los máuseres?

Nada en primera. Una nota pequeñaja adentro. Como si los cacasenos de turno se decepcionaran de solución tan civilizada y tan incruenta.

Es como en los tiempos del célebre Raúl Villarán, el inventor de la pacotilla periodística. Cuando no había sangre fresca de la que dar cuenta ni cadáveres en las marquesinas del día, Villarán daba la orden:
–¡Saquen un muerto de la refrigeradora!

Y extraían al interfecto del archivo: un homicidio célebre vuelto a contar con todo el chimichurri del buen cronista.

Después está lo de Agustín Mantilla diciendo lo que dice todo tipo como él: que cumplió órdenes, que fue leal pero que no puede dar más detalles. ¿Qué pruebas aporta? Ninguna.

Es la palabra de un hombre despojado del honor público por sus propios actos, pero no importa: lo dice la tele, donde la idiotez compite con el amateurismo.

Y como lo dice la tele, allá van las jaurías hambrientas de sobras a disputarse la misma perdiz de utilería. ¡Si serán brutos, oiga usted! ¿No ven que la noticia era al revés? La noticia hubiera sido que Mantilla no dijera que sólo cumplió órdenes.

Desde el estrangulador de Boston, que acataba órdenes de su esquizofrenia, hasta el almirante Massera, que serruchaba piernas cumpliendo mandatos de Videla, todos los culpables –juicio de Nüremberg dixit– han dicho siempre lo mismo.

Y cuando de robos se trata, hasta el coronelito Manuel Contreras, que dirigía la DINA, ha dicho que sólo hizo lo que hizo obedeciendo a su general Pinochet.

Yanacocha no es noticia. El soborno montadazo, sí. Y la frase cobardona y sin pruebas de Mantilla, también. O sea que el periódico de los lunes lo hace la tele de Forrest Gump.

domingo, setiembre 03, 2006

Divinas mermeladas

Aunque no lo parezca, a mí el vicio de la gastronomía siempre me ha llamado. Y por eso, cada vez que puedo, escucho el programa que Raúl Vargas tiene en la radio los sábados por la mañana.

Ayer, sin embargo, me sorprendió que en medio de esa orgía de palabras sobre las exquisiteces de la mesa, la personalidad de los culantros, la zalamería del suspiro, la aristocracia de los lenguados, se infiltrara el mensaje de un archiconocido saborizante basado en el glutamato de sodio y se presentara una señoría nutricional diciendo, en el fondo, que el tal producto era tan natural como un zapallo loche en fondo de alcachofas.

-¡Ya está! –me dije-:he aquí el ataque de Pearl Harbor sobre el único programa donde uno podía oir hablar de la cocina honesta, la cocina señoritinga y de su casa que no se emperifolla de más y que no se va con el primer glutamato jaquecoso que pasa por allí.

Y era cierto. Estoy seguro de que algún gerente de RPP ha presionado hasta la náusea al programa La divina comida y que su conductor y shogún palatino, don Raúl Vargas, resistió hasta el último minuto pero fue derrotado. De tal modo que, como casi en todo, el billetón –que no admite islas rebeldes- nos dio otro bofetón a los ilusos.

Porque que un programa hecho por gourmets le haga eco al glutamato de sodio –esa pichicata de los que se pelean con la olla- es como si una guía de vinos apreciados incluyese la maligna cachina chinchana, el vino litrado que embrutece, los rosés venales del sur chico o los vinos surcanos que debieran destinarse sólo a las misas de Cipriani, porque tomarlos es como un cilicio líquido buenazo para el remordimiento.

Y después de asistir a tamaña claudicación me puse a pensar en la crisis de la prensa en general, crisis que hace que la mayor parte de los medios empiecen a no usar el término publirreportajes para entrevistas serviles, apologías dudosas, acontecimientos sociales que, sin ser de italianos ni para italianos, tienen el olor inconfudible de la pasta básica.

¿Qué está pasando? La lectoría está en crisis –con decirles que la revista Magaly, supuestamente archipopular, sólo imprime seis mil ejemplares-, la radio está tugurizada y básicamente manejada por visitadores reales o imaginarios del SIN montesinesco, y la televisión, bueno, la televisión, como ustedes saben, oscila entre el Chicago de los 30, el Mossad de los 2000, el México de Echeverría y la banda del Choclito con todos sus pormenores. La TV, en resumen, es la gran cadena peruana. Cadena perpetua, se entiende.

En este escenario, de hambruna encorbatada y dignidad de cuello sucio, es que se meten los narcazos a alharaquear con sus dólares recién planchados, o los candidatitos de cerebro pero candidatazos de chequera, o los glutamatos de sodio tratando de hacerse pasar por aceite de olivo.

Si los comunicadores lo toleran, si los fenicios ganan la batalla, tendremos una prensa sobreviviente y pervertida.

Tan pervertida que ya no se sabría para qué sobrevivió: si para decir algo que fuese lo más próximo a la verdad o si para ser busto parlante, bajo el farol propicio de las 11 de la noche y con cara de Frida Kahlo que ya no pinta, de la gran minería.

Hay un olor a vendimia que no viene de ningún viñedo. Si la mermelada periodística se envasase, no habría anaqueles que la contengan.

Y ese daño no es sólo para este oficio del periodismo sino para la opinión pública, que siente no tener una liana que la salve, un pedazo de decencia donde detenerse a mirar, un respiro ante esa nube de desinformación –smog moral- que la persigue.

En lo que a mí respecta, modestamente, seguiré huyendo de los restaurantes de sabor exacerbado, de los platos turbo y de las excitaciones de cualquier cochino glutamato.

sábado, setiembre 02, 2006

Compañeros procuradores

El procurador encargado de investigar al gobierno de Toledo tiene un pasado de autor distraído que no entrecomilla lo que transcribe ni cita al autor de donde proceden esas ideas. O sea que tiene pasado de plagiario, vamos.

Y de plagiario por partida doble, porque hizo exactamente lo mismo en un artículo, primero, y en un libro, después. Y con el mismo autor y los mismos párrafos.

De tal modo que es tan plagiario que se copió a sí mismo en la práctica de la copiandanga lucrativa, en el arte del saqueo neuronal.

Y ese señor, llamado Gino Ríos Patio (Patio), ese pájaro frutero de carretilla académica, es, de casualidad, aprista, que no otra cosa podía ser quien debía ser designado sabueso de Toledo y su entorno malandro.

Digo que no otra cosa podía ser porque al APRA siempre le ha disgustado ese tal Montesquieu, interesado en lo del equilibrio de poderes y el reparto democrático de jurisdicciones.

Se ve que la ministra Zavala, compañera ella misma, ha consultado con los compañeros de su CDR (Comité de Defensa de la Reiteración) y ha dicho en voz alta:

–¿A quién ponemos?–A Gino –han dicho a coro de bufido.

–¿Y quién puede ser su adjunto?–¡Daniel Bolaños Galindo! –ha sugerido otro bisonte americano.

Y se ha aprobado. Pero ese bisonte americano no le dijo a la ministra que el adjunto compañero Daniel Bolaños Galindo había sido denunciado, como lo recuerda ayer el diario Correo, por el investigable gobierno de Toledo.

En efecto, en julio del 2005 el adjunto del doctor Xerox había sido empapelado por Carlos Ferrero, a la sazón presidente del Consejo de Ministros, por presunto fraude perpetrado en contra del Cuerpo General de Bomberos.

Y no es que Bolaños Galindo les cortara el agua o fuera un pirómano gallego sino que la Resolución Ministerial 224-2005-PCM lo acusó de haberse dedicado al extraño oficio de perder juicios siendo, como era, representante general de los bomberos.

Cuando le preguntaban al compañero Bolaños Galindo cuál era su trabajo, dicen que él contestaba muy orondo:

–Yo pierdo juicios de bomberos. Cuando perdió el juicio cuchucientos, los bomberos sintieron el olor de su propio chamuscado, vieron el humo que salía de sus uniformes y experimentaron la brasa sin pollo del cuento chino.

Ya era tarde. Ya estaban en el libro de las marcas mundiales de la estupidez angélica, que es un libro que me acabo de inventar pero que tendría que existir.Y allí fue cuando entró a tallar Carlitos Ferrero.

Y ahora resulta que el demoledor de bomberos denunciado por Carlitos Ferrero va a investigar al gobierno de Carlitos Ferrero, junto al compañero que es la Wynnona Ryder de las citas jurídicas, o sea ese terror de las bibliotecas llamado Ríos (de tinta) Patio (andalú).
Linda faena, compañeros.

Les propongo que la completen nombrando al almirante Luis Giampetri investigador en jefe de las violaciones de los derechos humanos perpetradas por algunos miembros de las Fuerzas Armadas. Su adjunto podría ser el Chito Ríos.