domingo, abril 22, 2007

Hombre Digno

El doctor Alan García le ha llamado la atención severamente a su ministro de Defensa, embajador Allan Wagner. Le ha dicho que hay cosas que no deben decirse en público y que una de esas cosas es la verdad. Es decir, lo que el doctor García le ha dicho al embajador Wagner es que debe adoptar su doctrina personal (la de García): todo, menos la verdad; el pueblo ni se la merece ni la entenderá.

Porque lo que hizo Wagner fue decirnos la verdad: nuestras Fuerzas Armadas, saqueadas por el fujimorismo, maltratadas presupuestalmente por el ciudadano norteamericano Pedro Pablo Kuczinsky durante el gobierno del norteamericano expectaticio Alejandro Toledo, ya no dan más, están inoperativas, son una suma de chatarra y carencias.

Hay helicópteros y aviones viejos que debían repotenciarse –es decir hacerles el milagro de lograr que vuelen- y que pueden ser embargados por facturas de repuestos no pagadas en Bielorrusia y Ucrania.

Los tanques de nuestro ejército tienen escasez crónica de aceites, lo que quiere decir que son parte de la decoración suasoria de alguna base en la frontera sur. La flota de superficie tiene a cuatro misileras italianas reencauchadas como emblema. Nuestros submarinos están decrépitos o han sido dados de baja en ceremonias avergonzadas.

En resumen, si estuviésemos en tiempos de la captura de Iwo Jima tendríamos una Fuerza Armada moderna. Pero como estamos en los tiempos del tanque Leopard, del avión F-16, de los submarinos Scorpene –todas adquisiciones recientes de Chile- podemos decir que somos la Costa Rica de facto: carecemos de Fuerzas Armadas pero tenemos el desfile militar más vistoso de las Américas.

Y esto fue lo que apenas insinuó el honorable Allan Wagner, un extraño diamante en el collar de cuentas del gabinete.

Y por esto fue cuartelariamente reconvenido por el presidente de la República.Ayer, sin embargo, el embajador Wagner fue decidido a presentar su renuncia. La dignidad, al fin de cuentas, es lo que queda después de lo ilusorio, que es casi todo.

La lección le hizo bien al doctor García. Se encontró con alguien que sabe respetar y que se hace respetar. Y que respeta en la medida en que es respetado. Se encontró, en suma, con un hombre digno que no toma el servicio público como el suplicio de aguantar las crisis de un desaforado sino como el servicio que se le hace al país, que es lo que también queda después de los discursos. Y la mejor manera de servirlo es con la verdad, que es un valor en sí y no una mercancía a escamotear.

Allan Wagner soltó su verdad, además, luego de las mentiras infantiles proferidas por un petimetre vestido de Miguel Grau (el presidente del Comando Conjunto). Este señor dijo que las Fuerzas Armadas estaban listas para repeler cualquier provocación de cualquier enemigo interno o externo. Es decir, mintió como un marrano. A él sí que no le llamó la atención el doctor García: sintonizaba con su capacidad para la fantasía facciosa, la delusión armada y las alucinaciones auditivas de cañones que no tenemos y destructores que perdimos hace décadas.

Qué gusto me dio ver ayer al embajador Allan Wagner recibiendo el asustado respaldo del presidente de la República. Demostró que la dignidad paga más que el chicheñó de tanto tragasapos.

P.D. La doctora Martha Hildebrandt, suma intelectual de eso que la crónica policial insiste en llamar fujimorismo, dice que se educó en su casa hasta el segundo de secundaria. Bueno, pues: si eso no es educación privada –la que recibe uno en casita-,¿qué cosa es, entonces, educación de tal naturaleza?

Dice que los tres últimos años de la secundaria los hizo en un llamado Colegio Nacional de Mujeres “porque no había colegios privados en esa época”. Lo que no dice es que el régimen del que fuera después Colegio Rosa de Santa María era uno que no excluía el pago de matrícula, pensiones y, por supuesto, útiles.

Tampoco dice que la ley de gratuidad de la enseñanza se dio bastante después de 1939, año en el que ella terminó su ciclo de colegiala.

De modo que la doctora Hildebrandt está mintiendo tan bien como cuando recibía la orden de su jefe de decir inmundicias sobre el Tribunal Constitucional al que había que enlodar y derribar para que el Chino volviera a candidatear (y para que Augusto Álvarez Rodrich siguiera haciendo negocios desde alguna Cepri, cómo no).