domingo, setiembre 10, 2006

La nariz de Berlusconi

Al Silvio Berlusconi lo han descubierto hurgándose la nariz prolijamente en un restaurante. Si no me diera tanto asco, diría que sacándose los mocos en un lugar público. En un lugar donde, además, se come y se bebe.

Arcadas me dio verlo, aunque debo decir que no me sorprende. A un platudo autoritario, emparentado con la racista Liga del Norte y la fascista Alianza Nacional, no se le puede pedir modales ni preocupaciones por la estética. Porque un hombre como él viene del dinero y va hacia él. Y no hay nada más vulgar que hacer dinero.

Porque hacer plata, tal como la acumuló Berlusconi desde cuando fue vendedor de espacios publicitarios hasta el montaje de Fininvest, implica tal dedicación, tan consuetudinaria angustia, tan excluyente cúmulo de responsabilidades, que no hay tiempo para ponerse a pensar, o leer, o asistir de verdad a una ópera, o escucharse a sí mismo recitando a Petrarca, o pensar en las musarañas, o asistir a la caída del sol con el único propósito de ver ese matiz del naranja con sangre que sólo se da en el horizonte a las seis y media de la tarde en otoño.

O sea que te vuelves un Manolito con billones, un burro culifruncido y un energúmeno que da órdenes y sólo piensa en qué ropa ponerse para ir a la cena de los embajadores de Bosnia-Herzegovina, donde se hablará un inglés para papagayos y un italiano que haría de Matterazzi casi un académico.

Y se te pasa la vida urdiendo tramas para ganar en la bolsa, mentirle a tus socios, pagar menos impuestos, prestidigitar utilidades, desaparecer actas, comprarte clubes de fútbol, vender lo que compraste pero en trozos, conspirar con el gobierno para esa licitación gigante que ya te corresponde, amarrar las franquicias, cutrear en frac, malgastar a tu secretaria, tentar a los ministros, ir a misa para la foto de la comunión, llamar a Menem por lo del Ferrari que le conseguiste, volverte un cabrón con tu amigo viejo, desear sólo a la mujer de tu prójimo, emborracharte con los japoneses, vender en Pekín y recomprarte en Ankara, cenar en Nueva York, coquearte en Roma y, sobre todo, jamás detenerte a pensar si la flor que estás viendo será una orquídea rara o una lila.

Yo prefiero mil veces a los platudos hereditarios porque sé que han podido –si así lo han querido– disfrutar de esas cosas que embellecen los patios traseros de la gente, de esas cosas que, al final, son lo rescatable de Occidente. Desde las biblias bizantinas a Vermeer. Desde Averroes, perseguido por aristotélico siendo musulmán, a Ginsberg.

Es decir, el arte de vivir lo más lejos posible de la zoología que nos contuvo en los tiempos primordiales. O sea el arte de viajar y de mirar, de oír y amar, de ociosear sin culpa y de pensar en Françoise Sagan cuando era tan bella y escribió “Buenos días tristeza” o en Sara Gallardo y sus dientes de conejo escribiendo “Los galgos, los galgos”.

Juntas y juntas billetes, tienes y tienes poder, pero, al final, eres un idiota que se saca los mocos en una mesa donde deberían servirse los manjares.

Dicen que Crates de Tebas, de la escuela filosófica a la que perteneció Diógenes, era feo, cojo y jorobado. Pero eso no le bastó. Un día cogió todo el dinero que tenía y lo lanzó al mar desde un acantilado:

–Prefiero perderte a que me pierdas –exclamó. Crates de Tebas no se hurgaba la nariz en público.

1 Comments:

Blogger FANNY JEM WONG M said...

Agudo, sarcástico y mordaz .Misil tras misil y cierre con broche de oro….
Fanny Jem Wong

10:44 p. m.  

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