sábado, octubre 07, 2006

Beto y el Choyo

Lo dicho por Beto Ortiz en relación al Choyo Bahamonde, mandamás trujillano del diario Correo, pasará a la historia del callejón oscuro del periodismo peruano.

Cuando Beto Ortiz era joven y guapo, o sea década y media atrás, este Choyo lo descubrió –según el relato de la propia víctima–, lo cazó con las malas artes del que dispara desde la maleza y lo enredó en una aventura que fue primero afectiva, luego obsesiva y, finalmente, criminal.

Y no por Beto Ortiz, que en este asunto fue el ingenuo, sino por el Choyo, que demostró estar más interesado en la chequera de Ortiz que en los amores sordidones que a ambos los llevaron de Varadero a Tailandia y de aquí a acullá montados en el pájaro bobo de la juventud que se cree eterna y dorada como la arena donde chonguea y se encabrita.

En fin, Beto era un Gide y el otro un lord Alfred Douglas metido en el cuerpo de un cochero de la familia Queensberry.

Lunas de mieles, pleitos de alcoba, tenedores esgrimidos, reconciliaciones de consideración: todo lo predecible pasó en esa pareja donde el dinero lo aportaba Beto y el escándalo era entrega puntual del Choyo.

Hasta que llegaron los tiempos de Papá Piraña, la inversión oriental que los haría ricos. Por supuesto que el capital vino de las cuentas de Beto, que había ganado muy buena plata flagelando a sus enemigos –o sea, a casi todos los mortales– en su programa en Canal 2.

El destino se interpuso, como se dice en las telenovelas. Y el destino tuvo la cara de solemne zonzo de César Almeyda, la mirada vidriosa del agente Sun y la sangre suicida del general Villanueva, cajero que fuera de Vladimiro Montesinos: todo un relato gótico que está por esclarecerse en algunos de sus detalles.

Lo cierto es que Ortiz hubo de largarse y entregarle al Choyo poderes amplios, plenipotencias que no le habría entregado a su padre y papeles en blanco con su firma como si se pusiese en manos de Martín Lutero.

El Choyo, entonces, hizo de las suyas. Desmanteló lo que pudo, se endeudó a nombre de Beto Ortiz, firmó pagarés, escaneó firmas, obtuvo sobregiros del Banco de Crédito con sede en Iquitos, despilfarró lo ajeno hasta que Papá Piraña fue una pista de baile embargada por las cuentas y, al final, un sudódromo cerrado por las letras vencidas.

Ortiz no podía defenderse demasiado pero aun así logró que el juicio abierto terminara en la condena de quien había armado tanto.

Emisarios del condenado, sin embargo, lograron amedrentar a la judicatura iquiteña, que debe tener un rabo de paja amazónico, a la policía judicial, cuyo prontuario institucional llenaría la Enciclopedia Británica, y a la policía de Trujillo, que desde los tiempos de los asesinatos de Chanchán ha sido –digamos– una “fiel intérprete de la ley”.

Así que con todas esas anuencias, el Choyo jamás pudo ser capturado y convirtió su profugacidad en martirologio y –lo que es más increíble– en guerra a muerte contra el Poder Judicial que se había atrevido a condenarlo formalmente pero que no había osado ejecutar esa sentencia.

Así empezó la campaña de Correo de Trujillo, primero, y de Correo de Lima, después, en contra del honorable Vásquez Vejarano, insultado de mil modos por no aceptar las presiones del Choyo y sus emisarios, que no pedían poco: trasladar todo el caso de Beto contra Choyo a una conveniente jurisdicción limeña.

Cuando Vásquez Vejarano dijo que no, entonces los cañones de Navarone del Choyo y los Aguá dispararon y a Vásquez Vejarano le llovió fuego dantesco (pero de la calle Dante, de Surquillo, donde los choros y pasteleros te degüellan si no tienes medias sin hueco para que te las roben).

La pregunta es, sin embargo, una sola: ¿Por qué Correo conserva al Choyo como comandante noticioso de su sucursal de Trujillo, como moralizador en jefe de su campaña en contra de Vásquez Vejarano y como matón impreso y altavoz de fandango de los más inexplicables intereses?

¿Qué novela policiaca ata en su trama todavía no contada a los Aguá, que tanto le deben a la prensa, al Choyo, a quien Ortiz acusa no sólo de estafador sino de pederasta compulsivo, y al holding periodístico y empresarial –quebrado técnicamente pero holding al fin y al cabo– del que Correo de Lima es el buque insignia, o sea, en este caso, el Esmeralda de la escuadra que fundó Banchero? ¿Qué une a un hombre de ideas como Mariátegui con un sujeto como Choyo?

¿Quién es el asesino en esta historia? ¿Qué vio el mayordomo que lo hizo tan poderoso? ¿Qué pruebas tiene para hablarle de tú a tú al que fuera su amo? ¿Dónde estás, Ágata Christie? ¿Por qué no me socorres, Chandler amigo?

¿Qué conexión magenta vincula, de modo tan cálido, al Choyo y a Luis Alva Castro? ¿Por qué Luis Alva Castro se empeña en defenderlo con tanto desinteresado afecto?

¿Y, por último, qué dirá a todo esto el Consejo de la Prensa?
Tatatán....

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Ese delincuente tiene q pagar todo el robo y dano que le hizo al Sr. Humberto Ortz.Ojala que la justicia le de muchos anos de prision.

11:18 p. m.  

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